martes, 15 de noviembre de 2016


RAFAEL MONTESINOS




Elegía ante un retrato de mi infancia



¿Por qué tan serio, dime, con mi mano en tu frente,
marinero sin mares que surcar? Como ahora,
el corazón tenía un sueño adolescente
y un hombre -da lo mismo.-. naufragando a deshora.

Tus seis años sabían que Dios me había dado
una luz que no acaba y un mundo que no quiero.
Estabas ya vencido de amor y enamorado.
Morías por las mismas cosas que yo me muero.

Esa mirada triste -mi mirada- me enseña
que presentías todo lo que vino después.
Tú te quedaste en esa cartulina pequeña,
yo me fui por el mundo. Lo demás, ya lo ves.


LUIS ZALAMEA BORDA



Germinación del alba



Dueña de los crepúsculos,
tú en mí todo lo sabes y me has visto llorar.
conoces mi congoja cuando la tarde llega
meciendo entre su eclipse mi diaria solitud.
Es el instante de la partida, la fuga del poniente
que tú ya has compartido
en mi zozobra viva, en mi sed de vagar.

Ah niña que sollozas entre mis brazos trémulos,
tu miras a la tarde como se mira el hijo,
como se mira el pan.
Y me miras a mí desde tu inmediata lejanía
como se mira el fuego, como se mira el mar.
(Mirada incierta, en espera,
como trigo sin pilar ante el molino.)

Señora del ocaso,
vuelve hacia mí tus ojos
a la hora tremenda del ciprés,
en que la luz se alarga, en que todo se va.
Dime con tu mirada que tú ya no me dejas,
que estás siempre conmigo
cuando los potros de la noche oímos cabalgar.

Y tú estarás aquí.
No viviré en cada atardecer mi escape
ni ahogará entonces las sombras mi cantar.
Estás aquí, realidad y mujer,
y eres en la penumbra
el sosiego anhelado,
el faro vislumbrado,
el ancla suspensa entre la luz.


SALVADOR ESPRIU




Cementerio de Sinera



Digo adiós a los que quieran
mentirse perdurables
en el torrente. Cosechadas
son ya las flores, y se encalman
recuerdos, miradas, alas,
todo mi mar. Benigno
aire nocturno acerca
claridad de fuente, ocultas
voces del fuego. Por el fiel silencio
de nobles árboles
por mí amados, camino
al olvido, dejando atrás
amores, veleros, sufrimientos,
últimas señales de pasos.


Versión de  José Batlló


DIEGO JESÚS JIMÉNEZ




Fiesta en la oscuridad



     Arrodillado ante tu cuerpo. ¡Oh tú!, verdad hecha de flores, apacible paisaje
de reyes y criados dando caza
sobre el jarrón vacío del recuerdo a ciervos encantados
bajo un ciclo de nubes en jauría
y sin paz. Y así la imagen
del séquito encendiéndose
en el fondo del ojo del animal que ha muerto. Brillan las armaduras de los guerreros
que regresan; se oyen en su mirada
los cascos del caballo que cruza
y el frío del relincho. Rocío de la noche,
sueño que me ha olvidado, eres, imaginada por mi lengua, nacida en el inmenso
nublo de la memoria. Álzase en el concierto de los aires y en la luz hecha música.
Inventada apareces, ¡oh tú!, espejo de las sombras, oscuridad de invierno,
pájaro de las corrientes dibujado en el agua. Hace tiempo
matáronme. La imagen de la muerte
reposa hoy en tus ojos. Sueña
el laúd en la alfombra de la noche, olvidado.
     Beso tu corta edad; subo la falda aquella de la infancia,
llora el deseo crecido en la niñez. Allá sobre el más hondo
dolor de haber vivido, yo te amo. Mientras, la luna entre los árboles
quema su sueño en libertad. Como un nido el deseo se sostiene en la cumbre
de un desnudo dichoso. Otros días
anduve entre las sábanas de la prostitución, donde se acepta nuestro beso
como negocio, no
como naufragio.
                                    Y cae la tarde, y en los ojos del ciervo
las estrellas se olvidan. Cuántos
cuerpos que me despreciaron, desde el tuyo me aman. ¡Oh!, cuántos
rostros y pechos y desnudos
nacen de ti, silenciosa y oculta, fiesta en la oscuridad, flor que ha crecido
sin juventud, y yace
sobre la tumba de su arena, como un dios inventado.
                                                                                                            Sobre el jardín
cae la lluvia incendiándose. Tras el disfraz de su linaje
monta el rey en las hembras
de los labriegos. Cruzan las águilas baldías
del corazón, la cumbre de la sangre. Rara es la complacencia de esta orgía
donde la servidumbre asciende, humillada entre risas
de licor medieval; movidos por los hilos del alcohol, amenazados
por la navaja del destino, bufones de este reino, donde tan sólo somos los residuos
de una hoguera apagada.
                                                   Mira nuestros desnudos, ese
reflejo de oro de nuestra pobreza, ardiendo en la mirada de cristal, tendido
                                                                                                        [en los profundos bosques
de los ojos del ciervo que, hace años, mataron. Tu cuerpo es residencia
y es hogar de otros cuerpos. Sobre tu espalda crecen los milagros, vienen
a beber de mi sed otras espaldas. ¡Oh! mira, ésa de hombros tranquilos, llena de soledad
y de humildad, o esa
que respira en asombro, derribada y gentil; o aquella de
vuelo moreno como el del halcón; o esa otra de ahí , amiga de la noche,
que no tiene nombre, sino precio; o la que se arrodilla cuando ama, esa
que nace del olvido y ya tiembla
de amor. En tu cuello indefenso aún vive
toda la adolescencia y la inocencia
de aquellos días. Cárcel
y hospital es la luz para los sentidos. La claridad destiñe a la materia; envilece el sonido
de las palabras, quema las sombras, desvanece el recinto de los sueños
y el lecho donde amaban.
     En qué perdido paraíso, sobre qué antiguas nubes
rezan por ti mis ángeles. Qué negras alas llevan
mi cerebro a tu cuerpo. En los altares de la carne cumplen
el dolor y la vida. Apaga tú esa noche, esa
que en la mentira crece, que fermenta en la nieve
del desdén y el olvido. Bajo las cumbres de la tarde
bajo esa luz que, por un momento, da color de azafrán
a la senda y al monte, la libertad nos mira
con sus ojos vacíos. Parece que no fuera
a cerrarlos jamás.


De: "Fiesta en la oscuridad"




DOLAN MOR




Confesiones



Al principio yo anhelaba ser el príncipe
de la poesía, el rey de las palabras,
un ministro de los poemas con una medalla
sobre mi oscuro pecho, una corona de oro
alumbrando con su dorada luz mi noble cabeza.
Después, bajé mis metas y me propuse ser
un licenciado, un doctor en gramática,
políglota, un James Joyce, usar barba,
un abrigo negro hasta los tobillos, las gafas
circulares, la pipa entre los labios
recitando los versos de Charles Baudelaire.
(Recuerdo que tenía la foto de Vallejo
debajo del cristal de mi mesa de noche
y, mirándola, apoyaba mi rostro y mis manos
cruzadas encima de un bastón con el puño
de plata, en forma de león, para creer
un instante que mi nombre era César.
–Incluso estuve preso por parecerme a él.)
Me decía a mí mismo frases de Kierkegaard:
"para el hombre que aspire a triunfar en la vida
existen dos caminos: ser César o ser Nada".
Y yo lo repetía con la convicción de que era
(sólo faltaba tiempo) un dios o hijo de un dios.
Sin embargo, las cosas han cambiado y mi punto
de vista se cayó en un abismo. Ya no aspiro
a ser príncipe, ni ministro, ni rey, ni políglota
un día, mucho menos deseo ser Joyce o Baudelaire
porque ambos están muertos, y un hombre,
si está muerto, vale menos que un perro.
Ahora aspiro a las cosas sencillas de la vida.
(Me lo dijo Ray Carver y nunca lo entendí.)
Miro el agua de un río sin pensar qué es el agua,
me acuesto entre la hierba y disfruto del sol.
Pienso, respiro, siento cómo limpia el oxígeno
mi sangre, mis pulmones, late en mi corazón.
Soy feliz con vivir sencillo, aspiro a eso:
Posado, como un pájaro, sólo quiero una rama
para cantar mis versos, también una ventana
para mirar el mundo, aunque no tenga un piso,
ni un palacio, ni un templo. Un marco,
una ventana para asomar mis ojos, humilde,
con asombro, sabiendo que soy polvo,
y, debajo del cielo, un animal o nada.


DIONISIO RIDRUEJO




Elegía a un retrato



Muerta que mueve a amor, presente vida
con la sangre arrastrada por pinceles
y de nuevo en mis ojos concebida.

Muerta en muerte nublada por laureles,
con los últimos llantos enterrados,
en el descanso de tu carne, fieles.

Muerta de los minutos reposados,
lejana de tus siglos de ceniza
y de tus breves años animados.

Caliente juventud que se eterniza
en el único vuelo de mirada
que a una luz sin edades paraliza.

Vida por blandas rosas encauzada,
venas al tiempo del mejor latido
vertidas en la boca enamorada.

Seno en la nieve del suspiro erguido,
frente en el frágil pensamiento fría
bajo oro en seda sin rubor ceñido.

Peso de nube, grave de armonía,
en cándido vestido sin materia
que de ascua cede al hielo su porfía.

Oh, muerte dulce, tu presencia sería
posada, sin atmósfera en el lecho
hiela del tiempo la fluida arteria.

La voz que guarda tu lejano pecho
habla en la risa de tu nueva esencia
adolescente, del ayer deshecho.

Tus ojos me revelan la evidencia
de aquellos ojos que brotaron flores
en polvo de tu muerte sin ausencia.

Tu talle, apenas arco de temores,
libra sus flechas hacia el bosque yerto,
en el que fueron ramas tus temblores.

Sólo mi amor para la angustia abierto
sufre de no llegar a las entrañas
del dolor a mis venas descubierto.

Oh, forma que a amor mueves y que engañas
-viva sin existir, muerta sin piedra-
al fuego frío que sin llanto bañas.

Dime cuál árbol de tus huesos medra,
señálame el verdor que te levanta
y al tronco limpio juntaré mi hiedra.

Pero en la fiel mudez de tu garganta
vuelvo a verte tan cierta y renacida
velada por un aire que no canta,

que se torna la muerte la fingida.
Y tú, la trenzadora del anhelo
que asciende casi eterno por mi vida,
confuso si de tierra o si de cielo.