miércoles, 23 de mayo de 2012



FINA GARCÍA MARRUZ






Cine mudo



No es que le falte
el sonido,
es que tiene
el silencio.



ANDRÉS ELOY BLANCO





La renuncia



He renunciado a ti. No era posible.
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
Hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...

He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
como el que ve partir grandes navíos
con rumbos hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos bríos
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.

He renunciado a ti, como renuncia
el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos extáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales
en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...

FELIPE BENÍTEZ REYES





Las sombras del verano




Aquel verano, delicado y solemne, fue la vida.
Fue la vida el verano, y es ahora
como una tempestad, atormentando
los barcos fantasmales que cruzan la memoria.

Alguien retira flores muertas
del cuarto de los invitados
y hay una luz cansada tendida sobre el suelo,
como un dios malherido, y van yéndose coches
en que agitan pañuelos unos niños.

                                                             Trae la noche
un viento helado y bronco que es el viento
del pasado, y en la terraza esparce
hojas secas y rosas y periódicos, mientras miro
el sepulcral avance del mar sobre la arena,
llevándose y trayendo troncos viejos,
hierros llenos de algas, y algún juguete roto.

Ahora recorro
ciudades que son una ciudad sola, y siempre oscura,
cargado de maletas, sin dinero,
buscando un hotel sin nombre
donde alguien me espera
para revelarme aquello que no quiero saber,
para darme una llave...
                                         Oigo esta noche
tu cuerpo desplomarse en la piscina,
y las risas festivas
de los amigos, encendiendo bengalas.
                                                               Y estoy
de pronto en una calle, esperándote
para acudir al piso de las citas furtivas
olor a tabaco rancio.

                                   Se muere el mar de otoño
y hay niños que apuñalan las estatuas
y las olas arrastran candelabros, sables rotos.
Alguien que no conozco me persigue llorando
-pero sé que el verano fue la vida.

Llega un balón rodando hasta mis pies,
a la mesa en que escribo.
                                            Unos niños,
con los ojos vacíos, me hablan
y es un eco trasmundano
el que tienen sus voces, que resuenan
en el jardín, como un disco incesante
cada noche, en la memoria.
                                                Estoy de nuevo
en la ciudad entenebrada que nunca he visitado,
buscando direcciones
que dicta la memoria confusa -y un papel
con cifras de teléfonos que suenan
en salones vacíos.
                               Me he sentado
en un cafetín del muelle a descansar
y alguien comenta a gritos no sé qué
de una niña suicida que encontraron
con las muñecas abiertas, y una carta a sus padres...
Se marchaban los coches cuando el sol declinaba,
mientras yo recogía los juguetes
y el mar iba volviéndose más frío,
verde y bronco.

                            Oigo pasos
casa no hay nadie.

mi memoria recorre, descalza, el laberinto.

De "La mala compañía"

SALVADOR DIAZ MIRÓN





Deseos



Yo quisiera salvar esa distancia
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.

Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes;
yo quisiera en el cielo de tus brazos
beber la gloria que en los labios tienes.

Yo quisiera ser agua y que en mis olas,
que en mis olas vinieras a bañarte,
para poder, como lo sueño a solas,
¡a un mismo tiempo por doquier besarte!

Yo quisiera ser lino y en tu lecho,
allá en la sombra, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
¡y morir de placer al comprimirte!

¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
llevarte en mí como la nube al fuego,
mas no como la nube en su carrera
para estallar y separarse luego!

Yo quisiera en mí mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
¡convertirte en perfume y aspirarte!

¡Aspirarte en un soplo como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos!

¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
y así verte sobre mi vida en calma,
toda la llama de tu pecho ardiente
y todo el éter del azul de tu alma!

Aspirarte, mujer... De ti llamarme,
y en ciego, y sordo, y mudo constituirme,
y en ciego, y sordo, y mudo consagrarme
al deleite supremo de sentirte
¡y a la dicha suprema de adorarte!
.

OCTAVIO PAZ






Tu clara sombra



Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena….

Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante;
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.