sábado, 11 de enero de 2014

HERIB CAMPOS CERVERA





Palabras para nombrar a los míos



El Hombre cae en la tierra, mas su
tiempo cae en la Eternidad.



Federico:
te he visto, aquí, sentado, sobre una piedra negra,
frente al mar que amansaba su furor en la playa,
mientras el sol pulía tu perfil de gitano
sobre el remolino limbo de la tarde dormida.

Te he visto así: sentado, con la camisa abierta
calcinando tu pecho bruñido de marino;
apagando las voces de tu guitarra ardiente
con el opaco grito de un puñado de arena.

Verde gitano nuestro que maduró la muerte
cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra,
la misma arena amarga que levantó tu mano
aún estará llorando tu nombre amanecido.

Cuando te arrodillaste sobre la tierra tuya
el mar, que oreó tu pecho con su aliento de yodo,
calló... Las caracolas rumorosas de música
apagaron de pronto sus milenarios cánticos.

Granos de terciopelo de la arena marítima;
caminos de los vientos que se llevan los sueños;
noches enloquecidas por júbilos de mundos;
alas que traen y llevan su música encendida;
todo: viento y arena; mundos y alas y noches
lloran albas de sangre sobre tu nombre claro.

Federico: los años han secado tus carnes;
en ellas han penetrado gusanos de la tierra;
pero tu voz remota, poderosa de símbolos,
como el mar, no está muerta...
Entre un vuelo de albatros y un tumulto de estrellas,
se volvió al infinito tu fiesta de canciones.

Cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra
que destacó tu estampa sobre el telón atlántico,
aún estaré esperando que otra música análoga
taladre el laberinto de cal de mis oídos.




DELFINA ACOSTA



  
Cuarto azul



Somos amantes. Suelen los poetas
con infantiles coplas y sonetos
celebrar el tañir de las campanas
como la hora nupcial de nuestro encuentro.
Dirían más, pero se callan porque
se abrevia así el relato en dulce cuento.
Es la sombra que atiende el buen negocio,
madama de aire triste; los dineros
pagados por el cuarto azul agrandan
sus ojos apagados, mas los juegos
de los amantes en las escaleras
no la dejan dormir. Se siente el cielo
cuando en la calle oscura y sin un ánima
ya somos de la acera dos silencios
por una tos la culpa de un ladrido.
¡ Qué accidente ! ¿Quién más irá a saberlo?



ELVIO ROMERO




El hijo de la tierra 


Si me toca volver, si me tocara
volver a lo hondo, al haz de los rastrojos,
a lo hondo triste que encendió mis ojos,
a lo hondo cruento que labró mi cara; 

si a mi propio nacer volviera para
remodelar mis raíces y despojos,
y tocando ese erial de fuegos rojos
mi propio origen, fuerte, me tallara:

volvería a cumplir el mismo rito,
volvería a cantar del mismo modo,
volvería a esplender el mismo nombre.

Pues arbolando siempre el mismo grito,
la misma luz transformaría todo,
¡la misma luz coronaría a un hombre!



NILA LÓPEZ




Los fuegos
encendidos



VII

Aunque no sepas ser el sol para todos
fabricas auroras y sombras
con la duda en la puerta.
Inventas la noche jeroglífica,
desparramas enigmas
desde la punta de los dedos.
Destruyes sílabas,
tiempos y besos transparentes.
 



MÓNICA LANERI




Qué he de llevarme...




¿Qué hay en la vida

sino suspiros y latidos?

¿qué hay sino canciones

que conmueven?,

y atardeceres locos,

y dejarse

por esa eternidad

de los instantes...

Qué hay en la vida

sino esta sonrisa...

y los vestigios

de claro-oscuro

-gris-

y la mirada...

Esos afectos in-tangibles...

esos lazos

que el amor anuda

y el tiempo

no des-ata...

¿Qué hay sino el fuego

consumiendo sábanas?,

¿o las sábanas

devorándose de

a sorbitos el alma?

¿Qué he de llevarme

si es simple, si es ésto...

lo que un poco soy...

lo que un poco tengo...


Ésto que se vuelve TODO

y, que tantas veces,

me parece NADA...



LOURDES ESPÍNOLA




Poblado de tu savia


A veces en silencio
te nombro con la urgencia
de mi desesperanza.
Mi ropa son mis ansias
y están atadas a mi piel,
con esa falta de todo lo que llenas.

Respiro en tus papeles,
al borde de tu cama,
cual desnudo invisible que
la sombra acompaña.
Hoy sientes en la tarde
que espejos transparentes
te devuelven mi cara.

Mis pupilas cansadas
mecidas en tus manos
te muerden cada dedo,
vedados como abismos
de frutos prohibidos.
Cierro la puerta, grito,
llamando ese rincón
poblado de tu savia.