martes, 7 de marzo de 2017


ANIBAL NÚÑEZ




Hermosas ninfas que en el río metidas...



"Hermosas ninfas que en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de Vidrio sostenidas..."

...echad la llave no salgáis ya más a la ondulada piel de
la corriente grabad deprisa y para siempre el rumor de
las aguas -hoy contar podéis con aparatos de alta fidelidad-
haced acopio de imágenes de márgenes -sugiero que utilicéis
color en vuestras fotos- encerraros por siempre en
la morada dondo el jaspe sustenta diamantinas bóvedas
                  daros prisa mucha prisa
                  que vamos a soltar los sumideros
                  y el río sera ya en pocos segundos
                  dominio de la espuma detergente.
Y
seguirán diciendo es primavera
diciendo es primavera seguirán
es primavera seguirán diciendo es
lo más seguro pese a todo.


ANTONIO MACHADO




Retrato



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


CINTIO VITIER




Preludios



1

Al despertar el primer gesto es para ti,
oh voluptuosidad perdida,
sacando de la luna y de los muros que se unen
como la flauta silenciosa del bastardo,
en las hojas lejanas una sílaba intacta.

Una hoja soplando su ventura
en el peso de la noche que desprende los espacios
como la sal de su cuerpo el que mira al horizonte,
y allí la renuncia de los días más amados
cayendo hacia el espejo donde el viento no se oye.

Los amantes aún dormidos como astros
que pierden los poderes de la duda
y se vuelven un lúcido paisaje testifican
el abandono de los sitios de dulzura, la paciencia
tirada junto al mar como un escombro.

Yo pregunto por ti,
oh voluptuosidad perdida,
y es la piedra de esplendores insaciables
lo que toca mi paladar como si yo me uniera
con el blancor del ave que remonta.


2

¿Cómo empezar, olvido, si el ave no ha empezado?
¡Rompe los textos silenciosos de la brisa,
la nieve de la noche cuando el cuerpo desnudo se le escapa
y amanece otra tela resonando en otra playa!
¿Cómo nombrar la vida con el humo,
la sangre con la calma vacía de los vastos almacenes
o con la humedad rosada que era la noche de la luz?

¡Rompe la piedra salvaje para mi tacto,
la risa del salado amanecer para mi vida
de lentitud igual a la celeridad del fuego!

¿Dónde ceñir el frenesí desierto
y los hogares a lo largo de la costa pálida mordidos
por una bestia más tranquila que la noche?
¿Cómo empezar, olvido, si tú jamás acabas?

3
Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres
            grandes y pálidas
oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado.
Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción
            clara y sumisa,
los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el
            firmamento vacío.

Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las
            islas felices,
un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.


4

Allí donde la vida es la palabra ya en desuso,
la palabra del detritus y el silencio
que olfatean los perros, que desuella la luz
sentenciosa y delirante como ultrajada madre;
allí donde maduro el arlequín
disfrazado de tiempo y de mendigo
mira al caballo que resbala en la calle húmeda, sonríe
vagamente al nacimiento de un sonido
que es el sol de los ancianos,
yo miraba el arco de la medialuna y repetía:
voy a morir como la flor.

El mar a lo lejos aún suspira
fatigosamente incorporándose y cayendo en la penumbra.
Y el rosa desabrido que levanta
una página delgada y polvorienta en la memoria,
velado y hosco el mediodía, remolino de su bestia pura,
las tardes de redes y de viento como flor de espacio,
aún me imponen la dulzura de sentir
la palabra del escándalo saliendo de las últimas bujías
que batallan con la respiración del tiempo entre las rocas.

«Voy a oír como la flor», y contemplaba
las desérticas mujeres que barren y resisten
hasta que sus ojos alcanzan el esplendor de la luna
y un carruaje silencioso rompe ante sus labios la ciudad
            remota


5

Más rápido que yo mi sueño avanza
como el río cuya lentitud era la vida.

Está el abrupto atardecer fijo en mis ojos
con ese arabesco en el vacío hiriente
de las nubes borrascosas y rosadas que se rompen,
con ese voluptuoso arder de la ignominia en la dulzura
que me atraviesa disfrazado de mujer y ave.

Pero el sueño se detiene un instante desgarrador en otro
            mundo
y canta como la luz, más desierta que el tiempo.

«Abridme las puertas de los días quemados
para que al fin yo estruje la rosa salvaje en el patio marino,
para que al fin yo atraviese una calle baldía del mundo
y conozca la playa infernal donde un niño está cazando,
con un hilo imposible, soledades, cangrejos.»


6

Estalla la ola en arrecife
que sale de la noche como deslumbrante sílaba
de la palabra que me apresa. El tiempo
de la flor está pasando
en el hogar cerrado, en la mansión vacía
de memoria.

¿Qué palabras,
qué vírgenes de sueño y de sonido
resistirían el contacto de una gota de este mar
o el soplo del espacio despertado? ¿Qué argumento
-aun aquél, ilegible, con que el hombre
quema la eternidad de su deseo en una calle
fabulosa, mordida por la nada- y el escándalo en sus ojos
le deslumbra la historia?

Mi soledad entretejida
por el iris fugaz del imposible
con la gloria de las bestias absolutas en el agua y en el viento,
abre el frío desierto de los nombres.

Afuera está el tesoro, vivas alas de olvido,
fauces totales de la lejanía.

El tiempo
de la flor está pasando; la ola estalla,
otra vez, en lo oscuro.


JENARO TALENS



  
Meditación del solitario

                                                                          A Vicente Granados

                   las entrañas heladas tomaron poco a poco en piedra dura.
                                                                                          Garcilaso



I

La frágil tranquilidad de un hombre solitario
tiene a veces la forma ondulada de un cuerpo nunca poseído.
Nada es entonces tan desoladamente triste
como el silencio que mana de sus ojos;
nada tan profundamente comunicable
como ese gesto inconsciente de vida incorporada a la tierra
que envuelve la inmovilidad de su humano abandono.

(Quien no ama, no avanza. Permanece sin nombre.)

Sentado, el hombre mira su soledad,
que una interrogación finge y deshace
sobre un horizonte sin frontera posible.

A veces ser respuesta no sirve, nos limita.
Nadie puede
sobrepujar esta invisible y cálida pared
que la espuma corona.

Labio de par en par, una ola fluyendo
como un sonoro beso sobre la arena estalla,
y en nítidos cristales
su insinuado fuego se rompe y desvanece.
¡Qué oscuridad! La noche. ¡Qué olvidada
su apenas blanca sensación de nube!

El viajero medita.
Sobre el oculto pensamiento ondea
su cabellera lacia. El mar, el mar.
Y la palabra el labio nunca expresa.
Es un continuo ir
y regresar, crecerse
como en cascada: el mar,
inacabada eternidad, silente, renacido.

Sin escuchar la temeraria voz de la arena, el hombre luego
se alza. ¡Qué ruidosas
sandalias! Cuando avance
su delicado pie rompa la espuma
su estar quieta, o allí, sobre las rocas
lentamente apagándose.

Junto a la hiriente grava
hay sombra. Puede verse
que la verdad más cierta a veces choca
contra un muro de agua, donde un día
la libertad se escribe, y luego un golpe
de mar lo borra bruscamente.

¿Dónde ahora la espuma silenciosa
que el horizonte envía hasta su mano?
Tiembla en el aire un polvo de ceniza
recién caída de lo alto.


II

Henos aquí, de pronto,
frente al espejo. Cae
la luz y los perfiles
se desdibujan, arden
sin existencia. Blanca
superficie -fugaces
los límites- devuelve
una sombra: la imagen.
Sombra y más: soledad
sin origen. Es grave
la expresión y un vacío
se asoma por el valle
desierto de los ojos.

(Qué inhóspita esta cárcel,
mudo cristal sin tiempo.)
Una arruga nos hace
más humanos, espíritu
sin medida, el instante.

Alrededor el mundo,
silencioso paisaje
de tristeza, se alza
sin amor. El ropaje
con que al mirar vestimos
nos aísla. Se esparce
en torno, como un don,
nuestro existir, e invade
sin poseer. Y es tarde
para iniciar de nuevo
la andadura. Distantes
nos contemplamos: dioses
del universo. Y cae
la luz y los perfiles
se borran y no hay nadie
ni nada. Sólo el hombre
y sus dos realidades:
la soledad, la muerte,
turbio río secándose.

Henos aquí. Buscábamos
la brevedad, el trance
de la vida al amor.
De pronto nos invade
el misterio. Miradnos.
En nuestro pecho yace
la tristeza. Ya somos
humanos, perdurables.


De: "Víspera de la destrucción"



JOSÉ ÁNGEL VALENTE




El temblor



La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.

Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.

Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.

La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.



JOSÉ LUPIÁÑEZ




Pendiente del amor



Yo rodaba a tu suerte por la ladera abajo,
éramos un ovillo, una hoguera encendida;
dos cuerpos que rodaban desnudos hacia el valle,
carne fresca y elástica que el amor había herido.

Recuerdo que las risas no nos importunaban,
ni las zarzas que ansiaban dejar huella en tu muslo.
No importaba la luna, monedita de plata,
ni el cri cri de la noche con mil grillos despiertos.

Yo te amaba a mis anchas, porque así lo pedías,
eras dona en su juego, danzarina imprevista;
carne prieta y rotunda que abrasaba mis manos
o, de pronto, tigresa con sombras a la espalda.

"Ven aquí", te decía navegando en tu hondura.
"Ven aquí", cuando tu alma me mordía en la boca.
"Estos brazos tan bellos no podrán retenerme"
y más firme ceñías contra mí tus caderas...

En la noche de agosto, cuando Virgo es quien rige
dos cuerpos enlazados la floresta perfuma...
Arriba las ruinas son emblema emisario
de un amor que se sueña ser eterno en el tiempo.