jueves, 29 de septiembre de 2016


FRANCISCO JAVIER IRAZOKI




Palabra de árbol



No conocí al que murió en el vientre de mi madre. La abuela lo recogió, dijo que era grande como un guía y lo puso en el hoyo que el padre había cavado entre las raíces de mi higuera preferida.

Yo pasaba tardes enteras bajo el gris áspero de las hojas del árbol, esperando que naciesen los higos. Cogía al fin el fruto blando y tocaba su piel negra que después deshacía en tiras. Cada hilo era una puerta para adentrarme en mi hermano muerto y lo paladeaba al ritmo lento de un viajero antiguo. Luego rompía con los dientes las semillas menudas del interior. Ellas contenían palabras, voces que subieron por la savia de la higuera.

Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos.

Alguien quiso una ceremonia devota en aquel lugar. De la cartera de mi ojo derecho saqué una lágrima inmóvil. Una lágrima petrificada que se transformó en blasfemia de fuego cuando la deposité en la escudilla situada a los pies de los ídolos.


De: “Los hombres intermitentes”.



ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO




A Rafael y María Asunción



Ayer el viento decía,
Alegre, palabras al agua.
¡Qué frescor en sus decires
Y que altos sobre los mares
Los sones de sus garganta!

Se mueve una barca
en medio del mar.
La mecen las olas
con suave compás.
Cantan las sirenas.
¡Oigo su cantar!
Rasgando la espuma
de un mar de cristal
la barca de plata
se llena de sal.


ANDRÉS MOREIRA



  
Carburaciones
  
“Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.”
Lizalde, de nuevo
  A Isabel Martínez,
 viajera interdimensional.




El aire baila  in             tan
                           cons          te
entre sus pistones
de materia reluciente humeante
el motor V-Twin 1200 cm

carbura por sus jeans acaderados
se retira y regresa
nunca igual al instante anterior
en la carretera arterial
donde habita el durmiente que esconde
palabras en su pecho
manía de mar en madrugada
petróleo que se flagela
Efecto que causa
el Infecto
de Afecto
al aire
que danza entre sus pistones engranajes cilindros
a la tierra que huella Isabel
las bardas derrumbadas al impacto
si  fuera usted un poco menos bella
si tuviera los pies ahuesados
y  las nalgas inergonómicas al asiento
de esta desteñida V-RodMuscle
no tendríamos que acelerar
cada vez que el semáforo

torne en ROJO.



CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE




No, mi corazón no es más grande que el mundo...



No, mi corazón no es más grande que el mundo.
Es mucho más pequeño.
En él no caben ni mis dolores.
Por eso me gusta tanto contarme a mí mismo
por eso me desvisto, por eso me grito,
por eso frecuento los diarios,
me expongo crudamente en las librerías:
necesito de todos.
Sí, mi corazón es muy pequeño.
Sólo ahora veo que en él caben los hombres.
Los hombres están aquí afuera, están en la calle.
La calle es enorme. Más grande, mucho más grande
de lo que yo esperaba.
Mas en la calle tampoco caben todos los hombres.
La calle es más pequeña que el mundo.
El mundo es grande.
Tú sabes como es grande el mundo.
Conoces los navíos que llevan petróleo y libros, carne y algodón.
Viste los diferentes colores de los hombres,
los diferentes dolores de los hombres,
sabes cómo es difícil sufrir todo eso, amontonar todo eso
en un solo pecho de hombre... sin que estalle.
Cierra los ojos y olvida.
Escucha el agua en los vidrios tan calmada. No anuncia nada.
Sin embargo, se escurre en las manos,
¡tan calmada! va inundando todo...
¿Renacerán las ciudades sumergidas?
¿Los hombres sumergidos -volverán?
Mi corazón no sabe.
Estúpido, ridículo y frágil es mi corazón.
Sólo ahora descubro cómo es triste ignorar ciertas cosas.
(En la soledad de individuo
desaprendí el lenguaje
con que los hombres se comunican).
Otrora escuché a los ángeles, las sonatas, los poemas,
las confesiones patéticas.
Nunca escuché voz de gente. En verdad soy muy pobre.
Otrora viajé por países imaginarios, fáciles de habitar,
islas sin problemas, no obstante exhaustivas
y convocando al suicidio.
Mis amigos se fueron a las islas.
Las islas pierden al hombre.
Sin embargo algunos se salvaron y trajeron la noticia
de que el mundo, el gran mundo está creciendo todos los días,
entre el fuego y el amor.
Entonces, mi corazón también puede crecer.
Entre el amor y el fuego,
entre la vida y el fuego,
mi corazón crece diez metros y explota.
-¡Oh vida futura! nosotros te crearemos.




DENNIS ÁVILA



  
Efecto giroscópico



En distintos momentos de mi vida
he contemplado
la fugaz existencia de un trompo:
remolino de madera,
fusión de aire y manos.

Fríos como pinzas
crean el viento en miniatura,
la energía del sosiego
y los moldes para la utopía
del movimiento perpetuo.

Aunque giren en el suelo
o en la mano,
nadie que creció cerca de un trompo
podrá evadir los códigos ocultos
en su dialecto de espiral.

Su baile es centrífugo:
seres inanimados
que viven por sí mismos.
 
Para ellos la eternidad es equilibrio,
el tiempo se llama profecía
y danzar significa espectadores.

En distintos momentos de mi vida
he visto morir a un trompo:
debilitarse hasta caer,
volver a empezar.
  


MARÍA SANZ



  
Anónimo



Porque el destino mira siempre al frente,
porque los cuatro puntos desleales
de mi vida se pierden en un mapa
cada vez más pequeño, yo diría,
aprovechando que no me oye nadie,
unas palabras, una frase, algo
más que esos versos. Porque si el destino
es una línea recta, si hay un norte
orientado a las luces de poniente,
yo quisiera decir o ser el eco,
tan sólo el eco ya, de algún poema,
aprovechando que no lee nadie
en este libro abierto de mi vida.