"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 2 de octubre de 2025
NELSON ROMERO GUZMÁN
Alabanza del cerdo
El
cerdo es cortical, y a su vez cordial.
Todo él, del pozo del corazón a las orejas,
Nos heredó la capa grasosa del cielo.
Siempre, al filo de lo terrenal,
Se entrega sin remilgos a los cuchillos del carnicero.
El hocico es su órgano de conocimiento
Y sabe, mejor que los tratados, de las porquerías terrenales.
Para que los hombres lo comamos gustoso,
Todos los días purifica su carne en la charca con esta oración:
Oh, qué puro soy más allá de los pelos y el tocino,
No me le arrodillo a Dios para que me salve del carnicero
Sino que me ofrezco sin más a los cuchillos
Que ungen mi torrente de sangre
Para que mis bacterias alcancen la gloria
En el tripero insaciable del hombre, amén.
Su cuerpo es la más preciosa joya del martirio,
Es un San Sebastián provisto de rabo corto y de agudos
colmillos,
Pero a la hora de morir no ruega a nadie por su salvación,
No posa nada pornográfico como el santo desnudo
Frente a las flechas que lo atravesarán.
Las orejas del cerdo tampoco guardan ninguna lógica
Con las mórbidas colgaduras de los ángeles,
Pero podría coincidir con las criaturas celestes
En el venturoso sabor de la carne y en el martirio filial de
los olores
Todos sus órganos se vuelven funcionales a la hora de ser comidos,
Tan sabrosas sus glándulas que se diría que albergan
La dulzura de los proverbios y el agrio sabor de los pecados.
Hermano cerdo,
Gracias por volverme célebre
Frente a un plato repleto con tus costillas.
Entre las cosas hermosas al levantarme
Está el verte venir a trotecitos del corral, estoico y sucio,
Atravesando la niebla de los terrores humanos,
Pisando inocente el orégano que aderezará tus carnes.
Soy de los pocos que creen
Que Dios tomó barro de tu pocilga para hacer al hombre.
Gracias por haber alcanzado en las pinturas de El Bosco
Las más bellas imágenes de la Lujuria,
Sobre todo cuando abandonas de El Jardín de las Delicias
Untado de lodo y cielo.
Así ocupas no sólo el más alto lugar
En la escala de los apetitos, sino el más elevado pensamiento
Poético
Superior al que nos legó Octavio Paz en sus ensayos.
Lástima que termines vilmente en las recetas de cocina
Hecho bistec o solomillo.
Día tras día me crece la sospecha
De que eres Dios personificado
Haciéndose pasar por los inmaculados cuchillos.
Quizá nosotros, por la desgracia de querer saberlo todo,
Ignoremos ver en tu hocico el instrumento de la divinidad
Hozando para encontrar el corazón del hombre.
Gracias hermano, Gracias,
Por darnos el placer terrenal de glorificarte en el trincho,
Porque igual de inmenso eres
Con un poco de sal o con arándanos.
Tú mereces estas Gracias, cerdo,
Te doy mis cerdas Gracias.
JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS
Armarios
Mi
abuela tenía un armario al final del pasillo.
Un
armario océano,
de
madera brillante
y un
espejo en cada una de sus puertas.
Fue
el regalo de la madre de mi abuela el día de su boda.
Nunca
fui de vestirme con la ropa de otros
ni
de buscar máscaras en el maquillaje
-aunque
sí que le robé el perfume a mi madre
en
algunos días de fiesta,
a la
puerta de la iglesia.
Pero
aquel armario,
el
primer armario de mi vida
estaba
lleno de cajones,
y en
cada uno de ellos se escondía
una
historia familiar, un recuerdo de suspiros olvidados.
Mientras
mis vecinos corrían detrás del balón,
o se
escondían en el frontón para fumarse su primer cigarrillo
o
intentar completar el inexperto círculo de una caricia,
yo
me perdía en la geografía océano de aquel armario,
me
encerraba en el nuevo territorio conquistado
y
comenzaba,
en
un rito heredado,
a
abrir los cajones
uno
a uno,
poco
a poco,
con
la ceremonia
que
imitaba la del cura al alzar el cuerpo de Cristo.
Y
siempre descubría un nuevo tesoro:
una
carta
escondida
al fondo, debajo de los manteles de Navidad,
o
una fotografía de una sonrisa para todos desconocida,
de
un uniforme que nunca colgaba en las paredes.
Aquellos
veranos en casa de mi abuela,
dentro
del armario,
conservan
el olor a alcanfor y el silencio
de
las historias que solo unos pocos recordaban,
como
la mina de oro de la abuela de mi abuela,
de
la que solo quedaba el recuerdo de unas escrituras
olvidadas
en el último de los cajones del armario
-y
que un día convertí en una colección de sellos
y en
gritos de reproche de mis tías solteronas.
Mi
madre solo tenía un armario en su habitación.
Un
armario que desapareció en la primera mudanza.
Un
armario de madera barata y de cajones vacíos.
Los
armarios de mis casas siempre fueron pequeños.
Demasiado
pequeños para conservar secretos.
Armarios
que terminaron siendo empotrados,
como
ausentes,
prácticos,
que
compartían paredes forradas con los pasillos.
Armarios
sin espejos en sus puertas blancas, oscilantes.
Armarios
que,
como
mucho,
esconden
el misterio
de
un calcetín huérfano o de esa camisa a cuadros
que
siempre aparece en un rincón, con olores de infancia
y al
primer beso
nervioso
detrás
de los árboles,
con
la resina todavía fresca en la punta de los labios.
Y
poco más
puedo
decir
de
los armarios de mi vida.
Y
poco más
quiero
decir
ahora
que se han vuelto transparentes.
De: “El hombre que yo amo”
JUAN JOSÉ CEREZO MANCHADO
La tela
…rompe la tela de
este dulce encuentro.
San Juan de la Cruz
Has
rasgado la tela
que impedía este encuentro.
Manejaste mi mano
para romper la urdimbre
que había entre nosotros.
Mi cuerpo, que por siempre, custodiase mi alma,
se me antoja inservible
en esta nueva vida que dispones,
y, cual simple artificio,
sigue, ciego, tu voz,
sumido en la completa voluntad
de tus propósitos.
Al observar la tela desgarrada
un fervor me domina
y mi ser se diluye en tus aguas eternas:
-sin dejar de ser mío solo a ti pertenece-.
Ahora, no lo dudo, me acompañas;
un
milagro escondido se halla dentro de mí.
Tu presencia invisible me conforta
en cada nuevo paso del camino.
De: “El canto del Ney”
DARÍO RUIZ GÓMEZ
Poema del ausente
El
empañado juego de luces que enmarca la línea de la
carretera, parece de lejos, la señal de una invasión aérea.
Por lo tanto lo que me embarga es una sensación
que no es perplejidad ni ese cosquilleo que se siente en las yemas
de los dedos cuando presentimos que algo nos va a suceder
y no estamos preparados para evitarlo. La vida en el último piso de
los edificios tiene esas características, llegar a creer en las ventajas de la
levedad. Las fronteras del cuerpo y el espacio están categóricamente
fijados por la gruesa pared de cristal que nos recuerda que estamos
confinados y que no cabe escapatoria alguna. Son las normas fijas de la
propiedad privada. Ni siquiera el sueño se ubica en lo etéreo,
Ya que el olor de los ductos, de los electrodomésticos, destruyen
la ilusión de haber escapado por el territorio de las nubes. No
ocultamos la suerte de las criadas extraviadas en los ascensores,
los azares de las correspondencias que no llegan al usuario: cuando
han desaparecido los adverbios se ha borrado la línea del alba,
Ya no está la taza de café, la hoja en blanco que nos
Permitió vivir por vivir, soñar descaradamente con las nubes.
DORA ALONSO
Pinocho
—¡Hola,
Pinocho!, ¿qué haces ahí?
—Busco una joya que ayer perdí.
—Dime, Pinocho, ¿que joya?, di.
—Un pedacito de mi nariz.
JUANA BORRERO
Reve
Su
voz debe ser dulce y persuasiva
y soñadora y triste su mirada…
debe tener la frente pensativa
por un halo de ensueños circundada.
Su
alma genial, cual pálida cautiva
de un astro esplendoroso desterrada,
sueña con una nube fugitiva
y con el traje de crespón de un hada.
Cuando
la ronda azul de los delirios
disipa sus nostálgicos martirios
borrando del pesar la obscura huella,
él
se acuerda en la noche silenciosa
de aquella virgencita misteriosa
que dejó abandonada en una estrella.
