sábado, 28 de febrero de 2015

FRANCISCO ÁLVAREZ


 

El viento

 

Vino primero tenue y acarició su pelo,
nube de mariposas rozando sus mejillas;
era el beso de un ángel flotando en las orillas
de sus ojos azules con reflejos de cielo.

Y se agitó en ligeros y suaves remolinos
trepando dulce y ágil en torno a su figura,
cubriendo en un abrazo la flor de su cintura,
llevando su perfume por todos los caminos.

Llegó por las esquinas borracho y pendenciero,
y sacudió su blusa con empuje atrevido.
Era intenso y robusto, rebelde y encendido,
y la apretó con fuertes tentáculos de acero.

Se transformó en violento ciclón desesperado,
arrancando la falda con sus múltiples manos,
invadiendo los fondos recónditos y arcanos,
y arrebatando el fuego de su cuerpo azotado.

Gentil soplo de viento crecido sin medida,
tierno beso de amigo transformado en amante,
leve caricia alzada en pasión dominante,
sueños nunca vividos de una ocasión perdida.

 

 

ALBERTO ÁNGEL MONTOYA

 


Estuvo ella tan cerca, su cuerpo junto al mío...

 

Estuvo ella tan cerca, su cuerpo junto al mío,
que entreverle los senos era amarla dos veces.
Iba el río cantando porque el agua del río
el cuerpo de la niña le inventaba los peces.

Era tan bello el cuerpo y el cuerpo era tan mío,
que yo supe ser río jugando con sus peces.
Pasa el río gritando, y a la orilla del río
un recuerdo redondo me tortura dos veces.

¿Qué se hicieron los senos de la niña en las ondas?
¿Por cuál cauce de sombra naufragó su azucena?
¿Por qué arroyos sus brazos y en qué grutas sus frondas?

Vuelve el río llorando sin la niña. Salvaje
fulge el trópico y ríe. -De la niña, en la arena,
quedó sólo la forma de un perfume en su traje-.

 

BLANCA ANDREU


 

Marina

 

Te he visto, océano
te he galopado
a lomos de un violín
de madera pulida
de un potro alabeado
del color del cerezo
y eras, océano
un prado
de hierba azul
en movimiento.

Como si fueras
el propio olvido
te he visitado
océano
emperador de las aguas
espejo profundo del cielo
y he visto en tus eternas barbas de espuma
cereales azules y flores del silencio.

 

De "El sueño oscuro"

 

 

 

AMALIA IGLESIAS


 

Ritual de violetas
                                                  "Las violetas son las sonrisas de los muertos"
                                                                                                   J. P. Toulet

 

Antes de que salga el sol
llegamos a la profundidad del bosque.
Es tanto el silencio que da miedo cortarlo,
olvidamos el cuerpo que nos une a sus pliegues.

La noche quiere regresar hacia su origen,
nos desvelamos como niños cansados de soñar.
No hace frío esta mañana en el corazón,
la penumbra nos mira de un modo diferente
pero también con la serenidad de la costumbre.

Ya hemos estado aquí,
en esta ceremonia solitaria y secreta,
la misma montaña piensa en los ausentes,
algunos pájaros susurran nuestros nombres.
Su color improvisa un jardín diminuto,
asombrosa intimidad de las cosas pequeñas.
El musgo que amortigua nuestros pasos
para que no despertemos a su duende.

Ya hemos estado aquí,
en la misma ofrenda inmóvil de la escarcha.
En un tiempo de cobijo sin retorno
la luz en duermevela desdibuja los ojos.
Es humilde el tesoro que enterramos,
apenas las semillas de un destino más grande,
violeta eternidad,
escribimos con flores un edén necesario.

 

De "La sed del río"

 

 

RAFAEL ESPEJO


  

Nunca del todo

 

Saber menos aún,
desabrazarle al yo sus anillos de árbol,
confundir mis ideas con luciérnagas
intrascendentes.

Tenerme cada vez, nunca del todo,
como si fuese un niño quien me vive.
 

De "Nos han dejado solos"

 

 

BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO


 

Aromas

  

Cuando regreso a casa no me lavo las manos
si es que he estado contigo un instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una joya vaga o una flor ideal.

Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.

Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos
o las miro a menudo con tanta suavidad,
o las alzo a la luna bajo las arboledas
como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.

Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido
pegado a las fachadas y me voy a acostar,
entonces tengo envidia del agua que las lava
y que, con tu perfume, da un suspiro y se va.