jueves, 18 de noviembre de 2021


 

MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

 


 

Y las miríadas que su centro, cual imán, propiciaba: Orfeo sin Eurídice

 


Silba la música que hace
que todo lo demás se mueva
y siempre agua tiene
para los que, de una u otra manera,
respiran.

Déjame que cante con las
Ménades,
a la izquierda, para vernos
más o menos pronto.

Los destinos son indescifrables,
sólo perceptibles
al hartazgo y la emoción.

 

RENATO SANDOVAL

 

  

De El revés y la fuga

 

 

Para festejarme
a mí mismo me mentí
en lo que al fondo de la lógica respecta.
Ya que demás estaba el lugar donde el verbo
responde al improperio de ser y cer-
ebro es lo que aquí arriba a la intemperie se condensa;
basto el crujido de la mente en celo
mientras la tierra resana sus medidas
y en la quebrada la urraca
plañe al fin una carcasa.
Y tantas veces que he dicho cuál, cómo,
dónde y quién
y el porqué ha caído dando torpes tumbos
por la garganta de un anuro;
y yo, al pie de la guadaña,
me he dicho que dejé de ser
cuando alguna vez amé tu voz
sin asco y sin sapiencia, solo en mi brevedad, inflando al tiempo
mi tráquea desdentada, apurando
la lluvia que se filtra por mis poros,
como si en el endocardio
todo fuese sol, arroyos,
trigales de riscos púrpuros
al borde de la nada.
Pero a la postre todo es igual
y ni siquiera la guadaña
me apacienta;
tal vez habrá al otro lado de su hoja
un peldaño de luz
que me atraviese de cabo a lado
y donde con verdad
pueda al fin reposar mi sombra.

El día que supe que mi nacimiento
tuvo que ver con la explosión
de un enjambre de avispas,
el corazón se me puso como piel de gallina
y los astros se amontonaron en el firmamento:
era una huelga estelar
protestando por tan reaccionario
suceso.
Yo no hablo de ello por temor a molestar;
sería de veras riesgoso
con tantos factores desencadenantes.
Selena me ha dicho que en mí
la libertad se encuentra acogotada,
y yo que me sigo retorciendo el cuello
para que mi voz suene gentil y nunca desentone.
Esa mujer tiene sus ideas y yo las mías;
la verdad es que a ella la vi una mañana
lamiéndose los pezones
mientras trataba de recortarse
las uñas de los pies
al compás de un joropo
que se le allegaba desde la guajira;
y cuando a mi vez
quise hacer lo mismo,
una avispa que feliz libaba
de los pechos de Selena
cruzó de un solo trazo
el desierto que se interponía entre nosotros
y, sin pensarlo dos veces,
me atravesó el glande
que yo en esos momentos esmaltaba con mi boca.
Designios de Dios, como le llaman unos,
golpe de suerte, bien le dicen otros.

¿Quién dijo pues que esta historia no es más que una,
franca y circunspecta, con lo fraternal que son todas las envidias
y con lo caro que son el seso, los trojes de orquídeas,
la prensa sicoanalítica y la adoración a ingentes manadas
de becerros de oro y mantequilla? ¿Quién habló del número primo
y del primo incestuoso, del vergel de olivos sobre el canal de atoro,
de la noche de gala cuando dijiste sí sabiendo que no me querías, del hastío,
de la urbe del miedo, un pan y otro pan, boletos
de amor enano y gazmoñería? No pensarás
que creí en la luz sólo porque ahí estaba, como si
el pelambre de los años no se hubiese desprendido ya
de lo gastado que se veía mi aliento, alergia triple
ante el polvo redimido posándose al interior de los espejos, garrapata
del adiós redoblando calcinante en el pecho, una única espiga
inclinándose por todos, marcador de la memoria de camino a la derrota,
muy de tarde en tarde yo me doy cuenta
de que alguna vez estuve aquí.

Antes de volver a casa
-a dónde, dónde-
me recosté contra un terebinto
y soñé que de pronto moría.
Una niña pernituerta pintaba mis labios
con su sangre
mientras cantaba una copla
que me hacía olvidar el mar.
Un alce rozagante descendió del árbol
como un querubín navideño
y en su cornamenta vi inconmensurables calcetines
rezumando miel y mil regalos.
La niña
hurgó en uno de ellos, extrajo
un paquetito y me lo entregó dándome un abrazo.
Era una clepsidra de esparto que en vez de agua
tenía sangre coagulada;
lo supe porque aunque la agitaba
con todas mis fuerzas
ese rojo negruzco de ningún modo se movía.
En ese magma, por cierto, estaba yo
diluido como en los tiempos en que era sólo un germen,
sin temor ni lágrimas entonces,
un humor sencillo y apaciguado.
Si seré un inicio promisorio, pensé
con la rebanada de mi frente;
tantas aventuras me esperaban
en este bosque que ahora me parece umbrío;
tantos goces,
suplicios
y fragores,
como cuando voy al trabajo
cada mañana.

 

JUAN MELÉNDEZ VALDÉS

 

 

La paloma

 

 

Suelta mi palomita pequeñuela,
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuánto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.

Tú allá me la entretienes con cautela;
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si esta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!, y tú verás cuál vuela.

Si señas quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa
la vista, y el arrullo soberano,

lumbroso el cuello, y el piquito breve…
mas suéltala y verás la bulliciosa
cuál viene y pica de mi palma el grano.

 

 

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

 

 

 

Otra sabiduría

 

 

Sé que la luz del bulevar trenza por la noche luces rojas.

Sé que el atardecer arrebata como un fragante héroe.

Sé que se enredan en los árboles los hilachos de las nubes.

Sé que la gente en la calle amontona alegría.

Sé que el párpado en vela atrae miradas cruentas.

Sé que los informativos de la tele son el vergel de la irrealidad.

Sé que la piedad de los mercados financieros es de gomaespuma.

Sé que hay que dejar enfriar el verano y comerse el invierno.

Sé que dormir en la calle es el grado cero de la hostelería.

Sé que el destino se gana el sueldo en la encrucijada.

Sé que los gestos de los políticos estúpidos causan furor en los votantes.

Sé que los votantes adoran a los políticos estúpidos.

Sé que los días aciagos son días felices yermos.

Sé que las guerras las carga la razón como el diablo.

Sé que la piel de elefante es hoy de papel para los ofendidos.

Sé que los ofendidos no son los humillados.

Sé que la mente sabe una manera de llegar al cuerpo.

Sé que soy una rana viviendo en el motor de un Porsche.

Sé, sí, pero también sé que ya no sirve de nada saber. 

  

De: “Kapital”

 

LILIANA DÍAZ MINDURRY

 

 

 

Un toro que viene

 

 

El toro está listo, dicen. El toro dice que está listo. O alguien dice:
“ha caído un toro del cielo”.
Las palabras son oscuras: sobretodo si dicen toro, minotauro,
hombre
con cabeza de toro. Minotauro de Creta o de Guernica,
es lo mismo,
siempre hay una corte de perros
detrás del toro. Y en los vasos con agua se bebe el dolor de
siempre,
y cuando viene el toro, las casas se salen de sí,
se salen de sus raíces de casas
o se derrumban. Los hombres y mujeres caen despacito y no
vuelven
a respirar,
se salen de sí como las casas
porque es un esfuerzo enorme vivir cada día
con la demencia
cerca
respirando
con el toro muy cerca.

(El sol tiene olor fuerte
a vacío)

El deseo de un loco, de un toro, de un Minotauro
es que nadie lo entienda.
Los hombres y mujeres muertos de Guernica no saben que están
muertos
como cuando duermen no saben que duermen.

Del ojo bajan todas las tristezas:
los alambres de púas
están listos.

  

De. “Guernica”

 

 

JUAN RAMÓN MOLINA

 

  

Después de que muera

 

 

Tal vez moriré joven… Los amigos
me vestirán de negro,
y entre dolientes y llorosos cirios
de pálidos reflejos,
colocarán con cuidadosas manos
mi ya rígido cuerpo,
poniendo mi cabeza en la almohada,
mis manos sobre el pecho.