sábado, 28 de abril de 2018

ALFREDO R. PLACENCIA





Tú eres aún pequeño



I

Solfea, niño amigo, en tu Eslava, solfea;
y que el poeta sueñe, como en la dulce aldea,
cuando la peña canta y el tabachín florea.

Siento como el exúber florecer de la roca
cuando trémula viene hasta mi alma y toca
la inspiración temprana que fulgura en tu boca.

Solfea, artista impúber,
en tu Eslava, solfea.

Soñador del exúber
florecer de la aldea,
yo he de entornar los ojos por ver cómo la roca
bebe la sangre virgen que el tabachín gotea.


II

Tú y yo somos hermanos. Aunque esté encanecido
mi pelo con la nieve que el tiempo le ha traído
y tú seas un niño todavía pequeño,
ambos somos hermanos; el amor nos ha unido
con la dulce lazada del ritmo y del ensueño.

Y soy un pobrecito digno de que me quieras.
Soy un triste que ha mucho va por la vida solo.
Si a su casa, sin aire y sin calor, vinieras,
amasados sus muros y cimientos creyeras
con las eternas nieves y el olvido del polo.

Mas no pesa mi carga, antes vivo contento
con mi fardo de nieves y mi sobra de olvido.
Débil hoja que plugo para juguete al viento,
nunca he soñado tanto como cuando ha venido
el olvido a mi casa y ahí puso su asiento.

El Temaca ignorado tiene sus sabineras
de cuya espesa fronda fui a suspender mi hamaca;
y le canté a su Cristo, que el viandante venera,
y pusiéronse a hablarme la cumbre y la pradera
de aquel mundo de versos que me inspiró Temaca.

Y más antes —de ello hace ya muchos años—,
descendí a lo más hondo del lejano Bajío
donde guarda sus restos coloniales Bolaños,
y soñé los dialectos de sus hombres extraños,
y canté a las estrellas caídas en su río.

Y es así, de ese modo, sin poner para nada
el haz de mis austeras esperanzas en nadie,
y descendiendo siempre de bajada en bajada,
como he visto que suele reventar la alborada
y que en mi frente el beso de sus luces irradie.

Tú eres aún pequeño. Todavía no pruebas
el pesar de la vida. Tu sendero se alfombra
de luces juveniles y de esperanzas nuevas;
pero ya vendrá el tiempo para darte a que bebas
su dolor y a traerte su dávida de sombra.

Entretanto, solfea...
La peña está cantando y el tabachín florea.
No temas al adusto dolor; antes invoca
al dolor, y que él sea
el que ponga en tu alma y destile en tu boca
las estrofas que él sabe pensar. Mira la roca:
¡Son de sangre las flores que el tabachín gotea!



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