"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 13 de diciembre de 2018
ROBERT DESNOS
En la noche están naturalmente las siete maravillas del mundo y la grandeza
y lo trágico y el encanto.
Los bosques se tropiezan confusamente con las criaturas legendarias
escondidas en los matorrales.
Estás tú.
En la noche están los pasos del paseante y los del asesino y los del guardia urbano
y la luz del farol y la linterna del trapero.
Estás tú.
En la noche pasan los trenes y los barcos y el espejismo de los países donde es de día.
Los últimos alientos del crepúsculo y los primeros estremecimientos del alba.
Estás tú.
Un aire de piano, el estallido de una voz.
Un portazo. Un reloj.
Y no solamente los seres y las cosas y los ruidos materiales.
Sino también yo que me persigo o sin cesar me adelanto.
Estás tú la inmolada, tú la que espero.
A veces extrañas figuras nacen el momento del sueño y desaparecen.
Cuando cierro los ojos, las floraciones fosforescentes aparecen y se marchitan
y renacen como fuego de artificios carnosos.
Países desconocidos que recorro en compañía de criaturas.
Estás tú sin duda, oh bella y discreta espía.
Y el alma palpable de la extensión.
Y los perfumes del cielo y de las estrellas y el canto del gallo de hace 2000 años
y el grito del pavo real en los parques en llamas y besos.
Manos que se aprietan siniestramente en una luz descolorida y ejes que chirrían
sobre los caminos de espanto.
Estás tú sin duda a quien no conozco, a quien conozco al contrario.
Pero que, presente en mis sueños, te obstinas en dejarte adivinar en ellos sin aparecer.
Tú que permaneces inasible en la realidad y en el sueño.
Tú que me perteneces por mi voluntad de poseerte en ilusión pero que no acercas tu rostro
sino cuando mis ojos se cierran tanto al sueño como a la realidad.
Tú que en despecho de una retórica fácil donde la ola muere en la playa,
donde la corneja vuela entre las fábricas en ruinas, donde la madera se pudre crujiendo bajo un sol de plomo.
Tú que estás en la base de mis sueños y que sacudes mi alma llena de metamorfosis
y que me dejas tu guante cuando beso tu mano.
En la noche están las estrellas y el movimiento tenebroso del mar, de los ríos, de los bosques,
de las ciudades, de las hierbas, de los pulmones de millones y millones de seres.
En la noche están las maravillas del mundo.
En la noche no están los ángeles guardianes, pero está el sueño.
En la noche estás tú.
En el día también.
RENATO SANDOVAL
Otro
día vi las entrañas de una piedra, de excursión por un bravío roquedal.
Era como si una niña me dijese cuéntame un cuento
y yo, desarmado, implorase a Andersen ayuda peregrina.
Pero allí al fondo estaba yo acuclillado, chupando el dedo de la muerte,
mientras la savia de la piedra me circulaba en la vejiga
y una música de miel se dejaba oír en otras peñas sepulcrales.
Yo sabía que uno mismo es un misterio
y que saber demasiado no era de ningún modo conveniente.
De manera que al primer descuido de la piedra me arranqué de sus vísceras
y sin pensarlo dos veces puse pies en polvorosa.
Corrí, corrí y corrí hasta olvidarme de por qué corría.
Al primer recodo me detuve, deposité en el suelo lo que atenazaba con las manos,
y entonces me vi reptando sobre la arena, alto ya y primoroso,
con corbata y una flor sujetándome el pelo
y al parecer con un poema en los bolsillos.
Parecía un destino promisorio, qué párvulo ese Homero, y qué bandido.
Reí y reí con lágrimas de intenso placer, y las lágrimas formaron una nube
y la nube me impidió ver cómo una lagartija salía de su escondrijo,
tragaba al niño en un instante y oronda se perdía por donde vino.
No vi nada, pues.
¿Será por eso que dicen que ni el mar ni la muerte nunca lloran?
Era como si una niña me dijese cuéntame un cuento
y yo, desarmado, implorase a Andersen ayuda peregrina.
Pero allí al fondo estaba yo acuclillado, chupando el dedo de la muerte,
mientras la savia de la piedra me circulaba en la vejiga
y una música de miel se dejaba oír en otras peñas sepulcrales.
Yo sabía que uno mismo es un misterio
y que saber demasiado no era de ningún modo conveniente.
De manera que al primer descuido de la piedra me arranqué de sus vísceras
y sin pensarlo dos veces puse pies en polvorosa.
Corrí, corrí y corrí hasta olvidarme de por qué corría.
Al primer recodo me detuve, deposité en el suelo lo que atenazaba con las manos,
y entonces me vi reptando sobre la arena, alto ya y primoroso,
con corbata y una flor sujetándome el pelo
y al parecer con un poema en los bolsillos.
Parecía un destino promisorio, qué párvulo ese Homero, y qué bandido.
Reí y reí con lágrimas de intenso placer, y las lágrimas formaron una nube
y la nube me impidió ver cómo una lagartija salía de su escondrijo,
tragaba al niño en un instante y oronda se perdía por donde vino.
No vi nada, pues.
¿Será por eso que dicen que ni el mar ni la muerte nunca lloran?
De: “Nostos” (fragmentos)
CORAL BRACHO
Mariposa
Como
una moneda girando
bajo el hilo de sol
cruza la mariposa encendida
ante la flor de albahaca.
bajo el hilo de sol
cruza la mariposa encendida
ante la flor de albahaca.
GABRIEL ALEJANDRO PAZ
Número cinco
Anoche te
soñé
tirada en una playa blanca,
rodeada de pescadores trasnochados y viudos
La bahía con sangre en su pico de gaviota
Las estrellas con las piernas abiertas, heladas, borrachas de luz.
El día mecería tu cuerpo entre la claridad y la neblina
y cada relámpago limpiaría la tierra de coyotes erectos
tirada en una playa blanca,
rodeada de pescadores trasnochados y viudos
La bahía con sangre en su pico de gaviota
Las estrellas con las piernas abiertas, heladas, borrachas de luz.
El día mecería tu cuerpo entre la claridad y la neblina
y cada relámpago limpiaría la tierra de coyotes erectos
EDITH SÖDERGRAN
El lago del bosque
Yo estaba sola en la soleada orilla
de un lago azul pálido del bosque,
en el cielo flotaba una nube solitaria
y en el agua una isla solitaria.
El dulzor de la canícula
de cada árbol goteó con perlas,
y en mi corazón abierto
se deslizó una gota pequeña.
Yo estaba sola en la soleada orilla
de un lago azul pálido del bosque,
en el cielo flotaba una nube solitaria
y en el agua una isla solitaria.
El dulzor de la canícula
de cada árbol goteó con perlas,
y en mi corazón abierto
se deslizó una gota pequeña.
Versión de Renato Sandoval e Irma Sítanen
FÉLIX MARÍA SAMANIEGO
El águila y la asamblea de los animales
Todos
los animales cada instante
Se
quejaban a Júpiter tonante
De la
misma manera
Que si
fuese un alcalde de montera.
El
Dios, y con razón, amostazado
Viéndose
importunado,
Por dar
fin de una vez a las querellas,
En
lugar de sus rayos y centellas,
De
receptor envía desde el cielo
Al
Águila rapante, que de un vuelo
En la
tierra juntó los animales
Y
expusieron en suma cosas tales.
Pidió
el león la astucia del raposo,
Este de
aquél lo fuerte y valeroso;
Envidia
la paloma al gallo fiero,
El
gallo a la paloma lo ligero.
Quiere
el sabueso patas más felices,
Y
cuenta como nada sus narices.
El
galgo lo contrario solicita;
Y en
fin, cosa inaudita,
Los
peces, de las ondas ya cansados,
Quieren
probar los bosques y los prados;
Y las
bestias, dejando sus lugares,
Surcar
las olas de los anchos mares.
Después
de oírlo todo,
El
Águila concluye de éste modo:
«¿Tes,
maldita caterva impertinente,
Que
entre tanto viviente
De uno
y otro elemento,
Pues
nadie está contenta,
No se
encuentra feliz ningún destino?
Pues
¿para qué envidiar el del vecino?»
Con
sólo este discurso,
Aun el
bruto mayor de aquel concurso
Se dio
por convencido.
De modo
que es sabido
Que ya
sólo se matan los humanos
En
envidiar la suerte a sus hermanos.
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