Ay,
Tata Feliciano Ama
¡Ay,
Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
Tus duros labios callaban
con tan tremendo callar
que los mismos que te odiaban
no te podían mirar
y hasta el alma temblaban
cuando te iban a colgar.
Los que de la cuerda halaban,
¿cómo pudieron halar?
Cuando tus ojos miraban,
¿cómo pudieron halar?
Pues si tus labios callaban,
¿cómo pudieron halar?
Tus hondos ojos hablaban,
¿cómo pudieron halar?
Si hasta el alma temblaban
cuando te iban a colgar,
los cobardes que te odiaban,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
De Tutecotzímit venía
tu sangre en terco golpear,
tu altivo mirar tenía
profundidades de mar.
¿A qué acento respondía
tu despiadado callar?
¿Qué amanecer presentía
tu incansable batallar
en el alma de ese día
cuando te iban a colgar?
Si el alto volcán rugía,
¿cómo pudieron halar?
En el alba de ese día,
¿cómo pudieron halar?
Si de tu raza bravía
todo el tremendo callar
en tus ojos refulgía,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
¡Ay, Tata, qué pena dura!
Pero no voy a llorar
junto a tu muerte madura.
Tu nombre voy a gritar,
tu nombre de fruta oscura,
tu verde nombre de mar,
y tu semilla segura
en mi canto he de llevar
hasta la tierra madura
donde la ha de cultivar
otra mano firme y pura.
Pero nadie va a llorar
por esta pena tan dura,
¿cómo pudieron halar?
Si en tu muerte se asegura
la firme semilla oscura
de otra vida digna y pura,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata, qué pena dura
la que hoy me hace cantar!
¡Ay, Tata, fruta madura,
nunca te podré llorar!
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