viernes, 22 de febrero de 2019


EDITH SÖDERGRAN





Nuestras hermanas van en trajes multicolores...



Nuestras hermanas van en trajes multicolores,
nuestras hermanas están a la vera del agua y cantan,
nuestras hermanas están sentadas sobre piedras y aguardan,
tienen el agua y el aire en sus cestos
y los llaman flores.
Pero yo arrojo sobre una cruz mis brazos
y lloro.
Alguna vez fui dulce como una hoja verdeclara
pendiendo muy alto en el aire azul.
Y fue entonces que dos espadas en mí se atravesaron
y el vencedor me llevó a sus labios.
Tan tierna era su rudeza que no me quebré,
puso una fulgurante estrella sobre mi frente
y me abandonó estremecida por las lágrimas
en una isla llamada invierno.


Versión de Renato Sandoval e Irma Sítanen


MARITZA CINO ALVEAR





8



Asúmeme sin sombras
en este montaje imaginario,
retórname
al invento sin túneles ni lunas,
devuélveme la esencia
de hierbas y tambores,
confúndete en mi cuerpo
registro de otros nombres,
despiértame a la vida
vacía de palabras.




LUCILA NOGUEIRA


  


VII



América, pasaron tres siglos
De la Iglesia de Colón la retomada
Las Casas, de Victoria, José Martí
Caneca, Tiradentes: Libertad.

América, tu nombre es Ayacucho
Europa, ¿Dónde esta Nueva Granada?
Ciento sesenta años pasaron
Tal vez por esto esté emocionada.



JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ





Menos vulnerable



Menos vulnerable y base de rigor.
Confinado a la palidez y el grito de tu
      carne,
Llama ostensible.
Óleo grave y vellocino de nácar.
Fuerza que inhibe, que resiste,
Mujer que declina honores en el país solitario.
A tientas los flancos, ¡en la espesura de aquel rumor!
A la zaga nuestra sombra.
El aleteo de la espuma sube. La mujer es de agua
reflejada.
Vive en la memoria de la piel.
Su salto en los oquedales
      rehúsa respirar por la herida en mi cuerpo.
Lo dicho, dímelo,
átenos con esta lengua de tierra
la fabla matinal.

Más firme aún el sueño en el regazo profundo.


De: "Filiación oscura"



MANUEL SCORZA





La prisión



¡No puedes salir del jardín
donde mi amor te aprisiona!

Presa estás en mí.
Aunque rompas el vaso,
seguirá intacta
la columna perfecta del agua;
aunque no quieras siempre lucirás
esa corona invisible
que lleva toda mujer a la que un poeta amó.

Y cuando ya no creas en estas mentiras,
cuando borrado el rostro de nuestra pena,
ni tú misma encuentres tus ojos bellísimos
en la máscara que te preparan los años,
a la hora en que regatees en los mercados,
los jóvenes venados vendrán a tu Recuerdo
a beber agua.

Porque puede una mujer
rehusar el rocío encendido del más grande amor,
pero no puede salir del jardín
donde el amor la encerró.

¿Me oyes?
No puedes huir.
Aunque cruces volando los años,
no puedes huir:
yo soy las alas con que huyes de mí.    


De: "Los adioses"


HERNÁN LAVÍN CERDA





Aparición de la monita Scarlett entre mis brazos



Hoy es un día feliz. Me puse corbata azul, azul y oro, aquel azul angelical y mefistofélico de Rubén Darío, para visitar a una amiga que me conoce y yo la conozco, aunque jamás nos hayamos visto. Se trata de la diminuta y velocísima Scarlett Johansson, cuya piel es virtuosamente peluda y más negra que algunos espíritus del Medioevo, y cuyos ojos son aún más abismales, enigmáticos y juguetones que los ojos de Woody Allen. Ella es una monita muy tierna y muy graciosa: me recuerda mucho a mi abuela Odilia D’Amico, quien fue muy feliz tocando su piano de juguete y cantando canciones de la vieja Italia en su caserón de Santiago de Chile.
            Sin abandonar nunca su estilo que de pronto se aproxima al de Penélope Cruz, la pequeña Scarlett va deslizándose entre mis brazos abiertos como si yo fuese aquel Jesús de Nazaret que aún cuelga del aire del mundo. Yo me río y ella desliza su cola por mi cuello y me sonríe. Ella se ríe y yo deslizo mi cola por su cuello y sonrío como la sombra esquiva de Woody Allen, quien observa el escenario desde lejos, más allá de la cámara fotográfica que también parece reír cuando Juan José Díaz Infante la estimula con perspicacia. Todo es luz, aquel cielo se alumbra, todo es luz y muchísimo entusiasmo.
Alguien me dice que Scarlett Johansson nació en la selva de Chiapas y no en Londres o en Nueva York. Ahora empieza a bailar un vals entre mis brazos, al modo latino, y de súbito cuelga de la humedad de mi cuello, casi muerta de risa, y al fin nos vamos colgando y descolgando el uno en la otra, sí, la otra en el uno, sin descolgarnos nunca. Como ustedes pueden ver, existe el prodigio de la unisonancia, como diría un músico. La monita es eléctrica, aunque también cadenciosa y muy suave. No se altera por nada y jamás pierde su equilibrio físico y místico. Tiene ángel, sin duda que Scarlett nació con ángel hace algunos meses entre aquellos árboles de Chiapas. ¿Por cuánto tiempo más sobrevivirán los árboles, las flores, las plantas, los arbustos y los monos, no solamente los monos que sonríen y hablan aquel lenguaje apenas comunicable? Ahora el vals es una especie de mambo sin pies ni cabeza, pero con mucho ritmo. Se levanta sobre mí en el aire, casi más allá de mi tonsura de animal divertido y melancólico, y de repente soy yo el que se levanta sobre ella en el aire, casi más allá de su cabecita donde el mismo Dios sonríe como los ángeles mayores y menores. La atmósfera es inolvidable. La química espiritual y sanguínea alcanza una temperatura donde todo se convierte al fin en un milagro.
Merecemos vivir en paz, con júbilo y equilibrio: del mambo al vals y del vals al mambo. Mientras la tierra gira y no deja de girar sobre sí misma, Scarlett Johansson extiende su cola y se ríe de mí en esta posición mía de Jesucristo, no sólo mía, subiendo hacia la cruz que aún cuelga del aire del mundo. Sorpresivamente voy descubriendo, una vez más, que también cuelga de mí una cola más o menos oscura y muy parecida a la cola de la traviesa e iluminada Scarlett, aun cuando Woody Allen siga burlándose de mí con asombro, algo de vértigo y mucha melancolía.