La
espera
Para
Antoni Marí
Desde
el fondo de la soledad y aún más de la desdicha,
si
es dado que una ventana se abra, se puede, asomándose a
ella,
ver,
pues que andan lejos e intangibles, a los
bienaventurados.
María
Zambrano
Siempre
estamos solos, el mundo no existe allá afuera,
ni
la apretujada multitud, ni los campos, ni los bosques,
ni
las playas propicias para el sosiego.
Cuando
asecha el sueño o la esperanza o el dolor,
estamos
solos, nadie nos espera de vuelta,
nadie
recuerda nuestros mejores momentos;
(nuestra
fugaz parcela de felicidad.)
Cuando
asecha el insomnio o la incumplida promesa o la fe,
cerramos
los parpados como para dormir
y
la memoria repasa con precisión los despojos del día,
porque
estamos inquietos y reinicia la mañana en sus vendimias ásperas,
su
duermevela en todo lo que está al alcance
entre
los sueños infantiles y la reumas de la vejez.
Cuando
estamos en medio, miramos hacia atrás sin remordimiento
el
paso del recuerdo que no produce temor,
reconocemos
el odio,
negamos
abrir los ojos porque ha sido insuficiente la noche
y
escuchamos el mundo que nos llama,
su
ayuna indiferencia, sus trajeadas prisas,
los
desocupados asientos de la fortuna que se han alejado del todo
aunque
sigamos tan solos, aunque sigamos tan solos,
aunque
sigamos tan solos y solos y solos, como para morir.
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