viernes, 22 de febrero de 2019

HERNÁN LAVÍN CERDA





Aparición de la monita Scarlett entre mis brazos



Hoy es un día feliz. Me puse corbata azul, azul y oro, aquel azul angelical y mefistofélico de Rubén Darío, para visitar a una amiga que me conoce y yo la conozco, aunque jamás nos hayamos visto. Se trata de la diminuta y velocísima Scarlett Johansson, cuya piel es virtuosamente peluda y más negra que algunos espíritus del Medioevo, y cuyos ojos son aún más abismales, enigmáticos y juguetones que los ojos de Woody Allen. Ella es una monita muy tierna y muy graciosa: me recuerda mucho a mi abuela Odilia D’Amico, quien fue muy feliz tocando su piano de juguete y cantando canciones de la vieja Italia en su caserón de Santiago de Chile.
            Sin abandonar nunca su estilo que de pronto se aproxima al de Penélope Cruz, la pequeña Scarlett va deslizándose entre mis brazos abiertos como si yo fuese aquel Jesús de Nazaret que aún cuelga del aire del mundo. Yo me río y ella desliza su cola por mi cuello y me sonríe. Ella se ríe y yo deslizo mi cola por su cuello y sonrío como la sombra esquiva de Woody Allen, quien observa el escenario desde lejos, más allá de la cámara fotográfica que también parece reír cuando Juan José Díaz Infante la estimula con perspicacia. Todo es luz, aquel cielo se alumbra, todo es luz y muchísimo entusiasmo.
Alguien me dice que Scarlett Johansson nació en la selva de Chiapas y no en Londres o en Nueva York. Ahora empieza a bailar un vals entre mis brazos, al modo latino, y de súbito cuelga de la humedad de mi cuello, casi muerta de risa, y al fin nos vamos colgando y descolgando el uno en la otra, sí, la otra en el uno, sin descolgarnos nunca. Como ustedes pueden ver, existe el prodigio de la unisonancia, como diría un músico. La monita es eléctrica, aunque también cadenciosa y muy suave. No se altera por nada y jamás pierde su equilibrio físico y místico. Tiene ángel, sin duda que Scarlett nació con ángel hace algunos meses entre aquellos árboles de Chiapas. ¿Por cuánto tiempo más sobrevivirán los árboles, las flores, las plantas, los arbustos y los monos, no solamente los monos que sonríen y hablan aquel lenguaje apenas comunicable? Ahora el vals es una especie de mambo sin pies ni cabeza, pero con mucho ritmo. Se levanta sobre mí en el aire, casi más allá de mi tonsura de animal divertido y melancólico, y de repente soy yo el que se levanta sobre ella en el aire, casi más allá de su cabecita donde el mismo Dios sonríe como los ángeles mayores y menores. La atmósfera es inolvidable. La química espiritual y sanguínea alcanza una temperatura donde todo se convierte al fin en un milagro.
Merecemos vivir en paz, con júbilo y equilibrio: del mambo al vals y del vals al mambo. Mientras la tierra gira y no deja de girar sobre sí misma, Scarlett Johansson extiende su cola y se ríe de mí en esta posición mía de Jesucristo, no sólo mía, subiendo hacia la cruz que aún cuelga del aire del mundo. Sorpresivamente voy descubriendo, una vez más, que también cuelga de mí una cola más o menos oscura y muy parecida a la cola de la traviesa e iluminada Scarlett, aun cuando Woody Allen siga burlándose de mí con asombro, algo de vértigo y mucha melancolía.  








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