lunes, 5 de noviembre de 2018


JOSÉ CADALSO





A la muerte de Filis



En lúgubres cipreses
he visto convertidos
los pámpanos de Baco
y de Venus los mirtos;
cual ronca voz del cuervo
hiere mi triste oído
el siempre dulce tono
del tiempo jilguerillo;
ni murmura el arroyo
con delicioso trino;
resuena cual peñasco
con olas combatido.
En vez de los corderos
de los montes vecinos
rebaños de leones
bajar con furia he visto;
del sol y de la luna
los carros fugitivos
esparcen negras sombras
mientras dura su giro;
las pastoriles flautas,
que tañen mis amigos,
resuenan como truenos
del que reina en Olimpo.
Pues Baco, Venus, aves,
arroyos, pastorcillos,
sol, luna, todos juntos
mirad me compasivos,
ya la ninfa que amaba
al infeliz Narciso,
mandad que diga al orbe
la pena de Dalmiro.


TOMÁS HARRIS





Mar de los peces rojos



Me pararon al frente, me dijeron
Habla
Y hablé.
Me pararon al frente, me dijeron
Desnúdate
Y me desnudé.
Me pararon al frente, me dijeron
Órnate
Y me incrusté oropel, pedrerías,
Oro falso
En el cuero.
(Aplausos)
No sufrí apremios físicos, debo decirlo,
Pero me rodeaba la muerte.
La noche, esa noche, era primordial.
Había calles angostas,
Pasos, gritos,
Cuerpos.
Los puntos cardinales estaban perdidos.
Yo estaba perdido, en un sueño, en una película.
La noche en Rumble Fisch.
El mundo era un círculo en blanco y negro
Despoblado por fantasmas
Habitado por dos peces rojos
Devorando s reflejo
a falta de víctima.
Todo esto era circular y referido por la muerte;
El mundo era circular, en blanco y negro, habitado
Por dos peces rojos devorando su reflejo.
Todo transcurría en el teatro o en el cine.
Todo transcurría en la calle o en un sueño.
Los puntos cardinales se habían perdido
Y el vértigo de la velocidad entraba por los ojos,
Por los poros,
Yo estaba poseído por efectos especiales.
La ciudad era un mar en penumbras,
Blanco y negro,
Dos peces rojos.
Devoraban sus reflejos.
Yo era un pez, Almirante, y la muerte
Otro pez.



AHMAD YAMANI





El libro



¿Por qué no puede leer lo que escribo?
¿Por qué espera ella en la puerta
hasta que alguien pase
y le dé unas palabras?
Esas extrañas y misteriosas palabras.
Sin embargo, ella escucha y sonríe
como si estuviera allí conmigo
a las cinco de la mañana,
como si su mano
reubicara algunas de las palabras,
arrancándolas de los lugares equivocados,
y luego se va a dormir.
Pero ¿cómo es que no puede
leer lo que sus propias manos habían escrito ayer?
¿Cómo es que no puede abrir el balcón
por la mañana
recibiendo el sol
con una copia del libro en la mano izquierda,
que lee atentamente,
haciendo guiños a las vecinas,
señalando a su hijo, el creador de las palabras,
blandiendo el libro ante sus rostros
cinco veces
mientras murmura
palabras extrañas y misteriosas?



PABLO ANTONIO CUADRA





La vaca muerta



No era el amor, ni la rosa, ni la voz del viento en el deshabitado murmullo de la noche.
Era ella, muerta.
Aislada en las serranías ásperas y desvalidas,
bajo el eterno paréntesis de sus cuernos sin amparo,
entre las cuatro sombras de sus pupilas vacías.

Su maternidad en la esfera de sus urbes
dormidas para el hijo,
para la amistad,
la Tierra.

Y luego la blanca llanura de la muerte.

(Yo seguía en el atento afán de la zozobra
aquel recuerdo de nieblas
entre los árboles).

Y cuando lo dijeron,
el niño inocente derramó sus lágrimas en la cocina
y las ciudades del Sur,
ignorando,
dormían.

Era ella, la que iba
a solazarse con el cedro.
La que partía, como el clavel sin sangre, a donde nadie sabe.


De: “Poemas nicaragüenses”



NATÁLIA CORREIA





Queja de las almas jóvenes censuradas



Nos dan un lirio y una navaja
Y un alma para ir a la escuela
Y un letrero que promete
Raíces, tallos y corola.

Nos dan un mapa imaginario
Que tiene la forma de una ciudad
Y un reloj y un calendario
En los que no consta nuestra edad.

Nos dan el honor de maniquí
Para dar cuerda a nuestra ausencia.
Nos dan el premio de ser así
Sin pecado y sin inocencia.

Nos dan un barco y un sombrero
Para hacernos un retrato.
Nos dan entradas para el cielo
En escena en un teatro.

Nos peinan los cráneos yermos
Con las pelucas de los abuelos
Para que jamás nos parezcamos
A nosotros cuando estamos solos.

Nos dan un pastel que es la historia
De nuestra historia sin enredo
Y no nos suena en la memoria
Otra palabra para el miedo.

Tenemos fantasmas tan educados
Que nos dormimos en su hombro
Sueños vacíos, despoblados
De personajes del asombro.

Nos dan la tapa del evangelio
Y un paquete de tabaco.
Nos dan un peine y un espejo
Para peinar a un macaco.

Nos dan un clavel en la cabeza
Y una rosa en la cintura
Para que el cuerpo no parezca
La forma del alma que lo busca.

Nos dan un ataúd hecho de hierro
Con embutidos de diamante
Para organizar ya el entierro
De nuestro cuerpo más adelante.

Nos dan un nombre y un periódico
Un avión y un violín.
Pero no nos dan el animal
Que clava los cuernos en el destino.

Nos dan marineros de cartón
Con sello en el pasaporte.
Por eso nuestra dimensión
No es la vida. Ni es la muerte.



TRISTAN CORBIÈRE





Femenino singular



¡Eterno femenino del Pánfilo eterno!
¡Haznos saltar, peleles pagamos la tramoya!
La escena iluminamos… Y tú, entre bastidores,
Al tramoyista puedes ofrecerle tu cuerpo.

Que estalle en nuestra espalda tu caprichoso látigo,
¡Corona tus rodillas!… nuestra testuz de ciervos;
¡Ríe! ¡enseña tus dientes!… somos civilizados.
Y en nosotros hay algo de eunuco y alguacil.

…Ah, ¿no entiendes?… –Ni yo– Exhibe tus encantos.
Gira: ¡Estamos borrachos! Y vacíos: ¡Sé cruel!
¡Fustiga a tu pachá, tu humilde servidor!…

Luego, ¡aprende a caer! –pero a caer con gracia–
¡En nuestra fina arena que no quede señal!…
–Es el oficio de la mujer y el gladiador. –