Principio último de realidad
La
actual inapetencia que experimento seguro que hasta
los intersticios, esponjosas
cavernas, tiroides, el pulso
y la bestia, me vuelven más
intranquilo: que nunca. Cedo
al
hambre la pócima de miedo,
el
ancestral vestigio que me
viene por vía directa de mi
padre (timor mortis): la
pócima del tedio (todos los
libros leídos) (los que me
faltan por leer me son cada
vez más inanes) (anoche
boté a la basura, primera
vez en mi vida, ya era hora,
un
libro de un tal Makine):
deambulo leyendo (leo y
me
detengo) un poema
(me detengo y arranco
luego a caminar con brío)
de Ajmátova (regresa de
nuevo
el muermo) cerré
el libro: en parte me he
recuperado. Saco del
talego un bocadillo de
atún con lechuga, el
botellín de agua, la
pera
limonera magullada
(cuánto padece la naturaleza)
el rostro se me ilumina (tengo
hambre): me acomodo en el
ribazo, juncias, berro silvestre,
el olor insalubre me reanima,
el raudo huir de la araña de
río
me trae un recuerdo
concreto relacionado con
un pueblo cercano a Valencia,
ah Cullera. Mastico, por
omisión (empiezo por la
pera recién lavada por
segunda vez en el agua
apestosa que me hincha las
narices) el agua incomestible
del río: saltan liebres,
gazapos,
una Alicia atónita,
conejas
irrepetibles, naipes del
País de las Maravillas: escupo
(cuatro
semillas) a la vista surge
(palpable)
(aromático) el Árbol
del Desconocimiento. Válido.
Reitero
en voz alta a Ajmátova,
y tras la cadenciosa lectura a
voz en cuello, lúbrico, sólo
corporal,
la gazuza en su punto,
engullo. Es pez. Es trigo. Es era
y verdura. Jorge Manrique y
topacios, zafiros gongorinos,
las
broncas ganas evidentes de
Hita. Bebo. Y bebo. Tintas.
Aguas vírgenes. Del estero y
de la alfaguara. Manadero de
tintos
y claretes. Me voy a
hacer un bastón ahora mismo
y ponerme a deambular hasta
la hora en punto, sin otras
consideraciones, más allá del
crepúsculo y del alba ignota,
hora intercesora. Comeré de
la
mano de la yegua, beberé
de la gota que segrega del
verdín
el brocal. Ésta es una
resucitación, fulgor la piedra
donde me he sentado, la pupila
sometida y convertida en letra
(Ajmátova) la gana inusitada,
más
longeva que la inapetencia
del anciano. Hambre, hambre,
volveré a leer. Extracción
supina
(dentro del hambre)
de una gárgola de barro y
lana, resurjo recién emigrado,
cuajada la entrepierna, pantalón
manchado
(un vino generoso)
arias al aire, chorros intermitentes
de legañas, limpian en todo su
(blanco) anverso la oquedad.
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