Primer discurso contra la memoria
Sebastián,
las hojas
que
encontraste en los cajones de tu cuarto,
las
personas
que
se agazapan al fondo de tus ojos
—aunque
son inventos tuyos
o rescoldos
del
tiempo,
que
toda la verdad consume y a su paso
no
deja sino un rastro de mentiras—,
regresan
a perseguirte,
ahora,
que por fin descansabas.
Sebastián,
quisiera
que
la memoria fuera diferente, que el pasado
no
volviera con un látigo en la mano
y
que, conforme andamos,
el
camino
se
borrara.
De
esa forma, Sebastián, no tendrías
esas
ganas de sólo ver cómo la lluvia
se
holocausta en el cristal de tu ventana,
ni
llevarías una palabra atorada en el pecho,
ni
la cara a cuestas,
como si te pesara.
De
esa forma,
Sebastián,
el
mundo
sería
a cada instante un nuevo mundo;
y
todas las aves perderían sus nombres;
y el
cielo en tu azotea no sería
más
que un indescifrable azul milagro;
y el
Ajusco,
a lo lejos,
parecería
un
dios desconocido y bueno
al
que adoras en silencio con los ojos;
y
las palabras, Sebastián, resultarían
extranjeras
y del todo innecesarias.
De
esa forma,
Sebastián,
en la mañana
una
mirada tuya
sería
el
origen luminoso de todo lo que veo.
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