viernes, 21 de febrero de 2014

TOMÁS SEGOVIA




Andante gusto



Cuando en algún paraje inesperado
De estas duras ciudades nuestras
Nos vemos lentamente sumergidos
En un charco de tiempo más y más moroso
Sentimos despertarse nuestro paso
Sabiendo bien ahora que recorre
El grave mundo para el que fue hecho
En un suave nublado apaciguante
Vemos las metas esperándonos serenas
Sin airada impaciencia
Sin querer destazar la distancia y su tiempo
Con sus tajantes dientes
En esa perezosa
Densidad tan leal todo se atarda
Hay tiempo suficiente
Para hacer caso del espacio
Para dejarnos alcanzar
Por las olas que el tiempo arrastra en su memoria
Para acordarnos como hermanos tras mil años reunidos
De que estar aquí vivos fue siempre el fundamento.



LEOPOLDO MARÍA PANERO




Diario de un seductor



No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.



ANA MARÍA MOIX




Andando el tiempo se verán las caras...
  


Andando el tiempo se verán las caras, esos que gritan por las esquinas viva la revolución. Degeneramos, compañeros. Preguntad al mozo de telégrafos si le gusta la historia de Rossy Brown.

Rossy partió bajo la luna, una noche de fiesta en casa de Míster Brown. Un caballero la envolvió en su capa y a sus sueños la llevó.

Regresó luego, triste y perdida, y a los pies de la mamá sollozó: Yo no sabía qué me decía aquella noche, verbena de San Juan, cuando dije estoy cansada y tengo sueño, mañana ya os veré. Tengo una herida y un hijo muerto. Sólo su capa Jim me dejó. Era mi dueño, y aunque lo digan, Jim nunca fue salteador.

Lo saben Rossy y la cocinera que en el ajo estuvo en la ocasión: Jim vuelve siempre. De madrugada su canción canta a las muchachas de negros ojos y dulce voz:

Un amor tiene cualquiera
pero Dulce Jim, no.

Y es que el mozo de telégrafos está enamorado, y no sabe qué hacer para que la hija de la portera entienda que no es muchacho del montón.






GUILLERMO CARNERO




Paestum



Los dioses nos observan desde la geometría
que es su imagen.
                               Sus templos no temen a la luz
sino que en ella erigen el fulgor
de su blancura: columnatas
patentes contra el cielo y su resplandor límpido.
Existen en la luz.
                               Así sus pueblos bárbaros
intuyen el tumulto de sus dioses grotescos,
que son ecos formados en una sima oscura:
un chocar de guijarros en un túnel vacío.

Aquí los dioses son
como la concepción de estas columnas,
un único placer: la inteligencia,
con su progenied de fantasmas lúcidos.




CLAUDIO RODRÍGUEZ




A mi ropa tendida
(El alma)



Me la están refregando, alguien la aclara.
¡Yo que desde aquel día
la eché a lo sucio para siempre, para
ya no lavarla más, y me servía!
¡Si hasta me está más justa¡ No la he puesto
pero ahí la veis todos, ahí, tendida,
ropa tendida al sol. ¿Quién es? ¿Qué es esto?
¿Qué lejía inmortal, y que perdida
jabonadura vuelve, qué blancura?
Como al atardecer el cerro es nuestra ropa
desde la infancia, más y más oscura
y ved la mía ahora. ¡Ved mi ropa,
mi aposento de par en par! ¡Adentro
con todo el aire y todo el cielo encima!
¡Vista la tierra tierra! ¡Más adentro!
¡No tenedla en el patio: ahí en la cima,
ropa pisada por el sol y el gallo,
por el rey siempre!

He dicho así a media alba
porque de nuevo la hallo,
de nuevo el aire libre sana y salva.
Fue en el río, seguro, en aquel río
donde se lava todo, bajo el puente.
Huele a la misma agua, a cuerpo mío.
¡Y ya sin mancha! ¡Si hay algún valiente,
que se la ponga! Sé que le ahogaría.
Bien sé que al pie del corazón no es blanca
pero no importa: un día…
  ¡Qué un día, hoy, mañana que es la fiesta!
Mañana todo el pueblo por las calles
y la conocerán, y dirán: «Esta
es su camisa, aquella, la que era
sólo un remiendo y ya no le servía.
¿Qué es este amor? ¿Quién es su lavandera?»



YOLANDA CASTAÑO




Poema de Olga y Elba



Soy yo la mujer que ahora ocupa esta casa
en la que existísteis, Olga, Elba,
desde que se abrieron para mí con los pies descalzos
sus labios de actriz que no me aman.
La que no es mía,
                           ni me tendrá,
                                             pero que huele a
oasis extramundo, laberinto de metafetiches, el escenario de lo que deseo, la
gruta de la felicidad.
         (Lo único que me tatuaría sería el olor de esa casa en la cara interna de mis muslos).
Y ¿qué sois vosotras a mi vida? compañías presentes,
mujeres antiguas y presentes,
dobles pálpitos de ser bordados en la piel de lo que abrazo.
Somos tres y cavilo sobre nuestras figuraciones idénticas, perfiles
repitiendo el perfil               de su milimétrica idea de la belleza.
Deslumbrantemente admiradas
y repugnadas hasta la náusea.
Que lo daría todo por ser por un minuto como vosotras,
yo, que os fui, tan abnegada e instintivamente.
Respira el rastro de las caricias
vuestras        en lo que toco,
aún insobornable en la madera de estos muebles,
en los frascos que aún están, en vuestra ropa.
Olga, Elba, abstractamente perfectas como mujeres anónimas,
intactas, como lo que no morirá          nunca.
Aún caliente está la huella de vuestros pies en lo que me acoje,
Y en la mesa que comparto con espectrales ausencias
alquilo vuestro espacio implacable con usura.
Que habría de morir por ser más que vuestras cifras
o deseo matar vuestro nombre a cuchilladas.
Olga, Elba, mujeres pasadas y perpétuas,
y yo estúpidamente hija vuestra,
estúpidamente hermana en una genealogía interrogante.
Fantasmas divinas
y feroces
mientras duermo.