viernes, 12 de noviembre de 2021


 

MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

 


 

Final de la jornada: Atocha RENFE¹



Nadie puede decir qué hora es. Sólo el ojo
y su frío fluir digital. La luz aplasta.
Maletines, bolsas, mochilas: el duro trabajo
de transportar la nada.

Haces rojos
hienden la vista al recorrer
la arquitectura.
Un parpadeo -escaleras,
túneles, pasadizos- todo
es gris.

Adónde van a dar tus pasos,
cuánto silencio retumba en la asepsia
de estas paredes.

En los alrededores se escucha
aquel amor que canta en tiempos difíciles:

Murmullos entre cajas de cartón.

 

1.- RENFE: Red Nacional de Ferrocarriles Españoles

 

RENATO SANDOVAL

 


 

Una aurora alambrada



Era la noche de las formas boreales danzando al compás de los helechos
sobre el cuerpo retráctil de la bella, tan de pronto mía
cuando empezaba a aullar nueva alborada.
Si ella supiera del sabor gentil de su cuerpo yerto… Madre
lo decía con sus manos sumergidas en el cuáquer de los lonches nunca persignados
porque su palabra era verdad que yo, feliz,
engullía y devoraba devotamente con mis fauces, hostias
sus dedos de masa y de mampostería a diario horneándose el albo corazón.
Sí que has sido siempre blanca, si material harina que apanó todos mis huesos,
tú que sabes quién es la que hoy me roe el paso,
la que en el don me extirpa el aire, la luz, el arduo círculo del deseo.
Sabio tu aliento tornasol sobre esta frente que desde siempre te imagina,
porque en tu sangre, a diferencia de la mía, no habita
ni la inquina ni la melancolía embadurnada con colesterol;
ante ti todo el espacio y el parvo tiempo se prosternan,
saben que en tu dolor, madre, trepida la brizna turbia del origen,
porque soy de ti aun si abjuro de tu germen, ése que apaciento
en la pus renegando de mi pecho, abrazando las llamas de mi hogar.

Y vuelvo el rostro y estoy en la ventana a los diez años,
apenas si hay lugar para algún sueño no surgido de pronto en la mañana,
y otros hay que van y vienen a mi espalda, desde lejos
el sol ya no recuerda ese estío donde los espejos eran la noche de los ojos,
y entonces yo te miro, madre, con los dos ojos tan altamente cantando
y elevo al cielo el gusto de saber que en mí mismo se fugan todas las guaridas,
yo el celador, el policía de los grandes dones y de los sables de espuma y palo
blandiendo una y otra vez el amor en los erales,
una y otra vez soy el ladrón, la presa, la lluvia prometida;
y es allí que surca al vuelo la piedra audaz, la espada canora,
y yo soy solamente asombro en su belleza de bala proyectándose en sí misma;
miro ya sin ver su zarpazo en mi ojo de fruta, la pepa maldita
rodando al acaso, exánime, por la cuesta prohibida de la memoria.
A tientas voy ahora buscándolo entre las matas crecidas en el rostro de mi hermano.
Y ahora mi patria es una nube donde todo es virtual y nunca cierto;
sueño y en el sueño Polifemo cuenta las ovejas, falsas
como el infinito, risueñas porque ellas saben que el vellocino a nadie pertenece,
que hay otro sueño aún dormido después del mar,
y otro más en la cuenca hueca de mis ojos;
allí está el pozo de un sueño más perfecto, indeclinable él,
fuente de las fuentes donde agonizan todos mis deseos,
porque soy el argonauta ciego en busca de ovejas despeñadas;
amo la piel curtida y el pellejo ensangrentado bajo las córneas,
ahora que llevo mi ojo en cabestrillo
y cuento con mis dedos el número ganador de la lotería.
¡Por fin, por fin gané mi patria sin destino, hacedor dinero de la dicha!
Sí que estaban lejos la mujer de al lado, el aliento,
el gesto de la muerte que acunaba rabioso en mis rodillas.
Todo porque sí;
la razón nunca existió como patrón preponderante;
apenas si el rocío aprendía a rodar por las lúbricas quebradas del mastuerzo
y el gallo primerizo afilaba su canto en otro matorral.

Ver siempre fue el más verde anhelo y el pensamiento
el oleaje de tul entre la sombra tumultuosa.
Pero si seré ése que yo viera un día escalando los manzanos:
las manos eran peces de limón amargo y en los hombros
una joven testuz reía de sí misma señalando el horizonte.
El mozo ascendía como salmón entre las parvas
y las cigarras silbaban la canción de una fuente que se transformaba en mar.
Está bien zambullirse en el acaso, pensé
sin saber la hora en que empezaba mi serie favorita.
Pero no está bien decir que esta fruta es mía
si la rama es quebradiza y vulgar como este sueño.

Otro día vi las entrañas de una piedra, de excursión por un bravío roquedal.
Era como si una niña me dijese cuéntame un cuento
y yo, desarmado, implorase a Andersen ayuda peregrina.
Pero allí al fondo estaba yo acuclillado, chupando el dedo de la muerte,
mientras la savia de la piedra me circulaba en la vejiga
y una música de miel se dejaba oír en otras peñas sepulcrales.
Yo sabía que uno mismo es un misterio
y que saber demasiado no era de ningún modo conveniente.
De manera que al primer descuido de la piedra me arranqué de sus vísceras
y sin pensarlo dos veces puse pies en polvorosa.
Corrí, corrí y corrí hasta olvidarme de por qué corría.
Al primer recodo me detuve, deposité en el suelo lo que atenazaba con las manos,
y entonces me vi reptando sobre la arena, alto ya y primoroso,
con corbata y una flor sujetándome el pelo
y al parecer con un poema en los bolsillos.
Parecía un destino promisorio, qué párvulo ese Homero, y qué bandido.
Reí y reí con lágrimas de intenso placer, y las lágrimas formaron una nube
y la nube me impidió ver cómo una lagartija salía de su escondrijo,
tragaba al niño en un instante y oronda se perdía por donde vino.
No vi nada, pues.
¿Será por eso que dicen que ni el mar ni la muerte nunca lloran?

Ver siempre fue el más verde anhelo y el pensamiento
el oleaje de tul entre la sombra tumultuosa.
Pero si seré ése que yo viera un día escalando los manzanos:
las manos eran peces de limón amargo y en los hombros
una joven testuz reía de sí misma señalando el horizonte.
El mozo ascendía como salmón entre las parvas
y las cigarras silbaban la canción de una fuente que se transformaba en mar.
Está bien zambullirse en el acaso, pensé
sin saber la hora en que empezaba mi serie favorita.
Pero no está bien decir que esta fruta es mía
si la rama es quebradiza y vulgar como este sueño.

 

JUAN MELÉNDEZ VALDÉS

 

 

El pensamiento

 

 

Cual suele abeja inquieta, revolando
por florido pensil entre mil rosas,
hasta venir a hallar las más hermosas
andar con dulce trompa susurrando,

mas luego que las ve, con vuelo blando
baja, y bate las alas vagarosas,
y en medio de sus hojas olorosas
el delicado aroma está gozando,

así, mi bien, el pensamiento mío
con dichosa zozobra por hallarte
vagaba de amor libre por el suelo;

pero te vi, rendime, y mi albedrío,
abrasado en tu luz, goza al mirarte
gracias que envidia de tu rostro el cielo.

 

 

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

 

 

Cambio climático


 

Fúnebre es la soga negra de la lluvia.

El frío es parcial y el calor tangible.

Los pájaros no viajan y los niños no crecen.

Las olas arrasan con táctil estupor.

Los pulpos yacen exhaustos sobre las toallas.

Las calaveras se oxidan, bicolores y pulcras.

Ancianos mansos parecen tubérculos arrancados.

En las selvas, los ríos se hacen ásperos

y los monos culebras.

El lobo es una oruga con rostro humano

y los humanos lápidas de difunta influencia.

Los alimentos se pudren cobrizos sin ozono

y toda plantación es un sarcófago.

La tierra ronca, azota su sueño carne a carne.

Como caracoles, hombres y mujeres

son devorados por un solo dios,

el dios cretino que llamó fortuna a la existencia.

La humanidad se abortó a sí misma,

como era de esperar, y el universo nunca lo supo.

  

De: “Kapital”

 

 

LILIANA DÍAZ MINDURRY

 

 

 

Más toros

 

 

Han caído dos toros más del cielo
o es el mismo
Minotauro de Creta o de Guernica.
Alguien abre la boca para decir algo
y se calla de súbito. Es el sol insoportable
de la siesta o el del atardecer,
es lo mismo.

El gusto del agua contenida en los vasos es como un gato que ha
caído de otra galaxia,
o un perro que se fue del universo
o una mujer
o un hombre

 

De: “Guernica”

 

JUAN RAMÓN MOLINA

 

  

Soneto

 

 

Esquivando miradas indiscretas,
por oscuros y negros callejones,
al fin logré llegar a tus balcones
cargados de oloríferas macetas.

¡Cuántas pláticas dulces y secretas
llenas de juramentos e ilusiones,
tuvimos en aquellas ocasiones
al voluptuoso olor de las violetas!

¿En dónde estás, oh casta Margarita,
que en mi azarosa juventud lejana
me concediste la primera cita?

Te evaporaste como sombra vana,
y hoy, hecha polvo tu feliz casita,
se ignora dónde estuvo tu ventana.