viernes, 24 de julio de 2015

ANDRÉS NEUMAN


 
 
Persecución.
En el retrovisor
la luna llena.

 

KOBAYASHI ISSA


 

Escuchamos los insectos
y las voces humanas
con distintos oídos.
 

De “Voces”

 

 

OLIVERIO GIRONDO


 

El puro no


El no
el no inóvulo
el no nonato
el noo
el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan
y nooan
y plurimono noan al morbo amorfo noo
no démono
no deo
sin son sin sexo ni órbita
el yerto inóseo noo en unisolo amódulo
sin poros ya sin nódulo
ni yo ni fosa ni hoyo
el macro no ni polvo
el no más nada todo
el puro no
sin no


 
 
 

JORGE BOCCANERA


 

Oasis


Caminé en el desierto de tu lengua.
De cada polvareda hice un recuerdo grato.
De una piedra redonda, un amuleto.
De las verdes tormentas hice un bosque.
De cuatro lagartijas, un amigo.
Caminé,
                  ¿Para qué?
Si el que habla de estas cosas es apenas el viudo de tu lengua.
                  ¿Para qué?
Caminé,
                  Caminé.
El bosque, el amuleto, el amigo, el recuerdo, son puñados de polvo.

¡Tanto excavar por una sola perla de agua!
¡Todo mi harén es una Sordomuda!

 


 

 

FERNANDO PESSOA


 

No quiero rosas, con tal que haya rosas...

  

No quiero rosas, con tal que haya rosas.
Las quiero sólo cuando no las pueda haber.
¿Qué voy a hacer con las cosas
que cualquier mano puede coger?

No quiero la noche sino cuando la aurora
la hizo diluirse en oro y azul.
Lo que mi alma ignora
eso es lo que quiero poseer.

¿Para qué?... Si lo supiese, no haría
versos para decir que aún no lo sé.
Tengo el alma pobre y fría...
Ah, ¿con qué limosna la calentaré?...
 

Versión de F. Gutiérrez

 

 

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR


 

Mi hija mayor va a Buenos Aires
                        A Silvia Werthein y Juan Carlos Volnovich, príncipes.
                                                                                    Y a Teresa.


1


Mi hija mayor va a Buenos Aires
Casi con la misma edad que yo tenía
Cuando en 1961 estuve por primera vez allí,
Y en el vestíbulo del hotel, recién llegado ya sus ojos muy
             joven,
Fryda Schultz tan fina, tan dibujada,
Me dijo que mantenía correspondencia con mi padre,
De quien había recibido un libro de poemas,
Y me vi obligado a responderle que cuando yo era niño
Mi padre había publicado un libro, pero a pesar de su
bella dedicatoria
A Obdulia, mi madre, que con tanta abnegación lo ayudaba
a sostener el peñón de Sísifo
(¿Tendré que añadir que entonces Albert Camus era casi
               un adolescente?),
Y a sus hijos, es decir a nosotros, que con el tiempo
íbamos a considerarnos los Karamazov,
A pesar, digo, de esa dedicatoria, era un libro de
                contabilidad,
Y también a pesar de que él era más digno de mantener
relaciones con ella que yo,
Era conmigo que ella se carteaba,
Y era mío el libro que ella había recibido.

Poco después conocí a mis hermanos destinados,
Como Juancito Gelman, que me regaló sus breves y ya
estremecedores libros primeros,
Y en El juego en que andamos me puso esta dedicatoria:
A Roberto/revolución de por medio/ tu hermanisimo/ Juan
/Baires, diciembre 61,
Y empezamos a intercambiarnos poemas/ cartas del uno
             para el otro,
Y su poesía/su dolor/sus preguntas crecieron tanto que su
             luz/su sombra se extienden sobre todo el Continente;
Como Paquito Urondo, que al igual que Juancito y tantos
             otros poetas entrañables
Había nacido en 1930, el mismo año que yo,
Y ya había publicado un libro con el título de otro que yo
             iba a publicar,
Aunque el suyo, por supuesto, me gusta más,
Y un día, quizá en su último poema,
Conversó conmigo por aquellos versos sobre los hombres
             de transición,
Seguramente sin saber que tales versos a su vez
Eran resultado y parte de una conversación inconclusa que
              tuve con el Che,
Y otro día iba a morir combatiendo
Y yo le escribiría un llanto que quise terminar con
              esperanza,
Pero sé, porque él me lo escribió desde Caracas,
Que entristeció al sempiterno joven León Rozichtner;
A Rodolfo Walsh ya lo había conocido en La Habana,
cuando con Masetti, Gabo y otros tercos locos llevaban
              adelante Prensa Latina:
Rodolfo me presentó en la entrada de una pequeña librería
              habanera a Waldo Frank,
Cuyo amoroso libro sobre Cuba iba a contribuir tanto a
              alterar el destino de mi Julio Cortázar,
Que en los últimos veinte años de su vida formó parte
              completamente de la nuestra
En las alegrías y en los dolores, en los aciertos y en los
             desaciertos, en lo que aprendíamos y en lo que
             desaprendíamos.
A César Fernández Moreno, a Haroldo Conti, a Mimi Langer,
Para sólo nombrar aquí a algunos hermanos idos,
Los iba a conocer en Cuba, y volví a verlos en Francia, en
              México, en muchas partes:
César murió, como de un rayo, del corazón, que debe ser
la muerte de los elegidos de los dioses;
Julio y Mimi fueron carcomidos por atroces y minuciosas
              enfermedades
De las que me escribían con sereno valor, como si
estuvieran hablándome de cosas impersonales;
A Rodolfo y a Haroldo me los desaparecieron, me los
asesinaron,
Y nadie sabe dónde quedaron sus huesecitos, su polvo.


5


Mi hija mayor va a Buenos Aires
Casi con la misma edad que yo tenía
Cuando Miguel Ángel Asturias, a quien yo había recibido
en el aeropuerto de La Habana una madrugada de 1959,
Me ofreció una cena en su apartamento bonaerense,
Una cena de la que recuerdo a muchas personas,
Y sobre todo a Estela Canto, quien se paró de cabeza para
hablarme
Y luego me dejó, con dedicatoria en que mencionó al sol
de Cuba, su novela  En la noche y el barro,
Y muchos años después me conmovería con su libro Borges
a contraluz, comentado por el joven Andrés Zavala.