domingo, 27 de septiembre de 2015

GABRIEL ZAID




Brindis



Borracho estoy de amarte y de mirarte,
Alta luz, alta copa enaltecida.
El vino se hace lenguas del Espíritu
Y migas hace el pan con el mantel.
Blanca la luz y negra y roja y viva,
En tus dedos es sangre, en tus pupilas
Eternidad, en tus labios silencio.
Te amo, sí, te amo, borracho de tus ojos,
Borracho, del silencio que ha arrasado tus ojos,
Noche viva y sin lágrimas, noche viva y sin rumbo,
Pero llena de estrellas como un mar sin temor.



ALFONSO REYES OCHOA




Visitación



-Soy la Muerte-— me dijo. No sabía
Que tan estrechamente me cercara,
Al punto de volcarme por la cara
Su turbadora vaharada fría.

Ya no intento eludir su compañía:
Mis pasos sigue, transparente y clara
Y desde entonces no me desampara
Ni me deja de noche ni de día.

—-¡Y pensar -—confesé—-, que de mil modos
Quise disimularte con apodos,
Entre miedos y errores confundida!

"Más tienes de caricia que de pena".
Eras alivio y te llamé cadena.
Eras la muerte y te llamé la vida.



XAVIER VILLAURRUTIA GONZÁLEZ




Décima muerte
                                     A Ricardo de Alcázar.


I

¡Qué prueba de la existencia
Habrá mayor que la suerte
De estar viviendo sin verte
Y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
De amar a lo nunca visto
Y de esperar lo imprevisto;
Este caer sin llegar
Es la angustia de pensar
Que puesto que muero existo.


II

Si en todas partes estás,
En el agua y en la tierra,
En el aire que me encierra
Y en el incendio voraz;
Y si a todas partes vas
Conmigo en el pensamiento,
En el soplo de mi aliento
Y en mi sangre confundida,
¿No serás, Muerte, en mi vida,
Agua, fuego, polvo y viento?


III

Si tienes manos, que sean
De un tacto sutil y blando,
Apenas sensible cuando
Anestesiado me crean;
Y que tus ojos me vean
Sin mirarme, de tal suerte
Que nada me desconcierte
Ni tu vista ni tu roce,
Para no sentir un goce
Ni un dolor contigo, Muerte.


IV

Por caminos ignorados,
Por hendiduras secretas,
Por las misteriosas vetas
De troncos recién cortados,
Te ven mis ojos cerrados
Entrar en mi alcoba oscura
A convertir mi envoltura
Opaca, febril, cambiante,
En materia de diamante
Luminosa, eterna y pura.

V

No duermo para que al verte
Llegar lenta y apagada,
Para que al oír pausada
Tu voz que silencios vierte,
Para que al tocar la nada
Que envuelve tu cuerpo yerto,
Para que a tu olor desierto
Pueda, sin sombra de sueño,
Saber que de ti me adueño,
Sentir que muero despierto.


VI

La aguja del instantero
Recorrerá su cuadrante,
Todo cabrá en un instante
Del espacio verdadero
Que, ancho, profundo y señero,
Será elástico a tu paso
De modo que el tiempo cierto
Prolongará nuestro abrazo
Y será posible, acaso,
Vivir después de haber muerto.


VII

En el roce, en el contacto,
En la inefable delicia
De la suprema caricia
Que desemboca en el acto,
Hay un misterioso pacto
Del espasmo delirante
En que un cielo alucinante
Y un infierno de agonía
Se funden cuando eres mía
Y soy tuyo en un instante.

VIII

¡Hasta en la ausencia estás viva!
Porque te encuentro en el hueco
De una forma y en el eco
De una nota fugitiva;
Porque en mi propia saliva
Fundes tu sabor sombrío,
Y a cambio de lo que es mío
Me dejas sólo el temor
De hallar hasta en el sabor
La presencia del vacío.


IX

Si te llevo en mí prendida
Y te acaricio y escondo,
Si te alimento en el fondo
De mi más secreta herida;
Si mi muerte te da vida
Y goce mi frenesí,
¿Qué será, Muerte, de ti
Cuando al salir yo del mundo,
Deshecho el nudo profundo,
Tengas que salir de mí?


X

En vano amenazas, Muerte,
Cerrar la boca a mi herida
Y poner fin a mi vida
Con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
Si en mi angustia verdadera
Tuve que violar la espera;
Si en vista de tu tardanza
Para llenar mi esperanza
No hay hora en que yo no muera!



JAIME SABINES GUTIÉRREZ




En la sombra estaban sus ojos



En la sombra estaban sus ojos
Y sus ojos estaban vacíos
Y asustados y dulces y buenos
Y fríos.

Allí estaban sus ojos y estaban
En su rostro callado y sencillo
Y su rostro tenía sus ojos
Tranquilos.

No miraban, miraban, qué solos
Y qué tiernos de espanto, qué míos,
Me dejaban su boca en los labios
Y lloraban un aire perdido
Y sin llanto y abiertos y ausentes
Y distantes, distantes y heridos
En la sombra en que estaban, estaban
Callados, vacíos.

Y una niña en sus ojos sin nadie
Se asomaba sin nada a los míos
Y callaba y miraba y callaba
Y sus ojos abiertos y limpios,
Piedra de agua, me estaban mirando
Más allá de mis ojos sin niños
Y qué solos estaban, qué tristes,
Qué limpios.

Y en la sombra en que estaban sus ojos
Y en el aire sin nadie, afligido,
Allí estaban sus ojos y estaban
Vacíos.


MANUEL MARÍA FLORES




Adoración



Como al ara de Dios llega el creyente,
Trémulo el labio al exhalar el ruego,
Turbado el corazón, baja la frente,
Así, mujer, a tu presencia llego.

¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente, de dolores;
¿Para qué castigar con tus enojos
Al que es tan infeliz con sus amores?

Soy un esclavo que a tus pies se humilla
Y suplicante tu piedad reclama,
Que con las manos juntas se arrodilla
Para decir con miedo... ¡que te ama!

¡Te ama! Y el alma que el amor bendice
Tiembla al sentirle, como débil hoja;
¡Te ama! Y el corazón cuando lo dice
En yo no sé qué lágrimas se moja.

Perdóname este amor, llama sagrada,
Luz de los cielos que bebí en tus ojos,
Sonrisa de los ángeles, bañada
En la dulzura de tus labios rojos.

¡Perdóname este amor! A mí ha venido
Como la luz a la pupila abierta,
Como viene la música al oído,
Como la vida a la esperanza muerta.

Fue una chispa de tu alma desprendida
En el beso de luz de tu mirada,
Que al abrasar mi corazón en vida
Dejó mi alma a la tuya desposada.

Y este amor es el aire que respiro,
Ilusión imposible que atesoro,
Inefable palabra que suspiro
Y dulcísima lágrima que lloro.

Es el ángel espléndido y risueño
Que con sus alas en mi frente toca,
Y que deja -perdóname... ¡es un sueño!-
El beso de los cielos en mi boca.

¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego,
De amor no sabe la palabra santa,
Pero palpita en el supremo ruego
Que vengo a sollozar ante tu planta.

¿No sabes que por sólo las delicias
De oír el canto, que tu voz encierra,
Cambiara yo, dichoso, las caricias
De todas las mujeres de la tierra?

¿Que por seguir tu sombra, mi María,
Sellando el labio, a la importuna queja,
De lágrimas y besos cubriría
La leve huella que tu planta deja?

¿Que por oír en cariñoso acento
Mi pobre nombre entre tus labios rojos,
Para escucharte detendré mi aliento,
Para mirarte me pondré de hinojos?

¿Que por sentir en mi dichosa frente
Tu dulce labio con pasión impreso,
Te diera yo, con mi vivir presente,
Toda mi eternidad... por sólo un beso?

Pero si tanto, amor, delirio tanto,
Tanta ternura ante tus pies traída,
Empapada con gotas de mi llanto,
Formada con la esencia de mi vida;

Si este grito de amor, íntimo, ardiente,
No llega a ti; si mi pasión es loca...
Perdona los delirios de mi mente,
Perdona las palabras de tu boca.

Y ya no más mi ruego sollozante
Irá a turbar tu indiferente calma...
Pero mí amor hasta el postrer instante
Te daré con las lágrimas del alma.



JAIME MARIO TORRES BODET




Ambición



I

Dame, Señor, la fuerza de un pétalo de rosa
Capaz de sostener el perfume de un bosque...

II

Nada más, Poesía:
La más alta clemencia
Está en la flor sombría
Que da toda su esencia.

No busques otra cosa.
Corta, abrevia, resume,
¡No quieras que la rosa
Dé más que su perfume!