sábado, 28 de abril de 2018


CECILIA BUSTAMANTE





Historia sagrada



Madre
estás tan pálida
en campos envanecidos
por brillo de argento.

Se aviva la muselina en tu vientre
y sonríes lejana
frente al horno en que dorabas el pan.
Me pregunto
cómo Daniel quedó impoluto y gentil
y por qué para él los ángeles
sí batieron sus alas.

¡Qué pálida estás
mirando la grisura del día!
Debiste salvarte
cuando calcinaba la masa
tu mirada sin sombra.

Al verte
quisiera remover las polvorosas brasas
buscar el remanente corazón del fuego —
Obligar a Daniel y sus ángeles
a que alumbren tu pálido rostro.

Madre estás tan callada
en campos de argento. 


ADHELY RIVERO





La casa



Cuando salí del pueblo pensaba regresar
a comprar la casa de la esquina suroeste de la plaza,
cerca de un puerto solitario del río.
Cuando vuelvo no está en venta y entiendo el arraigo
de sus dueños.
A cada vuelta al pueblo visito la calle y bajo mi familia
a contemplar las aguas pardas bajar
eternamente.
Me enteré que vendieron la casa que me gusta,
cerca de la plaza y del río de mi infancia.
Continuaré a la espera con la oferta en el tránsito
del pueblo que crece y se desborda,
solicitándole a Dios la gracia
que no se nos adelante un turco y la transforme en tienda.
Por las aguas del río pasan las boras
mientras espero el día.


FERNANDO DEL PASO





I



Cuando a tu sangre nombres, cuerpo, invoca
una sola palabra: sangre llama
a lo que sólo sangre se reclama
desde tus pies al filo de tu boca.

Cuando a tu carne nombres, cuerpo, evoca
la sola carne que a la carne llama,
la que se mira y besa y hiere y ama,
que se penetra y lame, huele y toca.

Llámate cuerpo a secas, no te esmeres
en ser de otras palabras reflejo,
la oscura huella, su inasible sombra.

Quédate cuerpo a solas y no esperes
ser otra cosa que el desnudo espejo
de la sola palabra que te nombra.


De: “Sonetos para un cuerpo ajeno y propio”



ALEJANDRO ZAMBRA





Inverness



II

No quisiera quedarse, ni salir
Ezra Pound

Cuatro paredes cuando sopla
el viento:

sin movimientos
o con el solo movimiento de los ojos
un hombre pone su atención
en el suelo

Mañana hablaremos del mar
Mañana cambiaremos el lugar
de esa ventana.


De: “Bahía inútil”


ALFREDO R. PLACENCIA





Tú eres aún pequeño



I

Solfea, niño amigo, en tu Eslava, solfea;
y que el poeta sueñe, como en la dulce aldea,
cuando la peña canta y el tabachín florea.

Siento como el exúber florecer de la roca
cuando trémula viene hasta mi alma y toca
la inspiración temprana que fulgura en tu boca.

Solfea, artista impúber,
en tu Eslava, solfea.

Soñador del exúber
florecer de la aldea,
yo he de entornar los ojos por ver cómo la roca
bebe la sangre virgen que el tabachín gotea.


II

Tú y yo somos hermanos. Aunque esté encanecido
mi pelo con la nieve que el tiempo le ha traído
y tú seas un niño todavía pequeño,
ambos somos hermanos; el amor nos ha unido
con la dulce lazada del ritmo y del ensueño.

Y soy un pobrecito digno de que me quieras.
Soy un triste que ha mucho va por la vida solo.
Si a su casa, sin aire y sin calor, vinieras,
amasados sus muros y cimientos creyeras
con las eternas nieves y el olvido del polo.

Mas no pesa mi carga, antes vivo contento
con mi fardo de nieves y mi sobra de olvido.
Débil hoja que plugo para juguete al viento,
nunca he soñado tanto como cuando ha venido
el olvido a mi casa y ahí puso su asiento.

El Temaca ignorado tiene sus sabineras
de cuya espesa fronda fui a suspender mi hamaca;
y le canté a su Cristo, que el viandante venera,
y pusiéronse a hablarme la cumbre y la pradera
de aquel mundo de versos que me inspiró Temaca.

Y más antes —de ello hace ya muchos años—,
descendí a lo más hondo del lejano Bajío
donde guarda sus restos coloniales Bolaños,
y soñé los dialectos de sus hombres extraños,
y canté a las estrellas caídas en su río.

Y es así, de ese modo, sin poner para nada
el haz de mis austeras esperanzas en nadie,
y descendiendo siempre de bajada en bajada,
como he visto que suele reventar la alborada
y que en mi frente el beso de sus luces irradie.

Tú eres aún pequeño. Todavía no pruebas
el pesar de la vida. Tu sendero se alfombra
de luces juveniles y de esperanzas nuevas;
pero ya vendrá el tiempo para darte a que bebas
su dolor y a traerte su dávida de sombra.

Entretanto, solfea...
La peña está cantando y el tabachín florea.
No temas al adusto dolor; antes invoca
al dolor, y que él sea
el que ponga en tu alma y destile en tu boca
las estrofas que él sabe pensar. Mira la roca:
¡Son de sangre las flores que el tabachín gotea!



JOSÉ MANUEL CABALLERO




  
Apócrifo de la antología palatina



Súbita boca que hasta mí llegó
en el lento transcurso de la noche,
dócil de pronto y de improviso
rezumante de furia,
                                        ¿quién
activó su olímpica
ansiedad, esparciendo
un delicado zumo de estupor
entre las ingles de los semidioses?

Oh derredor opaco
del recuerdo que suple lo vivido,
cuando quien esto escribe
amaba impunemente no en el templo
de Afrodita en Corinto
sino en la clandestina alcoba bética
donde oficiaba de suprema hetaira
la gran madre de héroes, fugitiva
del Hades y ayer mismo
vendida como esclava
en el impío puerto de Algeciras.