lunes, 4 de diciembre de 2017


JOSÉ KOZER




Principio último de realidad



La actual inapetencia que experimento seguro que hasta
            los intersticios, esponjosas
            cavernas, tiroides, el pulso
            y la bestia, me vuelven más
            intranquilo: que nunca. Cedo
            al hambre la pócima de miedo,
            el ancestral vestigio que me
            viene por vía directa de mi
            padre (timor mortis): la
            pócima del tedio (todos los
            libros leídos) (los que me
            faltan por leer me son cada
            vez más inanes) (anoche
            boté a la basura, primera
            vez en mi vida, ya era hora,
            un libro de un tal Makine):
            deambulo leyendo (leo y
            me detengo) un poema
            (me detengo y arranco
            luego a caminar con brío)
            de Ajmátova (regresa de
            nuevo el muermo) cerré
            el libro: en parte me he
            recuperado. Saco del
            talego un bocadillo de
            atún con lechuga, el
            botellín de agua, la
            pera limonera magullada
            (cuánto padece la naturaleza)
            el rostro se me ilumina (tengo
            hambre): me acomodo en el
            ribazo, juncias, berro silvestre,
            el olor insalubre me reanima,
            el raudo huir de la araña de
            río me trae un recuerdo
            concreto relacionado con
            un pueblo cercano a Valencia,
            ah Cullera. Mastico, por
            omisión (empiezo por la
            pera recién lavada por
            segunda vez en el agua
            apestosa que me hincha las
            narices) el agua incomestible
            del río: saltan liebres,
            gazapos, una Alicia atónita,
            conejas irrepetibles, naipes del
            País de las Maravillas: escupo
            (cuatro semillas) a la vista surge
            (palpable) (aromático) el Árbol
            del Desconocimiento. Válido.
            Reitero en voz alta a Ajmátova,
            y tras la cadenciosa lectura a
            voz en cuello, lúbrico, sólo
            corporal, la gazuza en su punto,
            engullo. Es pez. Es trigo. Es era
            y verdura. Jorge Manrique y
            topacios, zafiros gongorinos,
            las broncas ganas evidentes de
            Hita. Bebo. Y bebo. Tintas.
            Aguas vírgenes. Del estero y
            de la alfaguara. Manadero de
            tintos y claretes. Me voy a
            hacer un bastón ahora mismo
            y ponerme a deambular hasta
            la hora en punto, sin otras
            consideraciones, más allá del
            crepúsculo y del alba ignota,
            hora intercesora. Comeré de
            la mano de la yegua, beberé
            de la gota que segrega del
            verdín el brocal. Ésta es una
            resucitación, fulgor la piedra
            donde me he sentado, la pupila
            sometida y convertida en letra
            (Ajmátova) la gana inusitada,
            más longeva que la inapetencia
            del anciano. Hambre, hambre,
            volveré a leer. Extracción
            supina (dentro del hambre)
            de una gárgola de barro y
            lana, resurjo recién emigrado,
            cuajada la entrepierna, pantalón
            manchado (un vino generoso)
            arias al aire, chorros intermitentes
            de legañas, limpian en todo su
            (blanco) anverso la oquedad.



AGUSTÍN MAZZINI




Apología de la tarde

A Ornella Falcone,
donde quiera que esté



Ornella: A mí te trajo la locura
de buscar un beso en otro beso,
las partes más felices de los días
en un traje vacío, en tierra seca,
en los mensajes sin contestar del celular.
Agustín: En el amor queda sin beber
un vaso de vino, jardines con ángeles de mármol
vomitando agua artificial para siempre.
Ornella: Todo está igual menos la que fui:
ella sigue conversando, a las puertas del quizá.
Agustín: No digas nada y tocá el silencio.
Escuchá palpitar las vidas
que viven dentro de mi vida.


De: “El cielo no termina de quemarse”


RAÚL RÍOS TRUJILLO




Del equilibrio



X

A deshoras
El descenso de los soles de tu cuerpo
Se desata
Sola en su ala fatal

¿Será algún salto al vacío?
¿Será la sed de las olas?

El sudor del mar

/que resbala del silencio a tu saliva espesa en que me hundo

¿Qué cercos de savia virgen
Son estas horas sumergidos los dos

indisolubles
en tus muslos?




PATRICIO SEREY




Protoconsumo




I

En el equilibrado feng-shui de taberna, los narcocorridos
son mantras. En el orden aleatorio de los ebrios, el artista la
mano que limpia la mesa; pájaros de mal agüero que se
alimentan de las migajas de esta faena.


II

En el acto ceremonial de la fritura, un gesto con la ceja del
consecionario o es cortesía de la casa, o una orden
perentoria para el desalojo. Por otro lado, la mímica de
chuparse el bigote con la lengua, un llamamiento de
protoconsumo, u otra cosa mariposa.


De: “Escoriales”


MARGARITO CUÉLLAR




Bibliotecas



Mi biblioteca no contiene libros, contiene saltos de agua
Risas océanos donde respira el mar,
heridas luminosas que se quiebran, líquida forma de interpretar el mundo.

Mi biblioteca no tiene enciclopedias
sólo nombres de países remotos
Ninguna Parte, Babel, Aucarimántima.

En mi biblioteca no hay diccionarios
sólo libros en blanco ilustrados por preguntas.

No hay en mi biblioteca joyas de la tipografía
y sí computadoras que piensan por nosotros.
Si buscan a Dante hallarán una hoguera.
Si aspiran a un Borges se apagarán las luces
y un laberinto lleva al jardín de los senderos que se bifurcan.
No se lamenten si los pisan cuando busquen en la K de Kafka.

En vez de las obras completas de Eliot
un nintendo Wii:
Nietszche y su Hermana se Divierten.
El Doctor Freud en el Diván de los Insomnes.

En mi biblioteca Frankistein toma sangre de soya
y el Marqués de Sade, arrodillado ante el amor
pide perdón por vivir la época equivocada.

En mi biblioteca no hay libros, sólo contenedores de sueños,
manuscritos sobre barras de hielo, obras selectas del fuego,
antologías del aire.


MAYRA OYUELA




Escribiéndole una casa al barco



Esta casa vuela.
Su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines mas blancos de la locura.

Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
Aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.

Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura,
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.