jueves, 20 de junio de 2013

CARMEN MATUTE




Amado



Fui agarrándome de ti,
de tus ojos,
campanarios llenos de palomas,
y tu pecho
encendido como un lucero sólo.

Caminé desesperada
en los senderos
trazados por tus venas
y me así
a tus riñones
y testículos,
a tus orejas
y tu lengua.

Golosa
bebí con gratitud
láudano en tu boca
y me detuve
por siglos en tu sexo:
lo exploré
con soles diminutos
nacidos en las puntas de mis dedos
y cárdenos frutos mancillados.


Copié tu mirada,
doblé tu risa,
y lúbrica mordí
tu agonía con los dientes.

JOSÉ MARÍA EGUREN





La niña de la lámpara azul

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.



JORDI VIRALLONGA




El delirio de Patrizia



Mira mis brazos, se cubren de neón,
abarcan la luz nocturna de los barrios y aeropuertos;
ese esparcimiento de órbitas tardas en peceras de cristal,
zona a zona,
planta a planta, la cometa de ascensores.

Mira mis ojos, todo lo ocupan
-más inmensos que el iris de la noche,
que la luz de la bahía resguardada de los puertos-,
derramados en la incógnita inicial del horizonte,
donde están los sueños todavía por crear.

Mira mi sexo,
mira su longitud cavernal
recibir la láctea dispersión de caminos boreales.
Mira mis piernas levantarse por encima de las patrias,
apuntalar la tierra, embovedar planetas,
también la lejanía ignorada,
de océano a océano,
piedra a piedra, el malecón de asfalto.

Mira mi huella pisar las calles,
sombrear la estela de los faros autónomos en los escaparates.
Mira mi pecho, imagina la nada impensable
y amnistía tu legítimo deseo.

Mira hombre mi ansiedad,
el húmedo filtro que atraviesa los cristales,
la perfecta distribución de las horas, las luces,
el sugestivo encaje de los vientos
y alza sobre mí
la dispuesta obscenidad de tu semblante.
Levántame los diciembres, el cristal vaporoso,
la línea suburbial donde acaba tu viaje.

No respondas al teléfono, es gerencia:
mira seis veces mi ropa,
acércame las sales, esa colonia agreste.

Déjame descansar y el mundo será nuestro,
también el baño de alto standing, estatura brutal,
y el dúplex de porcelana en que te espero.



ÁLVARO SOLÍS




La espera


Para Antoni Marí


Desde el fondo de la soledad y aún más de la desdicha,
si es dado que una ventana se abra, se puede, asomándose a
ella,
ver, pues que andan lejos e intangibles, a los
bienaventurados.
María Zambrano


Siempre estamos solos, el mundo no existe allá afuera,
ni la apretujada multitud, ni los campos, ni los bosques,
ni las playas propicias para el sosiego.

Cuando asecha el sueño o la esperanza o el dolor,
estamos solos, nadie nos espera de vuelta,
nadie recuerda nuestros mejores momentos;
(nuestra fugaz parcela de felicidad.)

Cuando asecha el insomnio o la incumplida promesa o la fe,
cerramos los parpados como para dormir
y la memoria repasa con precisión los despojos del día,
porque estamos inquietos y reinicia la mañana en sus vendimias ásperas,
su duermevela en todo lo que está al alcance
entre los sueños infantiles y la reumas de la vejez.

Cuando estamos en medio, miramos hacia atrás sin remordimiento
el paso del recuerdo que no produce temor,
reconocemos el odio,
negamos abrir los ojos porque ha sido insuficiente la noche
y escuchamos el mundo que nos llama,
su ayuna indiferencia, sus trajeadas prisas,
los desocupados asientos de la fortuna que se han alejado del todo
aunque sigamos tan solos, aunque sigamos tan solos,
aunque sigamos tan solos y solos y solos, como para morir.




DELMIRA AGUSTINI




Tu boca


Yo hacía una divina labor, sobre la roca
creciente del orgullo. De la vida lejana
algún pétalo vivo voló en la mañana,
algún beso en la noche. Tenaz como una loca,

seguía mi divina labor sobre la roca,
cuando tu voz que funde como sacra campana
en la nota celeste la vibración humana,
tendió su lazo de oro al borde de tu boca;

-¡Maravilloso nido del vértigo, tu boca!
Dos pétalos de rosa abrochando un abismo...-
Labor, labor gloriosa, dolorosa y liviana;

tela donde mi espíritu se fue tramando él mismo
tú quedas en la testa soberbia de la roca,
y yo caigo sin fin en el sangriento abismo!


ROCÍO CERÓN




Habitación 413



Que nadie contradiga cuan abierto es el deseo
de estar así, bajo las sábanas de otoño,
mirando destejer del día a las sombras.

Que nadie ose (no mientan, no sean púdicos) decir
que en este lecho de herido no hay gozo,
lascivia, encantamiento.

Que nada irrumpa tan excelso instante, que nada evite
el contacto de la gasa sobre el cuerpo.

Que nadie venga
(¡cómo no odiar a las visitas y sus lánguidos consuelos
y su encendido morbo por la muerte!) a escuchar
la respiración atrofiada, el quejido
-una y otra vez, una y otra vez-
de dolor profundo, oculto.

Que nadie mire este despojo de hombre
-ya flor, ya hierba, ya esqueleto-
agitándose en la arista del recuerdo,
intentando guardar las mieses, el sudor,
la breve valentía de ser presa.

Que nadie roce sus labios, manos,
que nadie toque nada.

No recorran esta habitación, esta ciudad cercada,
huelan sólo la fragancia del espino.