viernes, 20 de octubre de 2023


 

ANA ROMANO

 

 


 

Estampados

 


Aunados primero los pinceles

acurrucándose en un aroma

es como danzan luego en los estampados

de un soplado cielo.

 

AIXA RAVA

 

 

 

Estarse vacía

 

 

Se me van los recuerdos de ese suelo
y con ellos
un poco me voy,
un poco me pierdo.
Y quizás
yo tampoco quiero
perderme de a poco en este tiempo.

 

Primero fueron los olores.
Aquel perfume dulce y viejo
que moraba en un tapón
de frasco sin cuerpo.
El olor de la tierra y de los troncos,
de las flores del jardín de casa,
el olor de mi cuarto, de mi cama.
No hay olores de toda esa pequeña infancia.

 

Tampoco junto las piezas del barrio donde vivía,
el dóberman de la vuelta, los gatos de la vecina.
Había extremos y aridez en las aristas
tierra y cemento helado, ñires
barbados, lejos,
y mucha sal en el viento —ese sabor sí que había.

 

Se me van los recuerdos,
qué ironía,
tanto quise que se fueran
y hoy me extraña
como si pesara la ausencia
este estarse vacía.

Con la barcaza se aleja,
mi niñez de isla.

 

De: “Barda”

 

ALFREDO HERRERA FLORES

 

  

 

Dónde una puerta

 



Una profunda tristeza, como un dolor agudo
en delicada piel, un penetrante sonido, metálico, duro,
constante, capaz de llevarte al delirio
hasta convertirte en un ser insomne.
Dónde una puerta,
un jardín, una fuente, un árbol, una ventana abierta,
una cama, un vaso con agua,
un cuerpo con voz y textura de bienvenida,
un cuerpo dispuesto.
Mi voz enrojecida y mi cuerpo obstinado.
La muerte no verá mis ojos, sin embargo.
La estrella más antigua se posará en mi sombra descansada.
La mirada díscola me exonera de la simpleza.
Andando la tarde se alcanza la muerte, también.

 

 

EDUARDO MOGA

 

 

 

Poema II

 

 

Caía como los reos, sembrado, quieto en las horas,
con los pies enloquecidos. Veía ascuas silenciosas,
savias incrédulas, nortes que morían entre sombras
de cuerpo pidiendo líneas. Sólo intangibles palomas
oyen la sangre que nunca naufraga, el níveo idioma
que completa los muñones; sólo lejanas gaviotas
construyen la luz sin nombre, la madera dolorosa
que desata las pupilas; sólo el tiempo levanta olas
sagradas, piedras en flor, enamoradas leonas:
seres que niegan la arena, certidumbres que derrocan,
como una hoguera de carne, los más sólidos aromas.
Sin otra función que el beso, arroyos y areolas
impiden que el tiempo muera y, arrepentidos, lloran
como si el humo estuviese preñado de amapolas.
El mar tiene ruedas; surcos, el cielo; madres sonoras
irrumpen en las ciudades para que no queden bocas
a oscuras, para que el trigo, como un símbolo, no rompa
su intermitente sepulcro. La cristalina cebolla
posee memoria; el páramo se hace blanquísima loma
cuando se desnuda el aire; incluso el chacal y la orca,
que nunca han visto el asfalto, saben que el hombre es todo hojas,
que sus bienes, desmentidos por el viento, tienen forma
de pánico. Caminando hasta la encendida aorta,
lo creado inspira ríos iguales: se hace indolora
la hulla, cía el aire, el ave es un leve latir. Toda
la mar es centro, y la sangre, acuchillada, remonta
los peldaños de la música hasta que una aureola
de polen le da su lógica, la longitud de sus normas.
En su propio cataclismo hallan su inicio las cosas.
Los eucaliptos comprenden qué circular es su ahora.
En las naranjas hay fuego, fuego de ropas furiosas,
fuego lateral y abierto. Las larvas son una sola
herramienta, que difunde la luz del sueño. Las rocas
se transforman en crisálidas. Quienes viven ya no adoran
ni los campos homicidas ni las heces de la alondra.
La harina es celebración, estiércol vivo en la copa.
Atrás, bocas incompletas, bestias que agonizáis, hondas
como los dientes, entre urnas de bellísima ponzoña;
acabad también vosotros, indolentes hematomas.
Que las piras no procreen. Que el pulmón sólo recoja
los solitarios fractales de la vulva poderosa;
así renacerá el viento y sanará la luz rota;
así la sangre olerá a mirada y las antorchas
revivirán lentamente, como intactos axiomas,
bajo el callado metal del útero y de las rosas.
Está escrito en la hierba: es necesaria la aurora
para que no muera el cielo; son necesarias las horas
para que sobrevivamos al hierro. Los que enarbolan
agua y fuego en polémicas nupcias, leche tenebrosa,
que digan por qué nacieron, por qué jamás abandonan
su sanguíneo misterio. En el centro de una gota
está el cosmos; en el alma de una máquina, redondas
cordilleras; en el luto más blanco, ríos que imploran
un abrazo, una mirada; en una breve corola,
memoria, y montes, y sol, y clavículas absortas
en su propia oscuridad. Qué único el mundo, qué hermosa
la mujer que se divide, cómo intercambian las lobas
sus placentas vulneradas, cuántos pétalos, qué rojas,
qué precisas las cesáreas. El plástico se transforma
en un lúcido detritus. Se repliega la carcoma
hasta sus nidos aéreos. Una lengua luminosa
enseña cómo ignorar las quemaduras que asoman
entre tanta desnudez, entre tan ardua caoba.
Todo ha encontrado su rostro. La creación es una oda:
ceniza en cuyas esquinas selvas de pájaros brotan.

 

 

JOAQUIN SABINA

 

 

 

 

Alrededor no hay nada

 


 

El moño, las pestañas, las pupilas,

el peroné, la tibia, las narices,

la frente, los tobillos, las axilas,

el menisco, la aorta, las varices.

 

La garganta, los párpados, las cejas,

las plantas de los pies, la comisura,

los cabellos, el coxis, las orejas,

los nervios, la matriz, la dentadura.

 

Las encías, las nalgas, los tendones,

la rabadilla, el vientre, las costillas,

los húmeros, el pubis, los talones.

 

La clavícula, el cráneo, la papada,

el clítoris, el alma, las cosquillas,

esa es mi patria, alrededor no hay nada

 

 

LILA CALDERÓN

 

 


Epílogo

 


La belleza desploma, ataca, despierta
llama como un moribundo y luego se disfraza           huye
Pone obstáculos. Se cuelga precios.
Te engaña.
Es una simuladora.
Es como una mujer fatal.
La poesía.
Y no creo que se siente en las rodillas de nadie.

 

 

De: “Animal cautivo”