jueves, 16 de junio de 2022


 

SUSANA SOCA

 


 

Tiempo de la resina

 

 

Hay un sendero corto, hay un sendero corto
entre la mirra oculta de los pinos
la que en el aire nuevamente bebo
y el perfume caído en la memoria mía
y nunca derramado, hay un sendero corto.
No lo puede cruzar, no lo puede cruzar
este presente sueño tocado por mis manos
que cien sueños de ausencia modelaran…

Aquí la unión del labio y su lejana hierba,
de la resina viva y mi deseo último
de sentirla de nuevo, el que apenas cabía
en la encogida noche, la noche sin espacio
para el aire, las caras y las hojas…

Ya sigo a la resina transverberada y ágil
donde un sol escondido irradia y quema
su inagotable vino y por él se confunden
el olor del follaje fresco y su propia llama,
como si caminaran juntos en la raíz
de un pino adolescente, se hacen imo y siguen.
Avanza la resina en el viento del mar.
Por la más lenta apresurado el viento,
ligeramente sigue y se transforma en ella
como el aire del labio en el aire del labio
el uno por el otro una vez nada más.

Busco el sabor antiguo que cien veces gustado
en las hojas de nuevo sorprendía
y tibio como el ámbar rodeaba el joven cuello…
Ahora a la arboleda detenida ya vuelvo
y el perfume camina en lugar mío
y la transporta V la abandona entera
cada vez más secreto. Quizá a la medianoche
entre las piedras vuelva a encender el silencio
y hasta el oscuro aroma yo pudiera llegar
si estrechara mi sombra los veranos no vistos
hacia los cuales vino a tientas y sin mi.

Alguien me dejó sola delante de las hojas
como delante de una muerte que no fue mía
y empecé a caminar buscando nuevos nombres
para las mismas hojas.
En ellas respiré la entera vida
en ellas desde lejos la muerte respiraba.
¡Si yo pudiera ir hasta el oscuro aroma
y respirar en ellas otra vez
la inocencia del gozo y la melancolía,
de una violenta vida, anticipada muerte!

Sólo me acercaría a la resina viva
si pudiera cruzar en medio de la noche
este sendero corto atravesado
por un tronco marchito como una vieja seda.

 

 

TERESA MELO

 

  

El poema

 

 

En mis Jardines, Noel
no pastan héroes. Animales blandos
derriban esos límites
y de allí salen a comer esto que ves y soy
aderezada por el aire salobre.
Viene a comer el animal salvaje.
Viene a comer el animal doméstico.
A uno y a otro los separa [leve] su voracidad.
De ambos no sé qué me separará.

Arborescente es también la boca con que pasto
de mi propio jardín.
Donde soy tierra firme
puentes elásticos me soportan el peso.
Cruzo esos puentes asida de la idea de ti:
asida de la idea de ti no caeré al abismo de los árboles
/acechantes
los que no me darán su sombra protectora.
Bajo este cielo fijo puse mi casa líquida:
atravieso su cuerpo como el cuerpo de los hombres
camino de la mortalidad.
Bajo el cielo que pasa los puentes temblorosos
la doble levedad: asida de la idea de ti
a mis jardines, Noel
donde alimento la bestia rumorosa y cuido el sueño
del animal de casa/ bajo ningún cielo.

 

WENCESLAO VARELA

 

  

Mi rancho

 

 

Él, es güeno de adentro hasta la puerta,
humanitario de la puerta adentro;
ajuera es otra cosa; punta y filo;
hurañez madurada a sol e invierno

Y no es tan chico que se diga;
alcanza pa formar una cruz de trafogueros
pa tender el recao, y queda cancha,
pa’algun gaucho sin pago y pa mi perro

Como en espera de los cuatro rumbos
su puerta tiene requintao el cuero.
Lo rayan nazarenas sin querencia
y le dentran ventiscas y luceros.

No tiene nada que envidiarle a naides;
es puro como el niño Nazareno.
Duermen en él, con pichonada y todo,
cuanto vicho hay que escarva por los cerros.

Pa que no se me juera con los pájaros,
le planté cerca el patio un tronco seco
que volvieron palenque mis baguales
de tanto zamarriarlo del cabresto.

Jamás, en la tirada que llevamos
hermanaos, él y yo, cubrió su techo,
la vergüenza de un robo; una mentira,
el amor lujurioso, envidia o miedo.

Nada que pueda avergonzarlo mancha
la divina pobreza que hay adentro:
y a él no le gusta que la luna vea
las gastadas cacharpas de su dueño.

Tiene a un costao del lomo una bastera
de tanto y tanto jinetearlo el tiempo
y por ella se cuela, cuando esparce
la luna sus plumones dende el cielo.

Y a él, no le gusta. Se le va ladiando
como quien a un mirón le saca el cuerpo;
amontona la sombra en los rincones,
y pa mancharla se la pasa al ceibo.

Yo soy un convencido que mi rancho
es güeno y manso, de la puerta adentro;
ajuera es otra cosa – como digo -:
nunca ha podido basuriarlo el viento.

Y siempre con mis cosas de muchacho,
cuando un negro vellón ensucéa el cielo
y escriben las centellas sus mensajes;
apuntalo el palenque y lo contemplo.

Si lo llena de luz un rejucilo,
al ver todo chorriao el firmamento
del oro redetido en las alturas,
tranquilo espera el sacudón del trueno.

Y adonde vea balancearse el monte,
sacude las plumitas del alero:
se eriza todo, se estremece, tiembla,
si le silban las clines al pampero.

Y ansí feo como es, tiene hasta música:
si a chicharra por flor se luce el ceibo
en durante la siesta, por la noche,
a grillo por terrón canta su alero.

Con sus tacuaras fabricaron quenas
zumbones mangangaces, barreneros,
pa que la brisa musiquera cante
en las horas de paz, sus tristes ecos.

Endulza su amargura cimarrona
una pera de miel de un esquinero,
y en espirales las avispas bravas
le cuelgan sus violines al silencio.

Alzó con la testuz de la cumbrera
la constancia redonda de un hornero,
pa que no se le queme la techumbre
si posa la luz mala su desvelo.

De tanto carroñarme las desgracias
me auyentaron del pago: me juí lejos,
a ver si le ponían las distancias
una venda de olvido a los recuerdos.

Cuando volví, me lo encontré como antes;
con menos quincha, pero más agujeros.
Desdentada la puerta, cáido el tuce,
de guampiarlo los toros y entrar tiempo.

Cuando el camino los acerque, hermanos,
lleguen nomás si necesitan techo;
que él, es huraño de la puerta ajuera,
pero es un santo de la puerta adentro.

 

 

JOSÉ MANUEL POVEDA

 

  

Retiro

 


Me encanta mi barriada vasta y fría,

sus calles grises de andurrial mezquino,

y el fraterno aposento donde vino

tu calma a confundirse con la mía.

 

Yo haría largo este vivir oscuro,

duradera esta dulce paz segura,

muy en ti, que eres toda la natura,

muy en mí, que soy todo ensueño puro.

 

Vivir en comunión de carne y alma

y del vino sensual beber en calma

la copa que nosotros conocemos;

 

tan lejos de los hombres, que si alguno

pregunta quiénes somos, de consuno

responderán los hombres: -No sabemos.

 

 

ATILIO SUPPARO

 

 

 

Desprecio

 

 

En la lonja de sombra despareja
de un cerco mal tusao de cina-cina,
milongas de intención canta una china
a un gaucho a quien no quiere y la festeja.

El sabe de un mal juego de la vieja,
de un rival que la ronda a la sordina,
y traga esta respuesta que destina
pa mejor ocasión: “¡Sos una oveja!”

Paisano que es de guapos el caudillo
quisiera ver un hombre en cada verso
pa ensartarlo, sin asco, en su cuchillo.

¡Pero es hembra! ¡No vale ni el trabajo
de pasar por cobarde o por perverso!
Y al cerco mal tusao le pega un tajo.

 

DOMINGO ALFONSO

 

  

Matinal

A Javier Marimón
“Abrí la verja de hierro”: Fayad Jamís


pongo los pies encima del suelo
Calzo mis chancletas, una detrás de la otra
me incorporo con cierta dificultad:
Miro la sábana que cubre mi cama
con su montón de arrugas
Doy ocho pasos
(estoy en el cubículo del baño)
Un líquido ocre y maloliente me abandona,
camino dos metros, enfrento la escalera
y bajo los escalones de madera sin pintar
Tuerzo a la derecha, atravieso la sala
(Un golpe de ceniza me empuja a este espejo
que rechaza mi imagen)
Giro la llave, abro la puerta de hierro
y absorbo
como a nueva vida
La flor de la mañana que comienza a despertar.