La vaca muerta
No era
el amor, ni la rosa, ni la voz del viento en el deshabitado murmullo de la
noche.
Era
ella, muerta.
Aislada
en las serranías ásperas y desvalidas,
bajo el
eterno paréntesis de sus cuernos sin amparo,
entre
las cuatro sombras de sus pupilas vacías.
Su
maternidad en la esfera de sus urbes
dormidas
para el hijo,
para la
amistad,
la
Tierra.
Y luego
la blanca llanura de la muerte.
(Yo
seguía en el atento afán de la zozobra
aquel
recuerdo de nieblas
entre
los árboles).
Y
cuando lo dijeron,
el niño
inocente derramó sus lágrimas en la cocina
y las
ciudades del Sur,
ignorando,
dormían.
Era
ella, la que iba
a
solazarse con el cedro.
La que
partía, como el clavel sin sangre, a donde nadie sabe.
De: “Poemas nicaragüenses”
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