"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 21 de abril de 2021
NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA
Aún
cuando la humildad no nos salvara del infierno en todo caso nos salva del
ridículo.
RAFAEL ARÉVALO MARTÍNEZ
Decadentismo
Mi
musa oscura
de ojos ya velados, ya videntes;
mi musa de fracaso y de belleza,
se ha aferrado a los versos decadentes
por lo bien que disfrazan su locura
y por lo bien que expresan su tristeza.
¿Las
prosas? No; las prosas
no se toman como unas mariposas.
Solo los hombres siembran en el llano,
pero hasta un niño enfermo corta rosas.
¡Los
versos de una triste poesía!
Dejad la prosa para el hombre sano,
capaz de la unidad y la armonía
y capaz de las vastas concepciones.
Nosotros, decadentes,
llevamos inclinadas nuestras frentes
para escuchar a nuestros corazones.
¿Qué
fuera de nosotros, los dementes
que arrojamos semillas en el yermo,
clavados en los potros
del nerviosismo de este siglo enfermo,
sin nuestras pobres quejas decadentes?
¿Qué fuera de nosotros?
Linfa
que sangre fue, miembros cenceños,
este decadentismo es la retorta
en que una falsa alquimia arroja nombres
de similor, en barajar de sueños.
¿Que es femenil la queja? Y bien, ¿qué importa
si ya no somos hombres?
1914
SANTA TERESA DE ÁVILA
A la gala gala de la Religión
Pues
que nuestro Esposo
nos
quiere en prisión,
a la
gala gala
de
la Religión.
¡Oh
qué ricas bodas
ordenó
Jesús!
Quiérenos
a todas,
y
danos la luz;
sigamos
la Cruz,
con
gran perfección:
a la
gala gala
de
la Religión.
Este
es el estado
de
Dios escogido,
con
que del pecado
nos
ha defendido.
Hanos
prometido
la
consolación,
si
nos alegramos
en
esta prisión.
Darnos
ha grandezas
en
la eterna gloria,
si
por sus riquezas
dejamos
la escoria
que
hay en este mundo,
y su
perdición,
a la
gala gala
de
la Religión.
¡Oh
qué cautiverio
de
gran libertad!
Venturosa
vida
para
eternidad.
No
quiero librar
ya
mi corazón.
A la
gala gala
de
la Religión.
EMILY BRONTË
Muerte
¡Muerte!
Que golpeó cuando más confiaba,
En mi fe certera para ser otra vez golpeada;
El insensible Tiempo ha marchitado la rama,
Arrancando la dulce raíz de Eternidad.
Las
hojas, sobre el espacio de las Horas
Crecen brillantes y lozanas,
Bañadas por las gotas plateadas,
Llenas de sangre verde;
Bajo un refugio tardío se reunieron las aves,
Espantando a las abejas de sus reinos florales.
La
Pena ha pasado, arrastrando la flor dorada,
La Culpa se desnuda de su vestido de orgullo,
Pero dentro de esta amabilidad simulada,
La Vida fluyó en un silencioso murmullo.
Poco
he llorado por la alegría perdida,
Por la muda canción y los nidos vacíos,
La Esperanza estaba allí, y reí de la Tristeza,
Susurrando: ¡El invierno pronto será vencido!
¡Y
Contemplad! Creciendo por diez su bendición,
La Primavera dotó de belleza a la agonizante estación;
El Viento, la Lluvia, y el fervoroso calor nos besaron
Regalando gloria en aquel segundo Mayo.
Alto
se elevó: las alas del dolor no podrían barrerlo,
Su brillo distante forzó la fuga del temor;
En su esencia, tenía el poder del Amor,
Alejándome de todo mal, de toda plaga, excepto de ti.
Muerte
cruel! Las jóvenes hojas caen y languidecen,
El crepúsculo de aire gentil tal vez resista;
Pero el sol matutino se burla de mi angustia.
El Tiempo, para mí, ya nunca debe florecer.
Derribadlo,
para que otras ramas puedan brotar,
Donde los jóvenes árboles solían reposar,
Así, al menos, sus carcomidos cadáveres nutrirán
Aquel seno de donde surgieron: La Eternidad.
DUQUE DE RIVAS. (Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano)
Con once heridas mortales
Con
once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin aliento
y perdida la batalla,
manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencido
y deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos
y armaduras destrozadas.
Y
por una oculta senda
que el Cielo me depara,
entre sustos y congojas
llegar logré a Villacañas.
La
hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,
me ofreció su hogar, su lecho
y consuelo a mis desgracias.
Registróme
las heridas,
y con manos delicadas
me limpió el polvo y la sangre
que en negro raudal manaban.
Curábame
las heridas,
y mayores me las daba;
curábame el cuerpo,
me las causaba en el alma.
Yo,
no pudiendo sufrir
el fuego en que me abrazaba,
díjele; “Hermosa Filena,
basta de curarme, basta.
Más
crueles son tus ojos
que las polonesas lanzas:
ellas hirieron mi cuerpo
y ellos el alma me abrasan.
Tuve
contra Marte aliento
en las sangrientas batallas,
y contra el rapaz Cupido
el aliento ahora me falta.
Deja
esa cura, Filena;
déjala, que más me agrabas;
deja la cura del cuerpo,
atiende a curarme el alma”.