miércoles, 4 de septiembre de 2013

RICARDO PEÑA





No sé qué dulzura vierte...



No sé qué dulzura vierte
tu soledad. Hay un eco
de rosas que nunca tuve
junto al rumor de tu pecho.

Es como el canto de un pájaro
que se recoge y en su vuelo
va despertando en el aire
lirios, cristales, luceros.


Sigo escuchando en tu pecho
no sé qué voz. Hoy el viento
es como un ángel que pasa
Con los labios entreabiertos.

ALI CHUMACERO




Diálogo con un retrato



Surges amarga, pensativa,
profunda tal un mar amurallado;
reposas como imagen hecha hielo
en el cristal que te aprisiona
y te adivino en duelo,
sostenida bajo un mortal cansancio
o bajo un sueño en sombra, congelada.
En vano te defiendes
cuando tus ojos alzas y me miras
a través de un desierto de ceniza,
porque en ti nada existe que delate
si por tu cuerpo corre luz
o un efluvio de rosas,
sino temor y sombra, la caída
de una ola transformada
en un simple rocío sobre el cuerpo.
Y  es verdad: a pesar de ti desciendes
y no existe recuerdo que al mundo te devuelva,
ni quien escuche el lánguido sonar de tus latidos.
Eres como una imagen sin espejo
flotando prisionera de ti misma,
crecida en las tinieblas de una interminable noche,
y te deslíes en suspiros, en humedad y lágrimas
y en un soñar ternuras y silencio.
Sólo mi corazón te precipita
como el viento a la flor o a la mirada,
reduciéndote a voz aún no erigida,
disuelta entre la lengua y el deseo.
De allí has de brotar hecha ceniza,
hecha amargura y pensamiento,
creada nuevamente de tus ruinas,
de tu temor y espanto.
Y desde allí dirás que amor te crea,
que crece con terror de ejércitos luchando,
como un espejo donde el tiempo muere
convertido en estatua y en vacío.
Porque ¿quién eres tú sino la imagen
de todo lo que nutre mi silencio,
y mi temor de ser sólo una imagen?

De “Páramo de sueños”



GABRIELA MISTRAL





Una palabra



Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuje su empellón de sangre.
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.

Tengo que desprenderla de mi lengua,
hallar un agujero de castores
o sepultarla con cal y mortero
porque no guarde como el alma el vuelo.

No quiero dar señales de que vivo
mientras que por mi sangre vaya y venga
y suba y baje por mi loco aliento.
Aunque mi padre Job la dijo, ardiendo,
no quiero darle, no mi pobre boca
porque no ruede y la hallen las mujeres
que van al río, y se enrede a sus trenzas
o al pobre matorral tuerza y abrase.

Yo quiero echarle violentas semillas
que en una noche la cubran y ahoguen,
sin dejar de ella el cisco de una sílaba.
O rompérmela así como la víbora
que por mitad se parte entre los dientes.

Y volver a mi casa, entrar, dormirme,
cortada de ella, rebanada de ella,
y despertar después de dos mil días
recién nacida de sueño y olvido.

Sin saber ¡ay! que tuve una palabra
de yodo y piedra-alumbre entre los labios
ni poder acordarme de una noche,
de la morada en un país extranjero,
de la celada y el rayo a la puerta
y de mi carne marchando sin su alma!



ELVA MACIAS



  
Ascenso a San Cristóbal


Desde la montaña
contemplo a Navencháuc
como una aldea china
donde el agua duerme
como un ojo.


LÊDO IVO




Transeúnte al anochecer

Lo que queda de mí cuando anochece
es una gota de sudor donde contemplo
la vida entera gastada en un día.
Astro o señal de tránsito, mi sueño
esperó a que yo pasara y se extinguió.
Trabajé, pero a cambio sólo me dieron
un pan de poliéster. Envejezco
entre señales roídas por el viento
y por palabras sin sonido ni significado,
simples vahos en boca de la existencia,
hélice de navío en dique seco.
Cae la noche y reclamo: no gané
ningún dios, dinero o amor nuevo.
¿Sudor? ¿Rocío? Me disuelvo en las tinieblas.



MARGUERITE YOURCENAR




Erótico



Tú la avispa y yo la rosa;
Tú el mar, yo la escollera;
En la creciente radiosa
Tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
En mis ojos tú brillando;
Tú el río y yo el puente;
Yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
Y en los labios el caudal
Del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
Azul cruzando su vuelo,
Como el alma atiza el fuego.

Versión de Silvia Barón-Supervielle