sábado, 25 de enero de 2014

ELSA WIEZELL




Un hombre en el camino


Gastando los caminos
se vá el hombre
esclavo de sus constelaciones.
Frenético y ridículo
ciego y haciendo claridades,
ordenando sus días,
su pan, su amor
con el melancólico traje
de su tiempo ido.

Se vá el hombre
preguntándole a Dios
cuando se irá su inmenso río,
cuando se tumbará su canto,
cuando llevará el hijo
la geografía del ansia.

Y cuándo y dónde y para qué
pregunta el hombre
que gasta los caminos.



VÍCTOR-JACINTO FLECHA




Una tarde con Francisco de Asís



Octubre con su hambre estaba escarbando los
          escudos de la tierra

Mi hermanito Raúl y yo
juntando soles por el camino
          Llegamos a tu casa
estabas vestido de madera
y abrías la tierra con tu arado de madera

tendías la mano
y en ella se posaban los niños y los pájaros

Era tu tiempo Francisco
el de sembrar porotos y dar de comer
a los hambrientos niños de la comarca





MÓNICA LANERI


  

Eros


Tus besos
tienen
el sabor
de mi sexo
corola abierta
en quejidos
sibilantes
como el viento.



ELVIO ROMERO




Casa Cautiva



Esta es la casa; es nuestra.
Esta es su música; las exigencias todas
de la vida pasaron por sus habitaciones, por el ascua
quemante de sus fronteras; la locura de quienes emprendieron
una empresa más ancha que sus fuerzas, el sueño
que los fue desgarrando, esa sal escogida
que salpicó las llagas de su vasto martirio.

Es nuestra. Aquí resuenan
músicas melancólicas, instrumentos que exaltan
querencias y alegrías. Le pertenecen la quietud antigua
y los hechos sangrientos. Sus ríos, los espejos, recogieron despojos
de injuria y desventura (por eso es esta música); obsedieron
a sus hijos colores de aturdidos relámpagos, sus manos
apresaron los frutos de una infausta cosecha.
Su música es así. Descansa ahora
en un boreal tembladeral de pájaros, de plumas
amarillas, de crucifijos deslavados, rotos. Y es hora
de preguntarse ¿qué trajimos
para ungirla a un estado de habitación del hombre;
se habrá sentido, como cal viva en los ojos, la tribulación
de su destino? ¿Qué tembloroso cántaro
amasamos, qué súplica o trastorno,
qué empeño y asechanza para evitar la herida
de su piel, esa absorta mirada de sus ojos terribles
como una acusación? ¿Habremos, pues, cumplido
con el deber que hiciese merecer habitarla?

Es nuestra. Esta es su música. ¿Qué rencores oscuros
le habrán tejido esa circunferencia,
el halo que empurpura sus techumbres? ¿La enemistad
como un osario vano entre sus hijos? ¿El desconsuelo
de las cruces plantadas en su sueño y la obliga
a prosternarse a solas junto a su sombra rota,
a la intemperie, al umbral del orgullo que vela su infortunio?

A saco habrán entrado
en ella los Impuros, los cómplices
del ritual del crimen; habrán entrado a saco
con miserables máscaras que engendra la codicia;
habrán marcado un día trágico por sus muros.
trágico de fatalidad, espúreo
como el inicuo cuervo sobre el árbol desierto
en cuya raíz de hueso reposan los desnudos.
Su música es así, una cifra
de dulce acento humano, un anuncio
previo de acusación anudado a la rueda del destino
y al párpado de los muertos, melodía incesante en el desgaste
del desierto cubil, sonido desgajado
de un instrumento oscuro con imagen de reja y cautiverio.

Todo saldrá de aquí, de su piedra
y su polvo, de su migaja el pan, de su venero
verde la cosecha, de las estancias tristes la temblorosa noche
de la revelación y los rebeldes;
de aquí la sangre, el fuego, de los cuencos vacíos la mirada
final y salvadora, como un amor que brota
de madrigueras hondas de escarnio y menosprecio.

No habrá ya que olvidar decir su nombre
de música y quejumbre, ese nombre de selvas que prohijó
nacimientos,
muertes, inmolaciones, sea amarga sobre los labios,
del hombre; nombrarla en trance
marcarla a hierro lento en nuestros huesos;
a cada instante repetir su nombre (como triunfo o condena)
mentar esas señales remontadas a tiempos
de arcilla fatigada, de plumajes y tribus destruidas,
nombrarla siempre,
morder su nombre de sol inevitable
(como virtud o pecado), llevar su nombre en la carne
como esta lleva su corrupción, seguir nombrándola
y desvestirla toda con el rebozo intacto
de esa música dulce, inmemorial, desamparada música de un
anhelo insaciable.



HERIB CAMPOS CERVERA




Poemas no incluidos en Ceniza Redimida



Desde Espartaco hasta hoy,
nuestros héroes se llamaron:
Stenka Razin, caudillo campesino, vengador de su clase;
comuneros de París, innumerables y anónimos, fusilados
en
el muro;
pero sobrevivientes para siempre en el gran corazón de
los
obreros;
trabajadores de Moscú, de Leningrado, de Hamburgo y de
Viena.
Los héroes de nuestra clase se llamaron:
Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht: ambos fuego, corazón y brazo de la Revolución;
ambos padre y madre del Partido Comunista Alemán.
Los poetas revolucionarios de hoy
cuando queremos cantar a un héroe proletario,
cantamos a Jorge Dimitrof.

Cada clase tiene los héroes que se merecen:
que los poetas burgueses levanten hasta las nubes a sus
héroes
sangrientos;
que canten epopeyas a sus masacradores de obreros y a
sus
mariscales de la matanza;
que tallen estatuas a sus financieros de la rapiña;
dejemos que tejan charreteras de oro para los generales
que han sobrevivido a los millones de soldados que
condujeron a la carnicería;
que ellos canten al rufián Horst Wessel -héroe de las
bandas
de Hitler-
Nosotros, los poetas revolucionarios de hoy,
cantaremos a un descamisado;
a un revolucionario,
al héroe proletario Jorge Dimitrof.

Sobre los escombros de la Europa imperialista y guerrera
todos los días amanece una aurora roja.
Hoy es Hamburgo la que levanta su voz de metralla;
ayer fue Reval la que cantó su himno insurgente;
luego Bulgaria inició su guerra campesina.
El fuego del incendio alumbró la estampa del obrero
Dimitrof,
alta, la figura;
imponente, la voz;
todo él, extraordinario y vencedor.

Asia se despereza y contesta:
Cantón la Roja ha izado una vez y otra vez la bandera de
la
Hoz y el Martillo.
El «Zeven Provincien» -hermano glorioso del Potemkin-
telegrafía al mundo:
«¡Hermanos! ¡No disparéis sobre nosotros!»
Entre el mar de las banderas rojas;
entre el sordo rugido de las masas que se aprestan a la
lucha
final,
las ametralladoras y los gases acuestan sobre las
calzadas a
las blusas azules.
Caen, se levantan, caen y se yerguen de nuevo;
héroes sin nombre sostienen en alto el símbolo rojo de
la
gloria revolucionaria;
voces anónimas cantan la marsellesa proletaria:
«...Es la lucha final...
...Unámonos todos con valor...
...Por la Internacional...».

Luego llegó «la noche de los largos cuchillos».
Sangre, cadenas, ley de fuga, «suicidios», horas y
hachas;
noche de San Bartolomé de los asesinos al servicio de la
Alta
Finanza.
El fuego, las torturas: un aquelarre de la Edad Media
fue lo que la burguesía ofreció a los obreros de
Alemania.

Pero las blusas azules prepararon su desquite.
...Y amaneció la mañana de Leipzig.
El Mundo, de nuevo pudo ver la estampa del héroe;
alta, la figura,
imponente, la voz;
encadenadas las manos laboriosas,
pero todo él, extraordinario y vencedor.

Los jueces callaron; los falsos testigos agacharon la
cabeza,
y el preso clavó a sus verdugos en el banco de los
acusados.
Habló. Habló para los suyos. Dijo su verdad de clase.
El supremo verdugo chilló aterrorizado:
«¡Sus palabras son excesivamente duras!».

El obrero Dimitrof piensa en la vida, en el dolor y en
las luchas
de todos los suyos,
y exclama:
«Mis palabras son ardientes y duras
porque ardiente y dura ha sido toda mi vida;
¡mis palabras son como la vida y la lucha de todos
los
míos!».

Y venció.
Venció porque era un proletario comunista,
venció porque sabía que todos los obreros del mundo
estarían a su lado en la agonía y en el triunfo.
Los verdugos desarmaron la guillotina;
Goering se hundió en su noche de crímenes y de morfina.

Manchester, Chicago, Skoda y Creuset han parado sus
máquinas;
los negros de la Carolina del Sur, de Liberia y del
África
Central,
los comunistas chinos que siembran de Soviet su país
milenario,
los «mensúes» del Alto Paraná y los mineros taciturnos
de las
montañas de Bolivia,
todos han escuchado la palabra de Jorge Dimitrof,
el corazón del mundo no tiene más que un único latido.
Una voz rompe el hilo de todos los telégrafos
y se derrama por las calles y por los caminos del campo
y de
las ciudades;
la consigna del Socorro Rojo Internacional pone de pie
a
todos los oprimidos de la tierra.
«Libertad para Jorge Dimitrof! ¡Abajo los jueces de
Leipzig!
Las radios de Moscú interrogan a Berlín:
«Capitán Goering: ¿Quién incendió el Reichstag?»

La respuesta fue un avión que cruzó el cielo de
Varsovia:
La Patria del Proletariado -que reclamó la vida de sus
hijos-
la Unión Soviética, desde el Ártico hasta Crimea
abrió sus 170 millones de brazos para recibir al héroe
vencedor.

Nosotros, los poetas revolucionarios de hoy,
cuando queremos cantar a un héroe proletario
cantamos a Jorge Dimitrof.


DELFINA ACOSTA



Piedra en llamas


¿ Y si me amaras ?
También si me dijeras
palabras que no hablan
en esta tarde que se va deprisa
por una puerta abierta hacia otro día.
¿ Si me quisieras ?
O si me permitieras ver tus ojos,
más, mucho más de su color de agua,
para encontrar en ellos lo que busco:
mi corazón,
mi propio corazón perdido.
Yo me imagino, a veces, convertida
sobre tu pecho en medallón de plata.
Yo me contemplo,
página ya escrita,
quemándome en tu cuerpo lentamente,
para brotar después,
para rehacerme
en lágrimas de un rostro maquillado.
Si me dijeras,
mejor, si no dijeras,
y yo supiera igual que tú también...