jueves, 8 de febrero de 2018


JOSÉ REVUELTAS





[Algo debo vivir…]

A Ema (La Conejita)



Algo debo vivir, un solo día.
Algo me espera al fin.
No puedo esperar de alguna esperanza.
Todo despertar es sollozar.
No puedo Conmigo. Soy una cruz hablando.
No tengo sombra ni consuela. Soy una cruz hablando.

San José California, mayo de 1972

De: “El propósito ciego”


FERNANDO DEL PASO





Es tan blanca, tu piel, como la nieve...



Es tan blanca, tu piel, como la nieve.
La nieve quiere al sol por lo brillante.
Y el sol, que se enamora en un instante,
se acuesta con la nieve y se la bebe.

El sol, aunque es muy grande, no se atreve
a hacerse olvidadizo y arrogante:
se acuerda de su novia fulgurante
y se pone a llorar, y entonces llueve.

Y llueve y llueve y llueve y de repente
la lluvia se hace nieve: esta mañana
que nieva tanto en Londres, y ha nevado

luminosa y nupcial y blancamente
en jirones, tu piel, por mi ventana,
ningún sol, como yo, tan desolado.


De: “Sonetos con lugares comunes”


ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO




  
Epitalamio



Mi lengua en tu pezón
buscando endurecerlo
para ablandar así
tus reticencias.
Mis manos correteando tu blancura.
Mis piernas y tus piernas
intercambiando confidencias
y sudores.
En una palabra,
mis urgencias todas
entregadas a la práctica dialéctica
del desarrollo desigual
y combinado.




ANGELES MASTRETTA





No elegí la colmena



No elegí la colmena.
Abrí la puerta.

Entré.
Felicidades, ha ganado el premio:
libar en cada flor para que crezcan
sus dúctiles reservas
cortar la caña furtivamente
sangrar contra los cactus.
(aprenda a contener las hemorragias.)
Mi padre, mis abuelos
mi hermano peregrino.
Nadie faltaba ahí.
Y puse polvo de oro en mis pestañas
Y me puse a morir con la honradez
de cualquier varón en mi familia:
alcoholismo
diabetes.
Y allí sigue
mi paciencia de araña y de mujer. 





JAIME TORRES BODET






Carta



Amada, en las palabras que te escribo
quisiera que encontraras el color
de este pálido cielo pensativo
que estoy mirando, al recordar tu amor.

Que sintieras que ya julio se acerca
-el oro está naciendo de la mies-,
y escucharas zumbar la mosca terca
que oigo volar en el calor del mes...

Y pensaras: "¡Qué año tan ardiente!",
"¡Cuánto sol en las bardas!"... y, quizás,
que un suspiro cerrara blandamente
tus ojos... nada más... ¿Para que más?




ALFREDO R. PLASCENCIA





Ciego Dios



Así te ves mejor, crucificado.
Bien quisieras herir, pero no puedes.
Quien acertó a ponerte en ese estado
no hizo cosa mejor. Que así te quedes.

Dices que quien tal hizo estaba ciego.
No lo digas; eso es un desatino.
¿Cómo es que dio con el camino luego,
si los ciegos no dan con el camino…?

Convén mejor en que ni ciego era,
ni fue la causa de tu afrenta suya.
¡Qué maldad, ni qué error, ni qué ceguera…!
Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya.

¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,
que me llamas, y corro y nunca llego…!
Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,
ciégueme a mi también, quiero estar ciego.