domingo, 1 de julio de 2018


PERE GIMFERRER





Yo, que fundé todos mis deseos...



Yo, que fundé todos mis deseos
bajo especies de eternidad,
veo alargarse al sol mi sombra en julio
sobre el paseo de cristal y plata
mientras en una bocanada ardiente
la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles.
Mimbre, bebidas de colores vivos, luces oxigenadas, que chorrean despacio,
bañando en un oscuro esplendor las espaldas, acariciando
                                                                                 con fulgor de hierro blanco
unos hombros desnudos, unos ojos eléctricos, la dorada caída
                                                                                     de una mano en el aire sigiloso,
el resplandor de una cabellera desplomándose entre música suave y luces indirectas,
todas las sombras de mi juventud, en una usual figuración poética.
A veces, en las tardes de tormenta, una araña rojiza se posa en los cristales
y por sus ojos miran fijamente los bosques embrujados.
¡Salas de adentro, mágicas
para los silenciosos guardianes de ébano, felinos y nocturnos como senegaleses,
cuyos pasos no suenan casi en mi corazón!
No despertar de noche el sueño plateado de los mirlos.
Así son estas horas de juventud, pálidas como ondinas o heroínas de ópera,
tan frágiles que mueren no con vivir, no: sólo con soñar.
En su vaina de oscuro terciopelo duerme el príncipe.
Abandonados rizos en la mano se enlazan. Las pestañas caídas
                                                                               hondamente han velado los ojos
como una gota de charol y amianto. La tibieza escondida de los muslos
                                                                        desliza su suspiro de halcón agonizante.
El pecho alienta como un arpa deshojada en invierno;
                                                                 bajo el jersey azul se para suave el corazón.
                                            Ojos que amo, dulces hoces de hierro y fuego,
rosas de incandescente carnación delicada, fulgores de magnesio
que sorprendéis mi sombra en los bares nocturnos o saliendo del cine,
¡salvad mi corazón en agonía bajo la luz pesada y densa de los focos!
Como una fina lámina de acero cae la noche.
Es la hora en que el aire desordena las sillas, agita los cubiertos,
tintinea en los vasos, quiebra alguno, besa, vuelve, suspira y de pronto
destroza a un hombre contra la pared, en un sordo chasquido resonante.
Bésame entre la niebla, mi amor. Se ha puesto fría
la noche en unas horas. Es un claro de luna borroso y húmedo
como en una antigua película de amor y espionaje.
Déjame guardar una estrella de mar entre las manos.
Qué piel tan delicada rasgarás con tus dientes. Muerte, qué labios,
qué respiración, qué pecho dulce y mórbido ahogas.


De: "La muerte en Beverly Hills"


ANGEL CRUCHAGA





Adoración



Este mi amor no puede volverse un alarido.
A veces en él siento fragancias de ceniza.
Así en el mediodía se quemarán los trigos.
¡Yo no puedo llorar a Dios como las islas!

Atraviesas mi orgullo flameando tan cercana
que me emociono como si yo fuera algo tuyo,
pulsera de tu mano, collar de tu garganta,
y lloro contemplando tus pestañas de humo.



EZRA POUND





La mujer del mercader del río: una carta



Cuando yo todavía llevaba el pelo cortado sobre la frente
jugaba en el portal delantero, recogiendo flores.
Tú viniste con zancos de madera jugando a los caballos,
caminaste junto a mi asiento, jugando con ciruelas azules
y seguimos viviendo en el pueblo de Chokan:
dos niños, sin aversión ni sospecha.

Con catorce años me casé con vos, mi señor.
Nunca me reía porque era tímida.
Bajaba la cabeza y miraba a la pared.
Aunque me llamaran mil veces, nunca volvía la cabeza.

Con quince años dejé de fruncir el ceño,
deseaba que mi polvo se mezclara con el tuyo
para siempre y para siempre y para siempre.
¿Para qué seguir vigilando?

Te fuiste cuando yo tenía dieciseis años,
te fuiste a la lejana Ku-to-yen, junto al río de los remolinos,
y has estado fuera cinco meses.
Los monos hacen un ruido muy triste por ahí arriba.
Cuando te fuiste arrastrabas los pies.
En el portal ahora ha crecido el musgo, musgos
     distintos,
¡demasiado profundos para limpiarlos!
Los hojas caen pronto este otoño, por culpa del viento.
Las mariposas emparejadas ya amarillean en el agosto
sobre la hierba del jardín del oeste;
me duelen. Me hago vieja.
Si has de venir por los vados del río Kiang,
por favor, házmelo saber de antemano
y yo saldré a recibirte,
                                 iré hasta Cho-fu-sa.
                                                                          Por Rihaku


Versión de Javier Calvo


GUSTAVO ADOLFO VILLALPANDO





El gesto donde cumplo mi destino



es cierta forma de ponerme los zapatos
y abordar con indolencia el autobús
es la furia con que cruzo los jardines
y olvido los deberes inmediatos

No es el tedio que germina en esas horas
cuando en las playas nacientes se depura el porvenir
no es mi padre y su legado de quebrantos
su historia que perdura en los resquicios de mi degradación

Tiene que ver con ciertas voces sometidas al designio de la aurora
con tranvías que deambulan rezagados
a la espera de que amainen las tormentas
pero no con el misterio del sepulcro
pero no con la epopeya del dolor
tiene que ver    en fin con esta dicha de saberme corrompido


ROLANDO REVAGLIATTI





Mi gata actual



Mi gata actual duda demasiado
¡Vieran cómo duda mi gata!
No dudo de que dude
A veces
inexpresivamente
Yo me muestro expresivo
a veces
cuando ella duda.


De: “Sopita”



LEIDY BIBIANA BERNAL





Julieth y la lluvia

Bajo el mismo aguacero
fui niño
y seré viejo. 
                                             Umberto Senegal



Si algún día vuelvo a morir
procuraré hacerlo bajo la lluvia,
hay tanta compasión en cada gota…

Le diré a mamá que voy a jugar
con el aguacero en la cancha de arena.
Ella pronunciará el mismo no
y yo aprovecharé el rumor del techo
para encubrir el sonido de la puerta.

La sonrisa cómplice de Julieth
estará al otro lado de la cortina de agua
del alero de su casa.
En la ventana, como siempre, su abuela
con un cigarrillo en la boca y nicotina en la mirada,
convirtiendo el humo en niebla. 

Si algún día vuelvo a morir y la muerte me da tiempo,
le diré a Julieth que no la olvido, que al final
todos los saltos nos arrojan al mismo vacío,
que podemos volver a jugar a la oficina
aunque  ella no vea ya ni juguetes en los libros.
La llevaré a “los pinos” –donde jugábamos
y nos escondíamos en las noches– para narrarle
mis 26 años y mostrarle mi inventario de nostalgias.

Si algún día vuelvo a morir
                                            y se va la mujer 
                                            y regresa la niña,
buscaré a Julieth en la lluvia…

vamos, Julieth,
                         debajo de la cancha de concreto
                            están nuestros días y noches de juego,
                                nuestra memoria de arena.