"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 24 de febrero de 2025
TOMAS TRANSTRÖMER
Me
ve la muerte:
problema de ajedrez.
Ya lo ha resuelto.
Versión de Roberto Mascaró
ANNE CARSON
Podrías 1
Si
no eres la persona libre que quieres ser, busca un lugar donde puedas contar la
verdad sobre ello. Contar cómo te va con todo. La franqueza es como una madeja
que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado.
Podrías susurrar de cara a un pozo. Podrías escribir una carta y mantenerla
guardada en la gaveta. Podrías escribir una maldición en una cinta de plomo y
enterrarla para que nadie la lea por mil años. No se trata de encontrar un
lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La
casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más.
Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos
que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía,
y
todo lo remata con un gesto
tan privado y preciso como su propio nombre.
RICARDO CARBALLO
Elegía veneciana
Me
podéis borrar del Libro de Oro,
mis compatricios.
Hace tiempo que no pienso si el Turco sube o baja,
y mis buques están anclados en el muelle.
No
me tienta ocultar mi calva
bajo la tiara de dogo.
Un cuerno y un ropaje largo no me preservarían
de los arañazos de tantos senadores.
Que
otro celebre sus nupcias con el mar.
La boca de esa esposa es demasiado amarga.
Me prefiero soltero, libre de tal belleza,
que derriba cuando quiere y traiciona a sus hombres.
Tú,
Fóscari; tú, Dándolo; tú, Loredano, me mirais
sin duda con el horror con que a un hermano perdido.
Quizá tengo sangre de algún Otelo ignorado,
y mi tono no es originario de Aquilea.
No
me retratarán Bellini ni Tiziano;
oscuro moriré, pobre gallo olvidado.
Pero veo al mar royendo las piedras de Venecia,
y encuentro triste el carnaval de la vieja Serenísima.
JESÚS HILARIO TUNDIDOR
El circo
I
HOY,
acurrucado y triste,
único, solitario,
envilecido por la carne, amarga
la última residencia de mi corazón,
bajo la lona, bajo
el alto mundo de la estrella,
hundida el alma, rota
la hacedura de Dios, corvo, torcido
en el polvo estelar de la memoria,
hoy,
como un día cualquiera,
me he puesto a contemplar sin saber cómo
este río del circo de la vida.
II
Por
de pronto la luz.
Hay que salvarla. Ved
que pueden descubrirnos
y entonces, nada, todo
sería preparado a nuestra altura
y ella, la elemental,
es una dádiva de amor y crea..
Por de pronto la luz:
Qué bien los tigres
vivirían sin ella oteando la sangre
en el acecho desde la alta rama a la costumbre
antigua del puro, manso ciervo en el arroyo.
Los tigres, los feli-
ces de Dios, los elegantes
conjurados, la raya
indómita, la tierra en pie de fiera.
Pero, ahí, ¿qué rugido
educado, cuáles sombras
sin miedo, selva férrea?
¿Escuchas? No es el combate,
el gamo presto, ¿nadie
te disputa la presa?
Tú podrías…
Alta la luna arrastra
selvas en celo, confiadas hembras.
¿Quién hijo, tigre, te ha lamido la sangre?
III
Siempre
pensé que acaso
fuese la infancia lo primero, lo
elementariamente necesario.
Niños: nunca
os saquen las casillas.
Los circos sí, para los hombres tristes,
vosotros con mirar o con las tardes
de los domingos, todos
tenéis bastante, sobran
los papelillos de colores, rojo,
blanco, azul celeste, oro
falso, deshojado verde; y los platillos.
Celestial arco, amargo viento barre
la vida, soplan
aires contrarios. Nada
puede darnos consuelo.
IV
Oh
júbilo, oh inocencia,
¿esto es el hombre? Enano
bullidor mientras se cambian
los tinglados del cerco. Vedle
consolando, perdiéndose,
eunuco vil de masas, tan crecido
ahora con su engaño,
centro mentido… Bullen
los colores del odio, siembra
su falso pan de la alegría.
Sí, la inocencia en ese pelotón de mil colores
como en aquella copla de los pueblos:
“Ahora,
al fin de la jornada,
cuando la tumba me espera,
he aprendido que la dicha
sólo existe en la inocencia.”
Pero
esto no es el fin ni es el principio.
Como la tumba, un acto más, un paso más
hacia ninguna dicha, aunque uno siempre
jamás esté seguro para nada.
Más alguien hay, miradlo:
diariamente afila
sus cuchillos. Y está aquí, con nosotros,
entre nuestra aventura, en ella misma
pero
¿podríamos hacerlo,
debíamos jugarnos nuestro pulso?
V
Sólo
el alambre: Algo
puede ocurrir al hombre, algo que nunca
en peso de balanza esté preciso.
Aunque ese ronco zumbo
de pegadiza música, ¿qué quiere?
¿Otra vez miedo?
Ya es suficiente. Cumplen
las sombras, alma en vilo, dije
que no bastan figura y apariencia.
Siento
que me falla la voz, nadie asegura
nada, ¿apuesta alguien?
Sin embargo el hilo, aquel varal de acero,
es tan sencillo…
Un paso al aire, un corte, alguna breve
inclinación bastaba.
¿Es que será tan sólo musiquilla?
¿Es que no hay más? ¿Acaso
no merece la pena su peligro?
Por una vez estoy seguro: Todos
iríamos alegres a los cables,
desnudos, mansos, porque
a favor del silencio es el vacío.
VI
Hubo
un tiempo… Naipes
y barajas, escamoteo, quién,
¿quién asegura? Un sí es
no es nos llena, nos engaña y burla.
Nosotros lo sabemos, somos
engañados, asistimos
al juicio final de nuestra muerte
que está asentada en esta carne, vive
con nuestras venas, oye
nuestra respiración, gusta su triunfo
anticipadamente conocido,
hasta que un tiempo, en una hora, un día
alza feliz su poderío y mata.
Luego un conejo, un gallo, bolas, bolas
que él, en nuestro engaño,
hace en la gracia de sus dedos ágiles.
VII
Ciega
la luz, hiere la luz, avisa
que hay selva. Nuevamente
selva. Planta enorme,
si polvo y pastizal, amplios senderos
de manada, el coso
treme, oh elefante.
¿Quién más sujeto, quién
más seguro en tierra?
Nada si no el tan-tán hubiese
como un aviso hundido la penumbra:
lianas, árboles tropicales, plantas
carnívoras, insectos
múltiples, todo
el perenne forraje, el eterno
palpitar vegetal se alza, enorme,
como un peso que se desborda en sangre.
Un
lejano temblor de angustia herida,
un hálito, una vaga penumbra
de pasto en plenilunio: Hay
Dios. Omnipotente, vengativo, solo:
el humano deseo, y sin embargo
tremendamente temeroso;
y ahí, ante el pesado bloque
casi acuñado, mineral, amorfo,
ante la bestia, ¿quién es el dios que ruge,
¡asombro!, en las tormentas?
Música de oropel llena los ámbitos.
Después, sin ruido, inerte
casi, la paz.
VIII
…Y
la mentira. El circo
es clown, sonrisa pálida,
vieja nostalgia y clarinete amargo.
Como el amor: Mentira,
verdad que nadie sabe hasta qué punto
puede ser disfrazada.
He aquí el payaso: El hombre,
carátula triste, son
de viejo instrumento. Si desnudo
apareciera, cómo
poner su hombría a traza de nostalgia…
Nadie lo sabe. Todos
reímos, todos
de nuestra propia carne revestida,
de nuestro pobre cuerpo puesto a venta.
Somos así: tan nobles
para vender, comprar nuestra agonía.
De vez en cuando, a veces
una desolación pertinaz, honda,
baja, mansa y segura,
hacia el lugar del corazón de donde
tomó su vida y su experiencia amarga.
Es la alegría, en tránsito
siempre de pena oscura y largo cauce,
la gran cordialidad que nos aprieta.
IX
Quién
es, decidme:
¿dónde se oculta aquél, el que dirige
esta música horrible de charanga?
Música sin concierto
ruidosa y simple, grave,
casi feliz de agilidad nerviosa.
Alguien
debe de acompasarla, alguien que nunca
se podría mostrar. Sería inútil.
A su pesar todo este largo río
transcurre en el amparo
de su horrible armonía.
Ella, la anunciadora, hace danzar y cuando
por un instante da cabida al silencio
una antigua tristeza, dolorosa y tenaz,
nos inunda tranquila los contornos del alma.
y X
Y
así pasa la noche,
el tiempo, el agua de la muerte, el agua
de la vida, el circo amigo.
Y hay una dulce dejadez de amor
que nos empaña.
Afuera
las estrellas y el campo duermen, solos,
sin luz, sin Dios, sin claridad o ruido.
Todo
estaba conjurado.
Nadie
sabía que al entrar
se le daría un puesto, una ribera
donde el agua y el ser se marchitaran.
Y
pasa así la troupe
como si ajenos, desentendidos, tristes
contempladores fuésemos nosotros.
Vienen sombras, carátulas,
figuras de oro falso y papel viejo,
barras, trapecios, trampolines, pistas,
la dulce musiquilla del rugido
del hombre… Todo
para un último fin que nadie sabe.
Alegres,
sonoros
en la fraternidad,
cobrada la moneda,
divertidos
de tanto amor y engaño,
en masa, en bando, en emoción
única y sencilla, damos
humildemente
desconocidos,
cuando el gallo nos llama,
término al contemplar, y cesa el circo.
JAROSLAV SEIFERT
Apagad las luces
En
silencio. Que no se caiga el rocío
que tiembla en la punta misma de las pestañas;
sin hacer ruido. silenciosamente. sin patetismo,
a aquella noche le digo: no fuiste de las peores.
Con
las alas de la guarda
de las tinieblas, no nos envolvió tu ángel,
que con nosotros estaba, oh noche seria
después de frívolas noches, con violencia.
Y el
grito que por tu alfombra se extiende
cuando de horror las manos nos estrechamos,
ese espantoso grito que puede oír cualquiera todavía,
una llamada dulce es para mí.
¡Apagad
las luces! que no se caiga el rocío
que tiembla en la punta misma de las pestañas;
sin hacer ruido, silenciosamente, sin patetismos,
digo: cuál, cuál era la claridad
de
aquella noche en que todo oscureció,
en que todos como sombras
en su tronco se encogieron.
Sé bien, sé muy bien que entonces hubiera sido mejor
oír el estruendo.
Versión
de Clara Janés
MARIO VEGA
Los desheredados
Marchan
por callejones aún oscuros
antes de amanecer, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Expulsados del sueño de la vida
errando un día más hasta el trabajo.
Y
vienen, van arriba;
abajo van y vienen
en las iguales y plomizas fábricas.
Dan gracias de ser libres
—qué hermosa es la mentira
si la verdad acaso no es más bella—
y vuelven sonrientes a sus bloques
de patios comunales.
El
cielo queda sólo a cinco números,
un precio escaso para
vencer la insobornable soledad,
la larga tempestad de sus tribulaciones.
Se oye el rasguido de boletos rotos…
—aún no se ha secado la camisa—
¡Hay que ir a trabajar!
Salen
de casa, vuelven,
ya sea hacia delante o hacia atrás,
no hay tiempo, irredimiblemente avanzan;
sea arriba o abajo,
no existe redención, se van hundiendo.
Da igual la hora, el día,
no hay ayer, no hay mañana:
el pasado no es digno de recuerdo,
el futuro ya no es una promesa.
Marchan
por los oscuros callejones
entrada ya la noche, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Y sólo algo tienen en común:
la miseria en sus vidas.
Como
un cortejo silencioso avanzan
errando un día más hasta el trabajo.
De: “La mala conciencia”