"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 11 de junio de 2022
EDUARDO EMBRY
Sobre casas vacías
No
hay casas vacías en estos montes,
que yo lo sepa,
sin un señor
iracundo que pasear;
no hay casas desarmadas sin visiones
de violines o de arpas refulgentes
que no recuerden
a sus ángeles guardianes;
desde una casa desocupada
es más eficaz y veloz el paisaje:
la ciudad
aprisionada entre bloques
disimula mejor sus tragedias,
privilegiada posición,
no hace temer sus levantes.
hay casas colmadas de cuadros,
de muchos árboles genealógicos
que nunca han tenido memoria
ni de un violín ni de un
piano con pata de elefante
una casa evacuada como la que sueño
inspira abrir ventanas,
un delgado hilo en el horizonte,
señores y señoras, salir por el aire
rojo, blanco y azul
de secretos rumores que hacen temblar.
ESTHER DE CÁCERES
Nocturno herido
Mientras
las nubes pasan sobre el tapiz antiguo
del tiempo herido
yo olvido el suave musgo y los pies vivos
porque
tu ser tendido
yacente en mis rodillas
me atrae como la sed. Hacia tu muerte
como hacia el mar me inclino
y me busco en tu faz como en espejo
hasta que el día declina.
Duermo
entre tus imágenes
redobladas y vivas
y la aurora sorprende un raro sueño:
Yo
voy corriendo mi veloz carrera
sobre mármoles fríos.
Pasan las nubes… son veloces… miran
un ser yacente, un templo entre cipreses
por el agua del mar humedecidos.
Miran una gran fuente
plantada como un árbol
en medio de la tarde y el olvido…
Sola imagen tranquila
de tu muerte tendida en mis rodillas.
En
fuente y ser de muertes yo me miro
y pasan nubes
sobre tu ser tendido,
sobre mi ser que el Tiempo no atraviesa,
sobre un tapiz de tiempo
que fuga y permanece;
sobre un césped de tiempo
donde la cruz de Amor se planta cada día
y mis pies silenciosos y desnudos caminan!
JULIO VICUÑA CIFUENTES
Connubio rústico
Entre
la catedral y las ruinas paganas
vuelas ¡oh Psiquis, oh alma mia!
Rubén Darío.
El hada Morena, el hada más niña
de todas las hadas, viste la basquiña
color de esperanza, y a sus pies desnudos,
alados, menudos,
calza las chinelas de grana. En la frente
sus rizos compone, diadema
que un rey envidiara, y adorna su frente
con ramas de almendro, que muestran en yema
las cándidas flores. En su manecita
mórbida, que a dulces presiones invita,
la vara cimbrea
que teje los sueños y crea
las visiones plácidas de la fantasía.
Es el vago y tenue despertar del dia.
El hada Morena la puerta golpea
de una pobre choza
que en la niebla fría
su miseria emboza.
-Abuelo, ya es hora. La falda
del monte, se tiñe color de esmeralda,
y el limpio arroyuelo
que deja su cuna de hielo,
ya busca los ricos vergeles,
sonando el corimbo de sus cascabeles.-
Alza el viejo la frente, sin prisa,
y enmendando el gesto de su faz ya seca,
busca una sonrisa
y ensaya una mueca.
-Abuelo, ya es hora. Tus canas agravia
esa cobardía con que las abrumas:
en los viejos troncos hay rumor de savia,
y en los yertos nidos hay calor de plumas.
El bordón requiere, viste la coroza,
pon las viejas armas en la bandolera:
donde Don Invierno levantó su choza,
va a alzar su palacio Doña Primavera.-
Por la faz caduca
del tétrico viejo desborda
el llanto. Contempla su mísera ruca
por la vez postrera,
y hacia las regiones donde el trueno asorda
los aires, y cae la nieve
en copos, su paso perezoso mueve.
El hada Morena, el hada más niña
de todas las hadas, cruza la campiña,
y a su paso brotan
céspedes y flores que el matiz agotan,
perfumes que embriagan, brisas que recrean,
fuentes que murmuran, ayes que aletean.
Con su vara mágica toca el viejo tronco,
que del cierzo ronco
quebrantó la furia, y al contacto leve,
la savia circula, la rama se mueve,
revienta la yema y nace el botón:
es la hora núbil de la creación.
Es la hora joven de este mundo viejo,
en que, en cada surco que su faz arruga,
cuando el alba envía su primer reflejo
cuaja un nuevo germen, una flor madruga.
Es la hora de extraños connubios,
en que el aire se carga de efluvios
que la sangre encienden,
y despiertan ansias que en el alma prenden
como chispas rojas en trigales rubios.
El pimpollo tierno de la rosa, enarca
su cuello, que al peso
se dobla del trémulo beso
de la abeja, y croan en la negra charca
las ranas lascivas en su ritmo avieso.
Gritos estridentes,
cantos de victoria y de desafío
conmueven las frondas nacientes;
los celos estallan que enciende el desvío,
y los trovadores
alados, se embisten en torno a la hembra,
que promete amores
y discordias siembra.
En los viejos montes que velan las brumas,
a un tiempo resuenan en orgias francas,
cálidos idilios de rugientes pumas
y églogas dulcísimas de palomas blancas.
Y cruzan lagartos, y ondulan culebras,
y vuelan enjambres por entre los riscos,
y hay epitalamios en las hondas quiebras,
tiernos aoristos junto a los apriscos.
El hada Morena, el hada más niña
de todas las hadas, el campo escudriña
que en torno descubre,
con mirada vaga
que vagos anhelos inquietan. Octubre
con luces y aromas embriaga
su pecho de virgen, y halaga
la su fantasía,
el ensueño impreciso, que acrece
la melancolía
en que languidece.
Un címbalo suena. Entre los rosales
que sus rústicos tallos desploman
sobre el cauce abierto de los manantiales,
las orejas caprinas asoman
de un Fauno muy bello, ni altivo ni huraño,
que fija en la virgen Morena su ardiente
mirada, y balbuce: -¡Por cierto que antaño
vestían las ninfas más ligeramente!-
(Era un Fauno joven, casi adolescente.)
Con un imprevisto movimiento brusco,
a el hada se llega, la besa en la boca,
y exclama: -Ha mil años que en vano te busco.
Perdona este exceso;
yo no soy de nieve, ti no eres de roca.-
Y otra vez un beso
estampó en sus labios picarescamente.
(No hagáis caso d’eso;
era un Fauno joven, casi adolescente.)
En otro hemisferio,
por siglos y siglos dilate mi imperio,
y nunca marchitas las rosas
vi de mis mejillas, ni escuchó el dicterio
que a Sileno dicen las jóvenes diosas.
En Trinacria fértil, los estivos meses
guardaba las mieses
maduras, que hinchen los trojes,
y mansos corderos y bravías reses
-el oido atento
a la voz del címbalo- por entre los bojes
pacían el trébol del campo opulento,
en la rica selva de la gran Tarento.
Las doradas uvas
tan caras a Baco, transforme en las cubas
en cécubo hirviente y en rojo falerno
y cuando el invierno
alzaba sus tiendas, el seno fecundo
de Pomona hería
con el verde mirto, y de nuevo el mundo
sus marchitas galas rejuvenecía.
Otro tiempo vino. Se hizo sabio el hombre
y volcó las aras y olvidó hasta el nombre
del dios tutelar que la tierra,
con los otros dioses, dejó. Por la sierra,
errante, yo solo, vague luengos siglos,
entre los vestiglos
de esta edad honesta, de esta edad sesuda
que viste la carne y muestra desnuda
la intención. Corría los campos, trepaba
por agrias laderas a la cima brava
del monte remoto
que baten el bóreas y el noto,
sin templar mis ansias, al caer el dia
siempre devorado por las mismas llamas.
Y apenas su antorcha Véspero encendía,
en lo mis repuesto del bosque mullía
con hojas y ramas,
magníficos dones de Flora,
el tálamo inútil en que solitario
me hallaba la Aurora.
¡Larga fue la noche, pero ya amanece!
Esplendido y vario
es el panorama que la vida ofrece.
¡Amada, ya es hora!-
Y tendiendo el brazo desenvueltamente
(era un Fauno joven, casi adolescente),
rodeó con mimo donairoso y fácil
de Morena hermosa la cintura grácil.
Y el hada, sonriente, no esquivó este abrazo
(ni para qué había de esquivar el lazo),
y en tiernos coloquios que inspiró el instinto,
el vivaz y ardiente cuando ella modesta,
desaparecieron en el laberinto
de la gran floresta.
Y encendióse el aire, y alegres las brisas
corearon los himnos de invisible orquesta,
y sonaron besos, y estallaron risas,
y natura toda se vistió de fiesta.
Y en las nuevas aras las sacerdotisas
el místico incienso
al dios ofrendaron del amor intenso,
y hubo madrigales y brillantes odas,
y unánimes voces al son de la rústica avena.
-¡Cantemos, dijeron, las bodas,
las bodas jocundas de Fauno y el hada Morena!
Al beso del numen la virgen indiana,
en lo más umbrío de la selva arcana,
sentirá fecundo palpitar su seno,
y un dia sereno,
aurora risueña de tiempos mejores,
en cuna de mirtos y flores
nacerá Euforión. Mecerán su infancia
las brisas del trópico de rara fragancia
que rizan las aguas del lago encantado
y a los sones mágicos de su plectro de oro,
en el ritmo alado
del castalio coro,
que en fuente inexhausta sus labios abreva,
brotaran las gracias de la Musa Nueva.
¡Bien venga el ungido del arte naciente,
abeja escapada del jardín heleno!
¡Las rosas de Chipre ceñirán su frente,
las rosas de Chipre, que exhalan veneno!-
Una voz: -¿Quién turba la quietud del Hado?
En la primavera florece el retoño;
la espiga, al estío, da el grano dorado;
las vides sazonan su fruto en otoño;
¿qué importa el invierno, brumoso y helado?-
Asi la voz dijo, y el hada madrina
del bosque nupcial,
dió al viento las notas de su arpa argentina,
preludios acaso de la Sonatina,
arpegios que anuncian la Marcha triunfal.
BOŽIDAR PROROČIĆ
Cuando a medianoche te susurro
La
lluvia embriaga
cuando
cae la noche
y
los pensamientos vagan por el infinito
Esta
noche
estoy
bajo la lluvia
aquí
de nuevo;
ella
vendrá
El
reloj marca los días de la vida
Me
despierto a medianoche
al
juego de la llama
en
el viejo hogar
Te
susurraba en sueños
sobre
el juego maravilloso
de
amor y dolor
algún
secreto de
los
sueños más locos
Eres
mi
sombra
escondida
Hay
muchos secretos
La
medianoche me esconde
Es
amargo el susurro
Te
acaricia el anhelo
Versión de Zeljka Lovrencic
MANUEL ANDROS FLORES
El sexo y la música en América
Merengue,
mambo, y jazz
en éxtasis los cuerpos.
Tango, salsa y bolero
tentáculos las miradas.
Bossanova, corrido y cueca
saudade y picardía.
Marinera, cumbia y reggae
se regala el espíritu.
Provocan las formas calientes,
se buscan, se encuentran.
Es el elixir de América.
Vamos bailando, vamos amando
La noche pasa rápido.
La vida pasa rápido.
Todos a la pista.
América, la vida es fugaz
ROLANDO CÁRDENAS
El hombre cotidiano
Hay
un gesto cotidiano que nos dice:
hay un modo de estar que nos delata,
y siempre el tiempo que nos recuerda quiénes somos.
Se
nace una mañana empapado de alba
después de recorrer la infancia más remota,
después de volver del colegio
comiendo una naranja lentamente,
sin fijarse mucho si estamos sobre un puente,
sin ver apenas cómo alas dibujan el paisaje.
Nos
sacamos nuestra máscara de sueño
para penetrar en el día. De pronto recordamos
que hay cosas que decir
sin importancia alguna,
copiar actitudes como ante un espejo
de una manera implacable,
para ser una vez más fantasma entre fantasmas.
Entonces
nuestra tristeza nos recuerda
que alguna vez podemos herir el día con el grito,
para arrojar entre ruinas ese lento morir,
más breve aun que la luz en el agua.
Que podemos liberarnos de esas cosas antiguas
que siempre se suceden cansadas como siglos,
y que se puede resucitar la lluvia entre las piedras,
y siempre nuestro olvido,
sin necesidad de esperar las estrellas
para buscar en el diccionario la palabra extraviada.
