lunes, 6 de febrero de 2017


CINTIO VITIER




Noche de Rosario



Intentemos
lo inaudito, la derrota,
la arrebatadora, serenísima
catástrofe
de lo que no puede ser.

El ser de aquella noche
más allá de las imágenes,
en la carne viva de si misma,
añora equivalencias
que no están ni en mis poderes más recónditos.

No están, pero no estar es algo
semejante a los ojos más vehementes,
como los de aquella delicada,
con realeza joven,
grave judía en qué espinares.

Atacar por una
de las figuras de la noche
con la precipitación del mar, alivia
el desértico fuego de que no
hay senda para llegar a ello.

¿Qué es ello, le pregunto al humo
a la candela, al sabio
sabor que se me va amargando
a la par que crece la ceniza,
marea en sí vistosa de algún oro?

Es sólo así, juntando puntas
de una incandescencia que sonríe
indescifrables bordes, como alcanzo
a divisar lo que no fue,
por las fervientes calles de Rosario.

Decir ¿qué es? Allí nacía
lo que conozco a borbotones
cuando la sed despierta su bebida,
el hambre su alimento,
la luz su fuego.

Eran jóvenes, sí, con el murmullo
de una conversación americana
en la noche del Sur, cosa que brilla
como la plata al fondo de la pena,
y ofrece copas, risas.

Risas, si esta palabra
pudiera deletrearse como estrellas
y masticarse como el pan
de la menesterosidad de aquellos
sentados a la mesa de las bodas.

Mesa, banquete, lujo
del ser cuando se reconoce
incapaz de conocerse, a punto
de lo saciado eterno en el efímero
resplandor de los comunicantes.

¿Efímeros, aquéllos? Las miradas
llegaron a ordenarse en una esquina
de una alta madrugada. Pocos
quedamos, fuimos, solos. Éramos
todos. No hubo ausentes.

Y ardía la promesa del pobre ser,
casi innombrable.



JENARO TALENS




Solo



Si existe un cielo, llevará tu nombre,
vendrá despacio cada noche,
se sentará a mi lado, y con el resto
de la que fue solícita ternura
quizá me ofrezca compañía.
Cómo negarme a su calor, si es todo cuanto queda.
Tendrá tus mismos ojos,
su claridad sin límites,
y el verde aroma que tu cuerpo exhala
como quien abre puertas en la oscuridad.
Si existe un cielo, el cielo serás tú,
tú, territorio cuya piel transito
mientras la muerte gira alrededor.


De: "La mirada extranjera"


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




El ángel



Al amanecer,
cuando la dureza del día es aún extraña
vuelvo a encontrarte en la precisa línea
desde la que la noche retrocede.
Reconozco tu oscura transparencia,
tu rostro no visible,
el ala o filo con el que he luchado.
Estás o vuelves o reapareces
en el extremo límite, señor
de lo indistinto.
No separes
la sombra de la luz que ella ha engendrado.


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Destino 
(variaciones)



I

Quien te ve se vuelve culpable.
Quien no te ve no te deseará.
Pues de todo deseo son los ojos
los culpables.


II

Puse dos yunques a tus pies.


III

Qué mortal tu arco sin flecha


IV

La luz del faro cae al alcance del ahogado
que no encuentra el camino de la oscuridad.


V

También toda la sangre llega a su quietud.


VI

Pozos de verdad clara y negra
donde tiembla una estrella fugaz
que cae al alcance de un cocodrilo.


VII

Estrecha fuga para tanta herida.


CARLOS BARRAL




Hombre en el mar   (fragmento)



II


Y tú, amor mío, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?

Y de las tardes sosegadas,
cuando la vela débil como un moribundo
nos devolvía a casa muy despacio...
Éramos como huéspedes de la libertad,
tal vez demasiado hermosa.

El azul de la tarde,
los húmedos violetas que oscurecían el aire
se abrían
y volvían a cerrarse tras nosotros
como la puerta de una habitación
por la que no nos hubiéramos
atrevido a preguntar.
                                      Y casi
nos bastaba un ligero contacto,
un distraído cogerte por los hombros
y sentir tu cabeza abandonada,
mientras alrededor se hacía triste
y allá en tierra, en la penumbra
parpadeaban las primeras luces.


CARLOS PENELAS




Voces



De niño mi madre me decía que las voces no desaparecen, que flotan en el cielo, que solo los poetas podían escucharlas y recogerlas. Que las voces del pasado se escuchan en el bosque encantado o en soledad. O en los manteles flameados de los hoteles de extravagantes ciudades. También contaba que podían llegar con las olas, al caer la tarde, en la fugacidad de la nostalgia, cuando las sirenas regresan de despertar a los marinos ahogados. O en el alba, junto a la rosa azul de Novalis. Mi madre me enseñó a sentir las voces de los pastores en las caracolas donde reinan duchísimas estrellas y el desvelo del primer pájaro. Ella me dijo que el amor llegaría en una voz insomne, que tendría la invisibilidad del rocío, la belleza y la divinidad de las magnolias, la dicha y la ternura de la ofrenda. Y una adolescente me nombro en el lecho, en la insolencia de sus caderas.

También mi madre me hablo de los secretos, de los aromas que se juntan -irremediablemente- en sus cosmogonías. Del cansancio, de la fatalidad, de la insurrección. Aprendí a habitarlas, a sentir cuando el viento tañe su espejismo. Fui remontando en ellas la alegría y el milagro de la vida, el amor que nos vuelve a la melancolía, al ardor de las miradas ausentes. Y a las lluvias de un crepúsculo mágico junto a las nomeolvides. 

Ella me contaba que en su pueblo se buscaban con un candil, tanteando el sueno envuelto de los que invocan el alma. "Las voces vuelan, me susurro en lengua amanecida, y ahora están en la pampa, inmersas en la nostalgia de la muerte."

Así fui buscando la dignidad y el orgullo de los abuelos. Sus voces bendecían mi corazón sin que yo lo supiese. Poco a poco las voces son mas diáfanas, mas nítidas. Me cantan al oído, rebosantes, me descubren manos nobles y callosas. Soy como un niño cuando vienen a mi. Me siento rodeado de reyes, de una tierna candidez casi olvidada. Me alejan de la demencia y la maldad, del infortunio. Me besan, cede mi cabeza en una extraña hilaza que me asedia. Llaman desde el rumor. Embellecidas, humildes, vanamente sibilantes. El aire entumece lo angélico, la entonación primitiva. Sutiles, extremas, inaccesibles. Dentro y fuera de mi entendimiento. 

Escucho sus rituales, la confidente gracia que resucita el tacto. Estremecido. En estas voces bebo los efímeros días que mecen hechizos. Oh, poema y rosa del desorden! Oh, voz vagabunda en el Jardín de Acracia, en la morada del silencio y la palabra!