miércoles, 23 de mayo de 2012

FELIPE BENÍTEZ REYES





Las sombras del verano




Aquel verano, delicado y solemne, fue la vida.
Fue la vida el verano, y es ahora
como una tempestad, atormentando
los barcos fantasmales que cruzan la memoria.

Alguien retira flores muertas
del cuarto de los invitados
y hay una luz cansada tendida sobre el suelo,
como un dios malherido, y van yéndose coches
en que agitan pañuelos unos niños.

                                                             Trae la noche
un viento helado y bronco que es el viento
del pasado, y en la terraza esparce
hojas secas y rosas y periódicos, mientras miro
el sepulcral avance del mar sobre la arena,
llevándose y trayendo troncos viejos,
hierros llenos de algas, y algún juguete roto.

Ahora recorro
ciudades que son una ciudad sola, y siempre oscura,
cargado de maletas, sin dinero,
buscando un hotel sin nombre
donde alguien me espera
para revelarme aquello que no quiero saber,
para darme una llave...
                                         Oigo esta noche
tu cuerpo desplomarse en la piscina,
y las risas festivas
de los amigos, encendiendo bengalas.
                                                               Y estoy
de pronto en una calle, esperándote
para acudir al piso de las citas furtivas
olor a tabaco rancio.

                                   Se muere el mar de otoño
y hay niños que apuñalan las estatuas
y las olas arrastran candelabros, sables rotos.
Alguien que no conozco me persigue llorando
-pero sé que el verano fue la vida.

Llega un balón rodando hasta mis pies,
a la mesa en que escribo.
                                            Unos niños,
con los ojos vacíos, me hablan
y es un eco trasmundano
el que tienen sus voces, que resuenan
en el jardín, como un disco incesante
cada noche, en la memoria.
                                                Estoy de nuevo
en la ciudad entenebrada que nunca he visitado,
buscando direcciones
que dicta la memoria confusa -y un papel
con cifras de teléfonos que suenan
en salones vacíos.
                               Me he sentado
en un cafetín del muelle a descansar
y alguien comenta a gritos no sé qué
de una niña suicida que encontraron
con las muñecas abiertas, y una carta a sus padres...
Se marchaban los coches cuando el sol declinaba,
mientras yo recogía los juguetes
y el mar iba volviéndose más frío,
verde y bronco.

                            Oigo pasos
casa no hay nadie.

mi memoria recorre, descalza, el laberinto.

De "La mala compañía"

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