"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 14 de diciembre de 2025
ANA ROMANO
Distracción
Desgaja
la
luna
el
deseo
La
vanidad se atrinchera
en
los manzaneros
Distrae
la ficción
un
balido mortecino.
MATILDE ESPINOSA
Mi
sombra
Como
si
un viento grande agitara sus ramas,
mi
sombra
es lo mejor que va conmigo.
Es
mi
segundo juego
lo
mismo
que el payaso
batiendo
su cabeza contra el suelo.
Mi
sombra
es
casi hermosa
en
las
primeras horas cuando el sol
igual
que
una joven
alta,
delgada y fina nos cautiva.
Mi
sombra
es
una abuela vacilante,
nada
tal
vez cuando la noche llega.
GERMÁN ESPINOSA
Canción
baladí
Cangrejo,
cangrejo.
De azul pintado
te ves tan viejo.
Marchas
de lado
por el espejo,
cangrejo.
PEDRO GEOFFROY RIVAS
Ay,
Tata Feliciano Ama
¡Ay,
Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
Tus duros labios callaban
con tan tremendo callar
que los mismos que te odiaban
no te podían mirar
y hasta el alma temblaban
cuando te iban a colgar.
Los que de la cuerda halaban,
¿cómo pudieron halar?
Cuando tus ojos miraban,
¿cómo pudieron halar?
Pues si tus labios callaban,
¿cómo pudieron halar?
Tus hondos ojos hablaban,
¿cómo pudieron halar?
Si hasta el alma temblaban
cuando te iban a colgar,
los cobardes que te odiaban,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
De Tutecotzímit venía
tu sangre en terco golpear,
tu altivo mirar tenía
profundidades de mar.
¿A qué acento respondía
tu despiadado callar?
¿Qué amanecer presentía
tu incansable batallar
en el alma de ese día
cuando te iban a colgar?
Si el alto volcán rugía,
¿cómo pudieron halar?
En el alba de ese día,
¿cómo pudieron halar?
Si de tu raza bravía
todo el tremendo callar
en tus ojos refulgía,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
¡Ay, Tata, qué pena dura!
Pero no voy a llorar
junto a tu muerte madura.
Tu nombre voy a gritar,
tu nombre de fruta oscura,
tu verde nombre de mar,
y tu semilla segura
en mi canto he de llevar
hasta la tierra madura
donde la ha de cultivar
otra mano firme y pura.
Pero nadie va a llorar
por esta pena tan dura,
¿cómo pudieron halar?
Si en tu muerte se asegura
la firme semilla oscura
de otra vida digna y pura,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata, qué pena dura
la que hoy me hace cantar!
¡Ay, Tata, fruta madura,
nunca te podré llorar!
FRANCISCO ANTONIO GAMBOA
Wagram
Exangüe
junto al muro que ha temblado
al terrible fragor de la batalla,
un sargento imperial yace postrado,
herido por un casco de metralla.
Mustio…
descolorido… jadeante,
y empapado en su sangre el cuerpo inerte,
¡con qué horrible verdad en su semblante
se retrata la angustia de la muerte!
Como
gotas de plomo, lentas ruedan
por sus hondas mejillas demacradas
dos lágrimas ardientes que se quedan
en los bigotes rígidas cuajadas.
Es
que allá, de la Francia bajo el cielo,
hay seres que por él dolientes lloran
sencillas almas que con santo anhelo,
“que volvamos a verlo” a Dios imploran!
Como
de airado mar, sordos rumores
se alzan de la llanura en los confines;
Redoblan los históricos tambores
y resuenan los épicos clarines. . .
¡Es
Napoleón que pasa! El abnegado
noble guerrero a quién la muerte hiere,
irguiéndose de júbilo inflamado,
“¡Viva el Emperador! “ exclama. . . ¡y muere!
RIGOBERTO GÓNGORA
Eran
los días tristes de mi mugre
Abrir
estas páginas no envilece la piedad del lector que duerme a pierna suelta, con
una bomba en la mano.
Nada
es oficial en el área en que nos desenvolvemos, todo es algo así como un
incendio que quema y purifica los timbálicos metales de la rosa.
Madrugadas
tristes como aquella en que mi padre lloró y al día siguiente supo que yo había
muerto.
Sonrisas
falsas quebraron el pavimento de mi madre y una cosecha de dientes penetraba en
el silencio.
Los
humos, el humo, el humeante cigarrillo de las moliendas cercanas a mi pueblo
dominan a un campesino dormido y comiendo algo así como soles dorados en su
espalda.
Rompimiento
de bloques que revientan la imaginación y que en un rato de cólera destrozo.
Todo
era trastos viejos en el sillón aquel de la esperanza turbada por motivos
pueriles, que adolecían de vástagos ingenuos y fetos injertados en la
conciencia.
Concavidad
craneal la de los perros que duermen acechando el hueso del hartazgo y
fenecidos sueños se remolinan en sus alrededores.
Y se
creía un héroe aun siendo payaso; le decían el héroe de las risas infantiles de
gente añeja y vencida.
Y se
creía un hombre arrastrando hasta su cuarto vírgenes húmedas de pan y sexo. Y
creía en el poder de los guerrilleros que cortaban caña en los campos de La
Habana.
Y un
quebradientes creía ser también cada noche de boxeo inesperado, o qué sé yo, un
cliente mal pagado que al calor de las copas derramaba lágrimas de versos
quemantes en un insospechado movimiento de poeta bastardo.
En
fin, era un gran amante.
Amaba
las paletas de palitos Foremost para pintar los ojos verdes de su
dueña que le hizo creer gran acierto de la burócrata y peluda maledicencia, de
la embajada cultural de aquel país chiquito donde vivían las hormigas que
picaron muy fuerte, e hicieron derramar la sangre de los muertos que en marzo
querían reventar la primavera de aquel año en que los gorilas se hicieron
vampiros.
Todos
eran bastardos, hasta el sol que desmelechaba sus risas perdidas en el fondo de
un barril en el que se destinaban las sobras del ejército.
Todo
era temor; aun como la pálida canción de la alegría, o la novena sinfonía de
Beethoven.
