jueves, 10 de abril de 2025


 

JORGE ARTURO MORA

 

 

 

 

¿Qué pasará cuando el tarro de cereal quede derramado para siempre?

¿Qué pasará cuando mi ropa se apile con el moho?

¿Qué pasará cuando esa cama ya no esté donde siempre, con su llavín cerrado para todos menos para mí?

¿Qué pasará cuando abra la puerta y solo encuentre un espejo de feria con mi rostro deformado?

¿Llegará el día en que pueda mirar la noche sabiendo que aquel cuarto siempre estará deshabitado?

¿Alguien, por favor, podría prometerme algo? ¿Podría elevar una oración por mí?

Vuelvo a sentir la misma pesadilla de la adolescencia, cuando me miraba en tercera persona y veía el mundo pasarme por encima

Creí que aquel cimbrar solo reposaba en sueños agrios y en el endiablado cajón oculto de mi mente

Al menos eso me habían hecho creer las películas y los libros que hablan de la nostalgia anticipada

Por eso ruego, a cada uno de ustedes, lo siguiente:

¿Alguien, por favor, podría prometerme algo? ¿Podría elevar una oración por mí?

 

 

 

MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ

 

 

 

El hombre que no soy yo

 

 

La primera vez que viví un terremoto
sentí como si unas manos gigantes
me estuvieran acunando.
Estaba leyendo una novela de Leonard Michels
en la que un grupo de hombres
forman un club sin saber muy bien su finalidad.
Y asisten regularmente.
Y se dedican a hablar.
Algunos cuentan sus problemas
y otros anécdotas de su pasado.
Estaba en Tepoztlán,
a unos cincuenta kilómetros de Ciudad de México
y a unos diez mil de casa.
Estaba en la terraza de un apartamento
que no era mío, leyendo un libro
que no me interesaba demasiado,
y el mundo comenzó a tambalearse.
Cuando el temblor se detuvo
salí a la calle y vi a la gente asustada,
llamando a los colegios
de sus hijos y a los trabajos de sus parejas
para comprobar que todo estaba en orden.
Me daba vergüenza ser la única persona
que permanecía impertérrita
tras el terremoto, así que saqué mi teléfono móvil
y estuve mirando su pantalla negra durante un rato.
No tenía a quién llamar.

Cuando de pequeño suspendía alguna asignatura
mi madre simulaba enfadarse
y me castigaba por las tardes,
me obligaba a quedarme dentro de mi cuarto
durante una hora, o puede que dos,
mientras ella miraba la televisión.
Yo me sentaba frente al escritorio
y desde allí escuchaba las risas enlatadas
de Las chicas de oro
o de Los problemas crecen
o de Enredos de familia.
También a los concursantes
que golpeaban con fuerza
el pulsador y acertaban
o fallaban preguntas,
y al público que aplaudía indistintamente.
Lo hacían cuando el concursante acertaba
y también cuando se equivocaba.
El público era un poco como mi madre,
que me encerraba en la habitación
durante una o dos horas
porque había suspendido matemáticas o geografía,
aunque, en el fondo, le daba un poco igual
lo que yo hiciera allí dentro.
A mi madre nunca se le dio
del todo bien ser mi madre,
del mismo modo que yo nunca logré sacar
buenas notas en matemáticas o en geografía.
Ni siquiera en plástica.

La primera casa en la que viví
después de haberme divorciado
tenía seis platos naranjas de Duralex.
Una noche me los llevé a la cama
y desde allí los fui arrojando al suelo.
No lo hice tirándolos con fuerza,
más bien como si le estuviera lanzando un frisbee a un perro.
Solo se rompieron dos.
En el piso de arriba de aquella casa
vivía un tipo al que le faltaban todos los dientes.
Tenía una novia ucraniana
y pasaban algunas noches en vela hablando.

Acaba de llegarme a casa
una caja de cartón
que contiene una docena de ejemplares
de mi última novela.
Me las envía mi editorial.
En la portada puede verse al protagonista:
un tipo que ha perdido una pierna
y ha perdido a su mujer y a su hija.
Un tipo que lo ha perdido todo.
Parte de la historia transcurre en Tepoztlán,
el resto tiene lugar en un apartamento pequeño
en el que sus antiguos inquilinos
olvidaron llevarse seis platos de Duralex de color naranja.
La historia que se cuenta en el libro
es una historia de venganza.
El protagonista quiere asesinar a su vecino,
un hombre al que le faltan todos los dientes.
Cuando me preguntan, siempre digo lo mismo:
aseguro que pese a Tepoztlán
y a los platos de Duralex
y al hombre sin dientes
y a su novia ucraniana,
la novela es una obra de ficción.
Lo es porque el protagonista no soy yo.
El protagonista es un ser despreciable,
ególatra, engreído, envidioso…

Y eso debería diferenciarlo de mí.

 

De: “¿Qué harías si yo muriera?” 

 

 

 

MARGE PIERCY

 

 

 

La más clara alegría

 

 

La más clara alegría
es el cese de un gran sufrimiento.
Cuando la campana de hierro se quita de la cabeza,
cuando el clamoroso choque se apacigua en los nervios,
cuando el cuerpo se desliza libre
como la carnada del anzuelo
y el pútrido aire de la ciudad
empieza a bullir en los pulmones.
La luz resbala en miel sobre los ojos.
El austero techo se vuelve merengue.
El cuerpo se desenreda, se despliega
prodigiosamente vacío como un lirio.
Respirar es bailar.
Muda y enteramente
como la albahaca en la ventana
levanto la nariz al sol.

 

 

BHANU KAPIL

 

 


Monorracial, terminamos
en un lugar sin
categorías raciales diferenciadas.
Nuestro pelo
dejó de parecer nuestro pelo
y ya no importaba el tiempo
que lo peináramos
con leche.
Los mensajes que recibíamos
eran los siguientes:
eres un objeto sexual, tengo derecho
a sexualizarte.
No eres un individuo.
Estás aquí
para mi diversión.
Te quejas demasiado.
Tu identidad sexual no
importa.
La forma en que hablas de lo que te pasó
es una representación catastrófica.
Feliz navidad,
cerdita.

 

De: “Cómo lavar un corazón.”

Versión de Carlos Bueno Vera. 

 

 

JOSÉ LUIS LÓPEZ BRETONES

 

 

 

De pronto vi a una mujer

…per che si fa gentil ciò ch’ella mira

Dante, Vita Nuova, XXI

 

 

De pronto vi a una mujer que todo lo miraba
porque sus ojos eran el lugar
en donde el mundo entero se reunía.

La noche avanzaba poco a poco
atraída por el cerco azul
de aquel silencio repetido
y allí giraba equitativamente
todo lo que la noche ofrece en su encendida esfera.

Cómo decir que no era yo quien la miraba
sino que formaba parte de las cosas
que sus ojos veían.

De pronto vi a una mujer
que dejaba caer sobre sus ojos
el peso inexplicable de la noche,
y ella era la noche, y todo lo demás
estaba allí aguardando a que ella lo mirase.

 

De: “Otra vez la poesía”

 

ROLANDO KATTAN

 

 


 

 

La inspiración de San Mateo

Muchos cuerpos de santos que habían dormido
se levantaron; y saliendo de los sepulcros,
vinieron a la Ciudad Santa.

Mateo 27: 52-53

 

 

En una pequeña capilla de Roma, a un costado del altar mayor, cuelga La inspiración de San Mateo. Es una humilde mesa al óleo, donde el evangelista comparte con la voz eterna; en los ojos del santo no jadean las fieras. Ni se faja con chacales por el fémur de un poema.

No pretendo escuchar la voz del Caravaggio: lo que busco es la omisión del ángel. Hacer vibrar una cuerda inamovible. ¿Quiénes son esos cuerpos que se levantaron cubiertos, como besos salvados del Gehena? Acaso lo que el amor adeuda da figura, por eso la manía de huir de los sepulcros.

El ángel no propuso mi nombre en la sagrada escritura, lo encuentro disperso en los libros de poesía. Mi biografía es un anagrama del paraíso perdido. La omisión del ángel es un silencio violento. Como un dolor de oídos. Como otro anagrama: oídos — o Dios, como un dolor de Dios.

En un país lleno de balas es mejor estar detrás del lienzo. Si no tuviera velado el rostro advertirían que mi corazón camina en busca de la Ciudad Santa. La búsqueda será mi forma de la resurrección. Escuchar al hombre en ausencia del ángel. Sostener su palabra en el vacío.

 

 

De: “Omisión del ángel”