Poema de Olga y Elba
Soy yo la mujer que ahora ocupa esta casa
en la que existísteis, Olga, Elba,
desde que se abrieron para mí con los pies descalzos
sus labios de actriz que no me aman.
La que no es mía,
ni me tendrá,
pero que huele a
oasis extramundo, laberinto de metafetiches, el
escenario de lo que deseo, la
gruta de la felicidad.
(Lo
único que me tatuaría sería el olor de esa casa en la cara interna de mis muslos).
Y ¿qué sois vosotras a mi vida? compañías presentes,
mujeres antiguas y presentes,
dobles pálpitos de ser bordados en la piel de lo que
abrazo.
Somos tres y cavilo sobre nuestras figuraciones
idénticas, perfiles
repitiendo el
perfil
de su milimétrica idea de la belleza.
Deslumbrantemente admiradas
y repugnadas hasta la náusea.
Que lo daría todo por ser por un minuto como vosotras,
yo, que os fui, tan abnegada e instintivamente.
Respira el rastro de las caricias
vuestras en
lo que toco,
aún insobornable en la madera de estos muebles,
en los frascos que aún están, en vuestra ropa.
Olga, Elba, abstractamente perfectas como mujeres
anónimas,
intactas, como lo que no
morirá nunca.
Aún caliente está la huella de vuestros pies en lo que
me acoje,
Y en la mesa que comparto con espectrales ausencias
alquilo vuestro espacio implacable con usura.
Que habría de morir por ser más que vuestras cifras
o deseo matar vuestro nombre a cuchilladas.
Olga, Elba, mujeres pasadas y perpétuas,
y yo estúpidamente hija vuestra,
estúpidamente hermana en una genealogía interrogante.
Fantasmas divinas
y feroces
mientras duermo.
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