jueves, 18 de febrero de 2016


MÓNICA LANERI




Cada quien intenta con sus armas...



Cada quien intenta con sus armas,
cual soldado de hojalata.
Intenta que el azul se encienda
sobre su cabeza,
que arda roja la sangre…
que queme y marque
para siempre.
Cada quien busca
mañanas blancas;
de música borrando cicatrices,
de café y flores en la mesa,
de sahumerios al fondo;
de recuerdos al frente.
Porque el olvido
-según enseñan los años-
es la última gran batalla;
la más cruel:
el olvido de uno mismo.
Cada quien intenta a su manera,
a su modo;
ese no olvido
de sí mismo
y de los otros.
Cada quien intenta
Intenta
Intenta
y dirá quizás
que intenta;
una lápida nos dirá
que intenta.


HUGO GUTÍERREZ VEGA



  
Variaciones sobre una Mujtathth
de Al-Sharif Al-Radi

“Pasaré la noche con el inmenso desierto
que hay entre mí y el estar contigo.”



1

Hay una extensión cercada por el cielo,
una inmensa planicie descubierta por la luna,
un campo de flores pálidas
sitiadas por su propio perfume,
una casa en el bosque de los grandes abetos de la noche,
un camino entre los pinos,
el otoño de planetas cercanos,
el lago de orillas blanquísimas,
el violeta tenue en la madrugada del mar,
la pulpa entregada de un fruto
que sobrepasa la medida de la mano,
la noche de la selva,
la madrugada de la altiplanicie
y el corazón de todos los niños de la tierra.
Todo eso, Al-Sharif, todo eso
y “pasaré la noche con el inmenso desierto
que hay entre mí y el estar contigo”.


2

Está lejana la gloria de Al-Andalus,
lejana la tarde de las montañas de Córdoba.
Colocamos todos nuestros bienes,
un puñado de cosas entrañables,
sobre la frágil estructura
que levantan los hombres en la tierra.
Todo está tan lejano, Al-Sharif.
Queda este enorme cansancio,
la débil certeza de no saber nada,
de no querer ya nada,
de conformarnos con esta tarde en la playa
y con los ojos pálidos del mar,
los que no ven,
los hechos para ser contemplados.


3

Era el tiempo en que se nos abría el paraíso
en todos los minutos del día.
Días de minutos largos,
de palabras recién conocidas.
El ojo de la magia les daba una iluminación irrepetible.
Y sucedió después que el paraíso era un engaño de la luz,
que a los amigos les bastaba un segundo para morirse,
que los amores llevaban dentro una almendra agria.

En la noche el paraíso sigue abriendo su rendija,
un fantasma de la luz,
el que hace que los amigos estén siempre aquí,
que los amores se conformen con su almendra agria,
que el corazón no rompa a aullar en la montaña.


4

Esa noche escuchamos el graznido de los cuervos del destino
    presagiando la partida.
Esa noche que, aunque siendo de verano, nos impidió pasar
    las horas en el terrado escuchando la voz del poeta joven.
Esa noche los lobos anduvieron cerca de la casa y al inicio de
    la madrugada las flechas sombrías se clavaron en la
    puerta.
Se escuchó el gemido de las gacelas perseguidas por la
    sombra y se agrió la leche en los pechos de las madres.
Rodearon los presagios el lecho de la madrugada y el nuevo
    día nació llorando.
El viento dijo que la separación se acercaba a la puerta.

Los cuervos no graznaron en vano:
antes de que el sol descubriera una pequeña parte de su
    rostro la casa quedó vacía.
Desde el terrado te vi correr hacia la montaña. Se fue
    perdiendo la música de tus ajorcas.

Ahora la pena ocupa nuestro lecho.

Cómo encontrar reposo durmiendo sobre los guijarros de la
    soledad no deseada.
Cómo vivir con la certidumbre de que la ausencia ha puesto
    sitio a nuestra casa ya en sombra.




JORGE GUILLÉN




Primavera delgada



Cuando el espacio, sin perfil, resume
con una nube
su vasta indecisión a la deriva...
¿Dónde la orilla?
Mientras el río con el rumbo en curva
se perpetúa
buscando sesgo a sesgo, dibujante,
su desenlace,
mientras el agua, duramente verde,
niega sus peces
bajo el profundo equívoco reflejo
de un aire trémulo...
Cuando conduce la mañana, lentas,
sus alamedas
gracias a las estrellas vibradoras
entre las frondas,
a favor del avance sinuoso
que pone en coro
la ondulación suavísima del cielo
sobre su viento
con el curso tan ágil de las pompas,
que agudas bogan...
¡Primavera delgada entre los remos
de los barqueros!



JUAN LARREA




Razón



Sucesión de sonidos elocuentes movidos a resplandor, poema
es esto
          y esto
                    y esto
Y esto que llega a mí en calidad de inocencia hoy,
que existe
                    porque existo
                                        y porque el mundo existe
y porque los tres podemos dejar correctamente de existir


GERARDO DIEGO



  
Nocturno XII
  
A Santiago de la Escalera



La noche resbala
con mansa dulzura.
Como una azucena
de nevada túnica,
inocente y lírica,
florece la luna.
las estrellas cantan
su cantiga muda
y sueña el paisaje
dormido en la bruma.
¡Qué suave sosiego!
¡Qué paz tan profunda!
Cual blandas cadencias
de canción de cuna,
únicos rumores
que el silencio surcan,
se estremece el bosque,
la brisa susurra
y abajo en el río
rezan las espumas.

Sólo dos zagales
- él fuerte, ella rubia -
velan en el valle
Por gozar la albura
de la noche clara,
de la noche rústica.

- Juan, ¿estoy soñando?
¡Oh, qué dulce música!
- Parecen campanas;
no las sentí nunca.
- Quién las toca, di?
-No sé; pero escucha.
María, te quiero.
- Si serán las brujas?
- María, si vieras...
_ O serán los ángeles
allá en las alturas...
- María, te adoro...
- ¿Campanas, o guzlas?
- Me atiendes, María?
- Qué paz, qué dulzura...
¿oyes las campanas?
- ¿María, me escuchas?
- Campanas celestes
¿sonáis en la luna?
Tañido divino...
¡Oh, Juan, esa música!...
- María, ¿me quieres?

-...No puedo ser tuya.




PEDRO MIGUEL OBLIGADO




¿Para qué?




¿Para qué este deseo de un afecto profundo,
Y este afán de ser noble, y esta lucha por ser;
Si sólo viviremos un instante en el mundo,
Y la vida que aísla, no nos deja querer?
¿Para qué transformar el gemido en un canto,
Y aprender en las penas, a dar nuestros consuelos;
Si todos van huyendo, sordos por desencanto;
Y el hombre perseguido tiene horror de los cielos?
¿Para qué la bondad que provoca el abuso,
Cual los mimos que vuelven más caprichoso al niño;
Si aceptarán apenas, o le darán mal uso,
Al corazón que se hace pesado de cariño?
El esfuerzo destroza las alas del anhelo,
Y el bien con que soñamos es un ciego derroche.
¡Todas las flores no hacen jardín de este suelo,
Y todas las estrellas no pueden con la noche!
Y, ¿para qué, alma mía, vas a seguir tu empeño?
El camino se pierde: no se oye, no se ve…
Mejor es descansar en el lago del sueño:
¿Para qué? ¿Para qué?