jueves, 29 de diciembre de 2016


GERARDO DIEGO




Rosa mística



Era ella.

             Y nadie lo sabía.

Pero cuando pasaba
los árboles se arrodillaban.

Anidaba en sus ojos

               el Ave María

y en su cabellera

               se trenzaban las letanías,

Era ella.

              Era ella.

Me desmayé en sus manos
como una hoja muerta

                  sus manos ojivales
                  que daban de comer a las estrellas.

Por el aire volaban
romanzas sin sonido.

                   Y en su almohada de pasos
                   me quedé dormido.

Mujer de ausencia
escultura de música en el tiempo.
Cuando modelo el busto
faltan los pies y el rostro se deshizo.
Ni el retrato me fija con su química
el momento justo.
Es un silencio muerto
en la infinita melodía.
Mujer de ausencia, estatua
de sal que se disuelve, y la tortura
de forma sin materia.




VÍCTOR HUGO


  

Quien no ama no vive *



Quienquiera que fueres, óyeme:
si con ávidas miradas
nunca tú a la luz del véspero
has seguido las pisadas,
el andar süave y rítmico
   de una celeste visión;

O tal vez un velo cándido,
cual meteoro esplendente,
que pasa, y en sombras fúnebres
ocúltase de repente,
dejando de luz purísima
   un rastro en el corazón;

Si sólo porque en imágenes
te la reveló el poeta,
la dicha conoces íntima,
la felicidad secreta,
del que árbitro se alza único
   de otro enamorado ser;

Del que más nocturnas lámparas
no ve, ni otros soles claros,
ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros
que aquella que vierten mágica
    los ojos de una mujer;

Si el fin de sarao espléndido
nunca tú aguardaste afuera,
embozado, mudo, tétrico
mientras en la alta vidriera
reflejos se cruzan pálidos
   del voluptuoso vaivén),

Para ver si como ráfaga
luminosa a la salida,
con un sonreír benévolo
te vuelve esperanza y vida
joven beldad de ojos lánguidos,
   orlada en flores la sien.

Si celoso tú y colérico
no has visto una blanca mano
usurpada, en fiesta pública,
por la de galán profano,
y el seno que adoras, próximo
   a otro pecho, palpitar;

Ni has devorado los ímpetus
de reconcentrada ira,
rodar viendo el valse impúdico
que deshoja, mientras gira
en vertiginoso círculo,
   flores y niñas al par;

Si con la luz del crepúsculo
no has bajado las colinas,
henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas,
ni a lo largo de los álamos
   grato el pasear te fue;

Si en tanto que en la alta bóveda
un astro y otro relumbra,
dos corazones simpáticos
no gozasteis la penumbra,
hablando palabras místicas,
   baja la voz, tardo el pie;

Si nunca al roce magnético
temblaste de ángel soñado;
si nunca un Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado,
quedó sonando en tu espíritu
   cual perenne vibración;

Si no has mirado con lástima
al hombre sediento de oro,
para el que en vano munífico
brinda el amor su tesoro,
y de regio cetro y púrpura
   no tuviste compasión;

Si en medio de noche lóbrega
cuando todo duerme y calla,
y ella goza sueño plácido,
contigo mismo en batalla
no te desataste en lágrimas
   con un despecho infantil;

Si enloquecido o sonámbulo
no la has llamado mil veces,
quizá mezclando frenético
las blasfemias a las preces,
también a la muerte, mísero,
   invocando veces mil;

Si una mirada benéfica
no has sentido que desciende
a tu seno, como súbito
lampo que las sombras hiende
y ver nos hace beatífica
   región de serena luz;

O tal vez el ceño gélido
sufriendo de la que adoras,
no desfalleciste exánime,
misterios de amor ignoras;
ni tú has probado sus éxtasis
   ni tú has llevado su cruz.



Versión de Miguel Antonio Caro



*No ha habido que traducir el título, porque el autor tuvo el capricho
de ponerlo en español. N. del T.

 


RAUL ORLANDO ARTOLA




Espera



Las puertas cambian
cuando empieza
el otoño.
La luz es buena
el sol no recalienta
el aire
hay menos moscas 
y el viento amaina
por las tardes.
Todavía Yolanda
no pasa 
con su canasto
en la cabeza.



MIGUEL ÁNXO FERNÁN-VELLO


  

Ría I



     Polvaredas de luz suspensas sobre la ría. Aire vegetal inmóvil
sobre el aliento antiguo del agua. Fluyente ser submerso en el
polvo de la tierra ebria de lunas diluidas. Reverdor ceniciento,
voracidad lentísima de una simiente líquida de incesante textura.

     La ría es una hembra yaciente que desnuda sus frutos sin
viento. El silencio es tan blando que es ofrenda de música en los
maternales meandros que funden el sentido y serenan el ritmo
cenagoso de la luz, el extinto color del cielo sobre la frágil materia
que destiló el tiempo, las albas y los crepúsculos que contiene
esta agua durmiente, este volumen lleno de primitivas savias.

     Oh dúctil contemplación de este sabor oculto! Deslizada
dulzura de poros recrecidos en la carnación de un cuerpo manso
como una luna húmeda.

     Esta espesura lenta y recurva del agua, este color confuso que
sedimenta las formas, las sustancias saladas que aproximan un
soplo submarino y fecundo; este templado seno de sonámbula
muerte sosegada y triunfante; la vibración oscura de esta piadosa
masa ondeante en la llanura; irisado reflejo que destensa el
crepúsculo tendido sobre el largo estuario.

     Respiro esta belleza extraña que invade la salud del aire, este
aroma sumido en las pausadas brisas que pulsan el espíritu de la
tarde, las embriagadas láminas de la fina neblina anaranjada y oro
-hálito sensitivo de una muerte difusa que destiñe el ocaso.

     Ah qué lejano y profundo va entrando -dolor suave- el mar
tan silencioso en nuestro corazón.



De: Entre agua e fogo. Cantos da terra posuída


JORGE GUILLÉN





Del transcurso



Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
Y se me ahonda tanta perspectiva
Que del confín apenas sigue viva
La vaga imagen sobre mis espejos.

Aun vuelan, sin embargo, los vencejos
En torno de unas torres, y allá arriba
Persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.

Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.

Ante los ojos, mientras, el futuro
Se me adelgaza delicadamente,
Más difícil, más frágil, más escaso.

SANDRA CORNEJO




En el resquicio del invierno



En el resquicio del invierno
las brasas arden
ascuas del sol que permanece desnudo
sobre las tejas del hogar.
Alegría y dolor acampan
bajo un mismo cielo.
De cada reino, seres celestes,
cruzan hacia la Comarca.
Un orden cambia
pero la rosa mosqueta aún crece entre los espinos
y las yemas germinan en las araucarias.
Fiel a aquello que querían nuestras almas
la madurez arrebata a la tristeza
sus candelabros nocturnales.
De la mano de los alquimistas
como lobos helados
sin temor al silbido de las balas
regresamos.