Aparición de la monita Scarlett entre mis brazos
Hoy es un día feliz. Me puse corbata azul,
azul y oro, aquel azul angelical y mefistofélico de Rubén Darío, para visitar a
una amiga que me conoce y yo la conozco, aunque jamás nos hayamos visto. Se
trata de la diminuta y velocísima Scarlett Johansson, cuya piel es
virtuosamente peluda y más negra que algunos espíritus del Medioevo, y cuyos
ojos son aún más abismales, enigmáticos y juguetones que los ojos de Woody
Allen. Ella es una monita muy tierna y muy graciosa: me recuerda mucho a mi
abuela Odilia D’Amico, quien fue muy feliz tocando su piano de juguete y
cantando canciones de la vieja Italia en su caserón de Santiago de Chile.
Sin abandonar nunca su estilo que de pronto se aproxima al de Penélope Cruz, la
pequeña Scarlett va deslizándose entre mis brazos abiertos como si yo fuese
aquel Jesús de Nazaret que aún cuelga del aire del mundo. Yo me río y ella
desliza su cola por mi cuello y me sonríe. Ella se ríe y yo deslizo mi cola por
su cuello y sonrío como la sombra esquiva de Woody Allen, quien observa el
escenario desde lejos, más allá de la cámara fotográfica que también parece
reír cuando Juan José Díaz Infante la estimula con perspicacia. Todo es luz,
aquel cielo se alumbra, todo es luz y muchísimo entusiasmo.
Alguien me dice que Scarlett Johansson nació
en la selva de Chiapas y no en Londres o en Nueva York. Ahora empieza a bailar
un vals entre mis brazos, al modo latino, y de súbito cuelga de la humedad de
mi cuello, casi muerta de risa, y al fin nos vamos colgando y descolgando el
uno en la otra, sí, la otra en el uno, sin descolgarnos nunca. Como ustedes
pueden ver, existe el prodigio de la unisonancia, como diría un músico. La
monita es eléctrica, aunque también cadenciosa y muy suave. No se altera por
nada y jamás pierde su equilibrio físico y místico. Tiene ángel, sin duda que
Scarlett nació con ángel hace algunos meses entre aquellos árboles de Chiapas.
¿Por cuánto tiempo más sobrevivirán los árboles, las flores, las plantas, los
arbustos y los monos, no solamente los monos que sonríen y hablan aquel
lenguaje apenas comunicable? Ahora el vals es una especie de mambo sin pies ni
cabeza, pero con mucho ritmo. Se levanta sobre mí en el aire, casi más allá de
mi tonsura de animal divertido y melancólico, y de repente soy yo el que se levanta
sobre ella en el aire, casi más allá de su cabecita donde el mismo Dios sonríe
como los ángeles mayores y menores. La atmósfera es inolvidable. La química
espiritual y sanguínea alcanza una temperatura donde todo se convierte al fin
en un milagro.
Merecemos vivir en paz, con júbilo y
equilibrio: del mambo al vals y del vals al mambo. Mientras la tierra gira y no
deja de girar sobre sí misma, Scarlett Johansson extiende su cola y se ríe de
mí en esta posición mía de Jesucristo, no sólo mía, subiendo hacia la cruz que
aún cuelga del aire del mundo. Sorpresivamente voy descubriendo, una vez más,
que también cuelga de mí una cola más o menos oscura y muy parecida a la cola
de la traviesa e iluminada Scarlett, aun cuando Woody Allen siga burlándose de
mí con asombro, algo de vértigo y mucha melancolía.
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