miércoles, 24 de noviembre de 2021


 

MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

 


 

Pequeño tratado sobre el conocimiento y el sueño

 

 

Tus labios para besar y el abrazo que acompaña siempre
el descanso de tu cuerpo.
El descanso tras el descenso.
Debería de haber alguna forma de atrapar los instantes,
de hacer perdurar
el aroma de tu piel en mis poros, perder al fin toda posibilidad
de dialéctica y movimiento
y que el horizonte sea de pronto algo definitivo,
un pozo plácido y oscuro
varado entre tus piernas.

Así casi valdría la pena no despertar jamás, pero
ambos sabemos que sería imposible
porque nuestra naturaleza es efímera
y, aún peor, indistinta, poco fiable.

Mentimos, pues nuestra única y auténtica pasión
es el conocimiento.
Esa curiosidad, al principio compartida y amable,
pero que también, tarde o temprano,
nos llevará a otro cuerpo.

 

RENATO SANDOVAL

 

  

De Suzuki blues

 

 

No digas mañana
si adiós es un tiempo insomne,
la colina un alma ignota
que a duras penas
se yergue y expira,
un espolón alzado al viento
de las sombras primeras,
el río de un dios
azorado en la penumbra.
Cavo ahí
donde el aire se agosta,
el último bostezo
de una noche en cinta,
el pórtico de luz
suspendido entre la nada
y esa espuma que aprieta
al otro lado del día.

Compasión absoluta
al otro lado del estío;
una frente de sangre
ilumina la trocha
que hoy supura en el mar.
No temer, no
reír, no
callar el nombre constante
que ahora se desploma, recoger
con el párpado erudito
el sigilo de la hora, la caída
inconclusa de quien tanto
se escuece, no
reñir, no pacer, no
santificar al padre ni mentir,
nunca en la gloria, no
callar, no ver, ya no estar
aquí
no.

En el tejado el nombre
y el oro de los miserables
tan de pronto mío que ahora aúllo
de pudor y de quebranto.
La fiesta sin alcurnia
redobla en cada pecho,
nadie en la sala bailando
sin pies y en contradanza.
De los balcones un estertor
que trastabilla en la plaza,
un doble engaño:
ríe en el sol la última marmita
y a la luna señala
con doble dedo índice en la nada.

Apenas no
y el sentido es la luna de hiel
estampada en la orilla de otro miedo
o el mismo gesto
de alientos olvidados
que hoy se elevan
sin pasmo ni perdón.
El ciego de aquí
es el mismo sordo que antes
dirimía las leyes del hastío
y de la ira, cerca
ya la alabarda de la noche
y el celo en paz de la parda mora.
Esas manos, esas manos
serpenteantes en este pecho de plata
turban el ojo antiguo
que en ellas se pierde
cuando calla un violín.

 

 

JUAN MELÉNDEZ VALDÉS

 

 

A unos lindos ojos

 


Tus lindos ojuelos
me matan de amor.

Ora vagos giren,
o párense atentos,
o miren exentos,
o lánguidos miren,

o injustos se aíren,
culpando mi ardor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.

Si al final del día
emulando ardientes,
alientan clementes
la esperanza mía,

y en su halago fía
mi crédulo error,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.

Si evitan arteros
encontrar los míos,
sus falsos desvíos
me son lisonjeros.

Negándome fieros
su dulce favor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.

Los cierras burlando,
y ya no hay amores,
sus flechas y ardores
tu juego apagando;

Yo entonces temblando
clamo en tanto horror:
«¡Tus lindos ojuelos
me matan de amor!».

Los abres riente,
y el Amor renace
y en gozar se place
de su nuevo oriente,

cantando demente
yo al ver su fulgor:
«¡Tus lindos ojuelos
me matan de amor!».

Tórnalos, te ruego,
niña, hacia otro lado,
que casi he cegado
de mirar su fuego.

¡Ay! tórnalos luego,
no con más rigor
tus lindos ojuelos
me maten de amor.

 

 

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

 

 

Literatura en paz

 

 

¿Por qué?

¿Por qué se empeñan en llamar literatura

a todo papel encuadernado?

¡Oh, huecos! ¡Oh, vacíos!

¿Qué leéis?

¿Qué importa?

Mirad: leen los ciempiés, los coleópteros,

los dromedarios y las gacelas,

leen las gallinas y las hormigas,

las garrapatas y los kafkianos leen,

y los murciélagos de la lectura

a oscuras leen entre columnas dóricas

homéricas, totémicas como el tabú de Freud.

Fenecidos lectores, arquilectores,

ya leísteis, no leeréis.

Dejad a la literatura morir en paz.

Y que todo sea ya un videojuego.

 

De: “Kapital”

 

 

LILIANA DÍAZ MINDURRY

 

  

Poema cero



Porque no hay quien entienda,
cantan
las moscas.

Ni aunque se piense en reinas sin corazón nacidas en países de
torpes maravillas,
o reyes que sueñan el mundo
sin despertarse.

Cantan las moscas. Porque no hay. Por eso.

Y alguien puede dejar los ojos en el Reina Sofía
de Madrid
frente a un cuadro.
Y es posible que uno se tiente
con verdades a medias
o con párpados
en cuarto menguante. Es Guernica
del treinta y siete. O son habitaciones
abiertas,
sorprendidas
en corredores
inhóspitos,
deshabitados,
solos

Las moscas cantan en el hospital. No hay quien entienda.
Los perros del ansia se comen el sol de esa tarde en Guernica
o salen los pájaros disparados
en el limpio
vacío
del mundo.

(Y uno piensa en las sílabas, repetirlas
o decir bajito los nombres de la muerte,
pero mejor
dejar
todo
así).

  

De. “Guernica”

 

 

JUAN RAMÓN MOLINA

 

 

A Rubén Darío

 

 

I

Amo tu clara gloria como si fuera mía,
de Anadiomena engendro y Apolo Musageta,
nacido en una Lesbos de luz y poesía
donde las nueve musas ungiéronte poeta.

Grecia en los astros de oro tu nombre grabaría;
en ti, el pagano numen renace y se completa;
mas —con los ojos fijos de Jesús en la meta—
gozas el pan y el vino de tu melancolía.

El águila de Esquilo te regaló su pluma,
el pájaro de Poe lo vago de su bruma,
el ave columbina su corazón de miel.

Anacreón sus mirthos, azucenas y rosas,
Ovidio el misterioso secreto de las cosas,
Pitágoras su ritmo y Scopas su cincel.

 

II

Liróforo de triste mirada penetrante
que al son órfico ajustas la gama de los seres,
que sabes los secretos pristinos del diamante
y conoces el alma sutil de las mujeres.

Délfico augur, hermético y sacro hierofante
que oficias en el culto prolífico de Ceres,
que azuzas de tus metros la tropa galopante
sobre la playa lírica y argéntea de Citeres;

tu grey bala en las églogas del inmortal idilio,
tu pífano melódico fue el que tocó Virgilio
en la mañana antigua, de alondras y de luz;

tu azur es el radioso zafir del mito heleno,
tu trueno wagneriano el olímpico trueno
¡y tu congoja lúgubre la que gritó en la cruz!

 

III

Es hora ya que suenen tus líricos clarines
saludando el venir de la futura aurora
de paz. A los cruzados y nobles paladines
que hacen temblar la tierra; es la propicia hora.

Tu lira pon al cuello de la pujante prora,
para que así nos sigan sirenas y delfines;
y que tus versos muestren su espada vengadora
asida por los dedos de airados serafines.

Verbo de anunciaciones de nuestro Continente,
vate proteico, noble, magnífico y vidente,
que tiene de paloma, de abeja y de león;

la gloria te reserva su más ilustre lauro:
humillar la soberbia del rubio minotauro
como el divino Jorge la testa del dragón.