Un hombre enterrado en las arenas del exilio
donde se hunden sin chistar mujeres rojas y
tiendas de lentas humaredas,
y una espada se empera y una silla en desuso.
Un hombre enterrado allí donde Tarafa ofrece
una
copa de vino, por las llamas del sol
que lo
despedazaron.
Y va a pique la mesa donde alguien escribió
moriré tal vez muy lejos de mi idioma
Y Artaud canta parado en un caballo blanco.
Surgías como hada en el silencio
de mi deseo amargo,
tu piel iridiscente semejaba
divina flor de mayo.
Mis ojos perseguían tu mirada
y el rumor de tus labios;
rompía los hechizos de la noche
con amorosos cantos.
La fiesta de las rosas perfumaba
tus adorables manos,
llegaba una brisa de nostalgias
hasta tus ojos claros.
Marina, las cosas te adornaban
como la hierba al campo,
yo buscaba caer en la prisión
de tus lejanos brazos.
Mi voz acompañaba la tiniebla
por entre candelabros
que después el proscenio revelaba
tan sólo eran retablos.
Duele saber, amiga, que las aguas
de ese bullente océano,
han dejado el salitre de tu cuerpo
en mis ardientes labios.
Seremos cual estrellas yuxtapuestas
por un dictado extraño,
hablando de cosas inconcretas
un lenguaje raro.
ú, llenando de magia y transparencia
te universo largo,
o, buscando llegar a tus oídos
n mi ruido de pájaros.
La fuente
Para Felicidad y Leopoldo, en recuerdo
de un día en Astorga
(...En la fosca
penumbra del jardín la fuente late!
L.P.
Al entrar, en la noche,
la seca fuente de color de yedra.
La fuente nunca vista, conocida
del país de los versos,
de los viajes sin años por las páginas.
Estaba seca. Sólo,
encima, unas macetas,
cuelgan sus tallos como muertos chorros,
haciéndola recuerdo.
Estaba seca. Sólo
polvo gris en su pila,
triste resto del tiempo.
Estaba seca. Sólo
es un cuenco de ausencia,
que hace al aire suspenso y temeroso,
no se sabe de qué,
como si alguien, de súbito,
se hubiera ido, o dentro hubiera muerto.
Y el niño melancólico de bronce
se olvida, con el paso interrumpido,
mira sin ver, medita...