domingo, 7 de octubre de 2018


JULIA PRILUTZKY





En el agua empozada te apareces...



En el agua empozada te apareces.
Tu imagen se empecina
y el viento la sacude sin borrarla
y el rumor de las hojas
vuelve a clamar tu nombre,
mientras tu rostro surge como máscara
sobre todos los rostros de la tierra
y tu caricia brota en toda mano.
Perfiles desgarrados
en el agua tiritan:
¿cómo llamarte ahora, con qué nombre
-muerto de toda muerte,
sonrisa desterrada,
inviolado temblor que se desliza-,
si ya no queda nada más que arena?
Y nada más que cielo
sobre el dormido estanque
donde voy rastreando
qué queda de tu vida. Y de la mía.
¿Cómo clamar tu réplica perdida,
tu lapidado corazón en llamas,
tu aventada ceniza,
tu amor que no fue entero ni entregado,
la no ardida pasión, no devorada,
la piel que ya no existe,
el detenido impulso de la sangre
y la petrificada melodía
de tu voz sin matices?

IBN HAZM





No des crédito a unas palabras que oíste,
mientras no estés cierto de que es verdad lo que sabes,
como el que, al nacer un espejismo, derrama el agua que lleva
y halla luego la muerte en el inmenso y estéril desierto.


De: "Sobre el calumniador"


FABIÁN RIVERA




  
Para un altar en llamas



La niña de las latas se divertía y capturaba cucarachas,
arrancaba minuciosa cada antena,
las mandaba al otro mundo machacándoles el vientre con las uñas:
esa niña vendía en mil esquinas flores burdas de arrabales,
se halló mujer tan pronto en las generosas lecciones de su padre,
y confundidas entre el polvo y los ladridos,
jamás sus lágrimas cayeron:
ahhh pequeña de los ojos amarillos y vidriosos,
ahhh pequeña cara vieja y cuerpo amoratado,
no te culpes si mis manos conocieron tus caminos,
no te culpes por no saber andar entre mis calles:
te escribo porque me recuerdas a árboles paréntesis,
te escribo al no entender el agua triste de tus ojos,
tú que sonreías al beber de un río distinto
al que la vida te propone:
ahora comprendo que tu cuerpo no es más que burocracia,
que tu cuerpo no es más que un banco devorado en la quincena
recostada en el turbio regazo de una llama que lamía,
crepitante, aquel sueño que solo la tarde revelaba:



ANTONIO PLAZA





A una exbella



¿Eres tú?... ¿Eres tú la hada hermosa
a quien rendí mi corazón ingente?
¿Eres aquella peregrina diosa
que despreció mi culto reverente?

¡Vade retro!, ¡infeliz!... vieja asquerosa,
negro cadáver de ilusión ardiente,
poema de un amor santo, divino,
forrado en indecente pergamino.

¡Oh, cuánto, cuánto padecer me hiciste.
De mi llanto de fuego te reíste,
de mi fe candorosa te burlaste.
Todo al fin acabó... tú lo quisiste,
que en la senda del vicio te arrojaste,
y has encontrado en esa cloaca impura
una vejez infame y prematura.

Tu boca, ayer fragante como rosa,
se ha convertido en cueva tenebrosa
depósito de perlas incesantes,
donde bailan un par de flojos dientes;
y tu crencha tan fina, tan sedosa,
es ya mechón de canas indecentes;
¿y así te amaba yo?... ¡terrible chasco!
si lo que inspiras tú es solo... asco.

Pobre mujer, en tu vejez temida,
en la horrible vejez, que da coraje,
eres muerta ilusión, fruta podrida,
árbol seco, cenizo, sin ramaje;
mariposa en gusano convertida;
pavo real desnudo de plumaje:
y qué ¿tu porvenir no te acobarda? ..
vete ¡por Dios!... el hospital te aguarda.

Como el viento, fugaz es la hermosura;
es el lujo fantástica quimera:
las flores se convierten en basura,
los trajes van a dar a la hilachera,
y la epidermis de sin par blancura
es el forro de horrible calavera,
y los ojos brillantes, primorosos,
se vuelven agujeros asquerosos.


EFRAÍN HUERTA





XX. La contra



Nomás
Por joder
Yo voy
A resucitar
De entre
Los
Vivos


ALEKSANDR PUSHKIN





A...
                                                            (Kern)*



Recuerdo aquel instante prodigioso
en el que apareciste frente a mí,
lo mismo que una efímera visión
igual que un genio de belleza pura.

En mi languidecer sin esperanza,
en las zozobras del ruidoso afán,
tu tierna voz se oyó en mi largo tiempo
y soñaba con tus divinos rasgos.

Transcurrieron los años. La agitada
tormenta dispersó los viejos sueños
y al olvido entregué tu tierna voz
así como tus rasgos celestiales.

En cautiverio oscuro y tenebroso
mis días en silencio se arrastraban,
sin la deidad y sin la inspiración,
sin lágrimas, sin vida, sin amor.

Mas ahora que el despertar llegó a mi alma,
y de nuevo apareces ante mí,
lo mismo que una efímera visión
igual que un genio de belleza pura.


Y el corazón me late arrebatado
porque en él nuevamente resucitan
La inspiración y la divinidad
y la vida, y el llanto y el amor.
 


*Anna Pyetróvna Kem (1800-1879)

 Versión de Eduardo Alonso Duengo