viernes, 15 de marzo de 2013

ALBERTO BLANCO





Los flamencos



Aquella larga noche
mi sueño me llevó a la alberca
de las luces profundas y los flamencos
prendidos como rosas eléctricas
en el interior de una aguamarina.

Y en la soledad de aquel paraje
comprendí ─dentro del sueño─
que eran otros pájaros
los que soñaban minuciosamente
a los flamencos encendidos.

Vi también a aquellos otros pájaros
que desde un sueño inenarrable
desplegaban la forma de este sueño
acunados en sus plumas de agua.

Y no puedo decir de qué manera,
pero vi que aquellos pájaros soñadores
eran soñados a su vez
─de un modo incomprensible para mi─
por unos pájaros transparentes
en el silencio de la noche,
y que todas estas visiones
cristalizaban en otra luz más blanca.



ADOLFO BURRIEL





That’s all right



Déjalo
estremecer el caos,
arrebatar el fuego,
sin dioses,
balancear los vientos,
devorarnos.

De “Furtivos días”. 


ÁLVARO MUTIS






El miedo



    Bandera de ahorcados, contraseña de barriles, capitana del desespero, bedel de sodomía, oscura sandalia que al caer la tarde llega hasta mi hamaca.
    Es entonces cuando el miedo hace su entrada.
    Paso a paso la noche va enfriando los tejados de cinc, las cascadas, las correas de las máquinas, los fondos agrios de miel empobrecida.
    Todo, en fin, queda bajo su astuto dominio. Hasta la terraza sube el olor marchito del día.
    Enorme pluma que se evade y visita otras comarcas.
    El frío recorre los más recónditos aposentos.
    El miedo inicia su danza. Se oye el lejano y manso zumbido de las lámparas de arco, ronroneo de planetas.
    Un dios olvidado mira crecer la hierba.
    El sentido de algunos recuerdos que me invaden, se me escapa dolorosamente: playas de tibia ceniza, vastos aeródromos a la madrugada, despedidas interminables.
    La sombra levanta ebrias columnas de pavor. Se inquietan los písamos.
    Sólo entiendo algunas voces.
    La del ahorcado de Cocora, la del anciano minero que murió de hambre en la playa cubierto inexplicablemente por brillantes hojas de plátano; la de los huesos de mujer hallados en la cañada de La Osa; la del fantasma que vive en el horno del trapiche.
    Me sigue una columna de humo, árbol espeso de ardientes raíces.
    Vivo ciudades solitarias en donde los sapos mueren de sed.
    Me inicio en misterios sencillos elaborados con palabras transparentes.
    Y giro eternamente alrededor del difunto capitán de cabellos de acero. Mías son todas estas regiones, mías son las agotadas familias del sueño. De la casa de los hombres no sale una voz de ayuda que alivie el dolor de todos mis partidarios.
    Su dolor diseminado como el espeso aroma de los zapotes maduros.
    El despertar viene de repente y sin sentido. El miedo se desliza vertiginosamente para tornar luego con nuevas y abrumadoras energías.
    La vida sufrida a sorbos; amargos tragos que lastiman hondamente, nos toma de nuevo por sorpresa.
    La mañana se llena de voces:
    voces que vienen de los trenes
    de los buses de colegio
    de los tranvías de barriada
    de las tibias frazadas tendidas al sol
    de las goletas
    de los triciclos
    de los muñequeros de vírgenes infames
    del cuarto piso de los seminarios
    de los parques públicos
    de algunas piezas de pensión
    y de otras muchas moradas diurnas del miedo.

ALEJANDRA PINTO







Lluvia de Octubre 01



hoy estuve con el alto y mi anarquía está enferma.
somos el cuerpo de los desheredados.
llevo en mi cuerpo el poder o la potencia del humo bastardo.
hoy llueve y mi alma está enferma.
su dolor infinito me duele en estas letras,
su dolor de abandonado,
su dolor humilde
y afuera cae la lluvia
y mi gata me observa desde su devenir animal
como presa de todo desorden
como algo o alguien que no pudo entender esta torpeza
de animales humanos que nos cuidamos unos a otros
para no estallarnos de frente
para cuidar esa pertenencia al amor animal
que ya siempre será humano.
siento su respiración y podría eternamente
dormir en su veneno
en el de él
y en el mío
en esta piedra de corazón negro
en este sueño de pirata enfermo.
y afuera el alto nos habla de la triste lluvia
y de mi gata ocupando su lugar.
de mi cadera izquierda aportando el apoyo
para que descanse su odio
y su dolor
su noble corazón mancillado
y mi pobre corazón estrecho.
guardo el sueño,
su sueño
como guardo la lluvia
y solo sé que me faltarán cigarros
y que este apoyo es una calle sin salida
es un corazón sin puertas.
vuelvo sobre mi soledad
sobre la líquida insistencia de mí misma.
hoy sueño su misma suerte,
nuestra propia  valentía
nuestra equiparable miseria.
su dolor es mi dolor
y sé que le falté cuando más me necesitó.
sé que es el hombre de mi vida
y que en sus manos moriré
como muera la arena en el mar
y como se juntan y transforman
la noche y el día.
en ese traspaso que nada traspasa
en esa transformación en la que se tiñen los colores.

ALEJANDRO CERDA





Descalzo



Hundirse como fogata en la nieve,
sabiendo que calor y frio
arden de igual manera.
Entrar en el vacio de volar.
Caer sin detenerse,
como la lanza arrojada sin objetivo.
Saberse descalzo y libre                               
             como el monje niño.
Ser sin motivo alguno
                            la flecha que rasga
    la luz de este instante.


ALDA MERINI





A Héctor



He sentido miedo de la muerte,
miedo de tus paraísos.
Tú eras mi abeja,
te apoyabas sobre mí
con tu benevolencia
y chupabas la flor de mis rimas
todo el tibio coraje.
Tú eras mi hermano
y eras también poeta...
Pero perderte así,
por banal alegría,
por la muerte burlona,
oh compañero de sueños,
¡qué no habría hecho!
No soy mujer de llorar las estelas
ni los silencios de los cementerios;
yo soy mujer de amor,
y tú lo sabes bien
qué no habría hecho.
Te habría perseguido en los sueños,
lo sé, y luego lentamente
habría resbalado en el sueño,
en el sueño de la locura
y allí, amándote siempre,
yo habría muerto de amor.