viernes, 22 de noviembre de 2024


 

ANA ROMANO

 


 

Emisión

 

 

Una voz

despelleja

palabras

 

Se cuartean

los

sonidos

 

Un hilo viviente

acogotado

en un goce

seco.

PEDRO DERRANT

 

 


 

Primer discurso contra la memoria


 

Sebastián, las hojas

que encontraste en los cajones de tu cuarto,

las personas

que se agazapan al fondo de tus ojos

—aunque son inventos tuyos

          o rescoldos

del tiempo,

que toda la verdad consume y a su paso

no deja sino un rastro de mentiras—,

regresan a perseguirte,

ahora, que por fin descansabas.

 

Sebastián, quisiera

que la memoria fuera diferente, que el pasado

no volviera con un látigo en la mano

y que, conforme andamos,

el camino

se borrara.

 

De esa forma, Sebastián, no tendrías

esas ganas de sólo ver cómo la lluvia

se holocausta en el cristal de tu ventana,

ni llevarías una palabra atorada en el pecho,

ni la cara a cuestas,

        como si te pesara.

 

De esa forma,

      Sebastián,

el mundo

sería a cada instante un nuevo mundo;

y todas las aves perderían sus nombres;

y el cielo en tu azotea no sería

más que un indescifrable azul milagro;

y el Ajusco,

                                                  a lo lejos,

    parecería

un dios desconocido y bueno

al que adoras en silencio con los ojos;

y las palabras, Sebastián, resultarían

extranjeras y del todo innecesarias.

 

De esa forma,

Sebastián, en la mañana

una mirada tuya

       sería

el origen luminoso de todo lo que veo.

 

NATALIA SCHAPIRO

 

 


 

El amor entra por distintos atajos

una voz, una mirada, una sonrisa

se cuela por una fisura
y ya nada es igual.

Anida en nuestros cuencos
como el agua
no sale una vez que entró.

Puse una verdad sobre la mesa

harta de la danza de tules

y el juego se pinchó de golpe.

Una puede planear casa y jardín

en una pompa de jabón.

 

JUAN LEBRUN

 

 

 

a Cristina Gálvez Martos

 


Bajo las lunas de agosto,

que se advienen en la tierra húmeda,

una estrella en pared de mimbre

baja angosta sobre el aire roto de la lluvia marciana.

¿Qué pasa?

Tubos de silla sobre los fieltros plateados,

carnales, cansados de esta vida en desuso.

Mansiones mentales, humos de charco,

mangos del nido.

Vástagos de ramo.

Hojas rojas del simio.

Camas, raizales azules.

Nadir de árboles.

 

Los frutos secos del lagarto de otro siglo.

Troncos fugaces de China.

Mártires amarillos de flores.

 

Roces en do, re, fa, sol,

cantos de piedra y armazón

en las suelas.

 

 

BENJAMÍN MARTÍNEZ

 

  

A la memoria de Ernesto Cardenal
y Armando Rojas Guardia.

 

El poema era una oración firme
segura
silenciosa
siguiendo
el curso de otras ocasiones
se iba
tallando miradas

 

el poema era un mar
oriental
y profundo
recordando ocasos
ofrendaba luz

 

el poema era el nombre del cielo
encontraba el yo
despierto
trenzando el andar
sin amuleto

 

el poema era un hombre
la oración de costumbre.

 

 

El humo crece los campos

  cenizas en flor

  tragan gritos

    al final de la avenida

      cosen cadáveres

 

  la curva del sueño

    promete eucaristía

 

a espaldas del dios

  extranjero

la vendedora

  embarazada

  alza

  su mejor oferta

 

  una pequeña caja

      ataúd

    guarda impulsos

 

hay ocasos sin horas

  cuerpos que jamás desvisten

      su verdad

  tránsitos dictados

  más allá de la sed

  poemas de pieles

    que no cambian

    incinerados

      siguen

  armando un verbo

    impronunciable

  para un hombre

    nada nuevo.

 

 

Una sed de lobos danzantes

  en primavera

recorre los cuerpos

  los deja ingrávidos

  hasta decir basta

    pero ellos no escuchan

  siguen flotando

 

    horizontes cerrados

  despejan

    el lugar de la noche

 

caleidoscopio

  brújula arlequina

 

    lombrices de dos cabezas

      entierran presente.

 

 

Nos dijeron

que teníamos

que domar nuestras palabras

que teníamos

que aceitar las cadenas

y encender las máquinas

en el momento preciso

nos dijeron que las palabras

se las lleva el viento

nos dijeron 

que mejor vivir

que morir en el intento

pero no dijeron

que las palabras 

nos doman

nos aceitan

nos encienden

y llevan lejos

para morir por ellas

y regresar victoriosos.

 

BELÉN OJEDA

 

  

 

El cielo es un caballete inalcanzable

Bájenlo

que voy a morir

Tráiganlo hasta mi lecho

Quiero pintar la selva que me habita

 

De: “Árboles de hoja perenne”