A la memoria de Ernesto Cardenal
y Armando Rojas Guardia.
El
poema era una oración firme
segura
silenciosa
siguiendo
el curso de otras ocasiones
se iba
tallando miradas
el
poema era un mar
oriental
y profundo
recordando ocasos
ofrendaba luz
el
poema era el nombre del cielo
encontraba el yo
despierto
trenzando el andar
sin amuleto
el
poema era un hombre
la oración de costumbre.
El
humo crece los campos
cenizas en flor
tragan gritos
al final de la avenida
cosen cadáveres
la curva del sueño
promete eucaristía
a
espaldas del dios
extranjero
la
vendedora
embarazada
alza
su mejor oferta
una pequeña caja
ataúd
guarda impulsos
hay
ocasos sin horas
cuerpos que jamás desvisten
su verdad
tránsitos dictados
más allá de la sed
poemas de pieles
que no cambian
incinerados
siguen
armando un verbo
impronunciable
para un hombre
nada nuevo.
Una
sed de lobos danzantes
en primavera
recorre
los cuerpos
los deja ingrávidos
hasta decir basta
pero ellos no escuchan
siguen flotando
horizontes cerrados
despejan
el lugar de la noche
caleidoscopio
brújula arlequina
lombrices de dos cabezas
entierran presente.
Nos
dijeron
que
teníamos
que
domar nuestras palabras
que
teníamos
que
aceitar las cadenas
y
encender las máquinas
en
el momento preciso
nos dijeron
que las palabras
se
las lleva el viento
nos
dijeron
que
mejor vivir
que
morir en el intento
pero
no dijeron
que
las palabras
nos
doman
nos
aceitan
nos
encienden
y
llevan lejos
para
morir por ellas
y
regresar victoriosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario