martes, 3 de noviembre de 2020


 

JOSÉ MARÍA PARREÑO


 

 

De poder elegir...

 

 

De poder elegir

sería una brizna

una gota

una gata

 

belleza

o no belleza

sin esfuerzo

armonía inédita

de la casualidad

 

de poder elegir

habría sido un paul klee:

un universo de colores libres

roturado sin vergüenza ni pena

un espacio tensado con humor

 

de poder elegir:

una patria digna

un rictus jovial

un pecho bastante para el corazón

 

de poder elegir

 

 

AUSIÁS MARCH

  

 

 

Busquen las gentes fiestas con alegría...

 



Busquen las gentes fiestas con alegría,

alabando a Dios, entremezclando deportes;

que plazas, calles y deleitosos jardines

se llenen con los relatos de grandes gestas;

y vaya yo los sepulcros buscando,

interrogando a las almas condenadas,

que me responderán, pues no están acompañadas

sino por mí en su perenne lamento.

 

Cada cual busca y quiere a su semejante;

por esto no me agrada el trato con los vivos.

Al imaginar mi estado, se tornan esquivos;

como de hombre muerto, de mí toman espanto.

El rey ciprio, prisionero de un hereje,

no es a mis ojos desventurado,

pues lo que quiero jamás será logrado;

de mi deseo médico alguno podrá curarme.

 

Como Prometeo, a quien el águila come el hígado

y siempre brota de nuevo la carne,

y jamás termina el pájaro de devorar;

más fuerte dolor que éste me tiene asediado,

pues un gusano me roe el pensamiento,

otro el corazón, y de roer no cesan,

y su trabajo no podrá interrumpirse

sino con aquello que es imposible de lograr.

 

Y si la muerte no me infiriese la ofensa

-alejándome de tan placentera visión-,

no le agradecería que vista de tierra

mi desnudo cuerpo, quien no piensa perder

el placer, pues tan sólo imagina

que mis deseos no pueden cumplirse;

y si mi postrera hora ha llegado,

término tendrá también el bien amar.

 

Y si en el cielo me quiere Dios albergar,

amén de verle, para cumplir mi deseo

será preciso que allá me sea dicho

que mi muerte vos tenéis a bien llorar,

arrepintiéndoos de que por vuestra poca merced

muriese un inocente, mártir por amaros:

pues el cuerpo del alma separaría

si en verdad creyese que de ello os doleríais.

 

Lirio entre cardos, vos sabéis y yo sé

que bien puede morirse por amor;

si creéis que en tal dolor me hallo,

no os excederéis, poniendo en ello plena fe.

  

Versión de José Batlló

SAINT KABIR

  


 

 

84

 


 

El Mendigo mendiga, pero no alcanzo a verlo.

¿Qué le pediré al Mendigo? Me da sin que yo le pida nada.

 

Kabir dice:

Soy suyo, y dejo que se cumpla el destino. 

 

 

JOHN DONNE

  

 

La salida del sol



          Viejo necio afanoso, ingobernable sol,
          ¿por qué de esta manera,
a través de ventanas y visillos, nos llamas?
¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
          Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
          a tardos colegiales y huraños aprendices,
anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
          Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
          de horas, días o meses, los harapos del tiempo.

¿Por qué tus rayos juzgas
tan fuertes y esplendentes?
          Yo podría eclipsarlos de un solo parpadeo,
          que más no puedo estarme sin mirarla.
Si sus ojos aún no te han cegado,
fíjate bien y dime, mañana a tu regreso,
          si las Indias del oro y las especias
          prosiguen en su sitio, o aquí conmigo yacen.
Pregunta por los reyes a los que ayer veías
y sabrás que aquí yacen Todos, en este lecho.

Ella es todos los reinos y yo, todos los príncipes,
y fuera de nosotros nada existe;
          nos imitan los príncipes. Comparado con esto,
          todo honor es remedio, toda riqueza, alquimia.
Tú eres, sol, la mitad de feliz que nosotros,
luego que a tal extremo se ha contraído el mundo.
          Tu edad pide reposo, y pues que tu deber
          es calentar el mundo, con calentarnos baste.
Brilla para nosotros, que en todo habrás de estar,
este lecho tu centro, tu órbita estas paredes.


Versión de Jordi Doce

 

 

MIHAÏ BENIUC

 


 

Tapiz




Los tapices de mis recuerdos están hechos 
de lágrimas, de estrellas y de sangre. 
Yo los tejí, bordándoles a través de los tiempos 
ramajes con retoños de flores y de espinas, 
y entre las hojas, en calientes nidos, 
eduqué ruiseñores y tuve nuevos cantos. 
Mis raíces tomaron, como garras, la arcilla 
y al final busqué a tientas en lo desconocido 
salpicado de astros y busqué 
con paso alado entre las tempestades. 
Yo soy como una arena de fósiles, de conchas, 
de indescifrables y olvidadas páginas, 
un cementerio de tumbadas piedras 
con los nombres grabados en idioma extranjero. 
Yo soy la queja que se esparce al viento 
cuando la piedra pesa ya sobre el ataúd. 
Soy el montón informe de vasijas quebradas 
allí donde habitaron los más antiguos hombres. 
Soy la gruta manchada por imágenes 
que retratan la fauna de otro tiempo. 
Con crueldad mis abuelos abatieron las bestias 
trazando con los sueños y la sangre un camino 
que del fondo del tiempo marcha hacia no sé dónde, 
pero que sin embargo debe desembocar 
en el claro de un bosque donde haga calor siempre... 
Pero el rastro es muy largo y viene de muy lejos. 
y parece que el claro, de pronto, está y no está, 
sobre la boca abierta de una roca escarpada. 
Hemos robado al sol el fuego y su secreto, 
que se torna en pesada carga para nosotros 
lo mismo que un peñasco suspenso en el camino 
del muchacho y la joven que en sí llevan 
tentadores placeres en la carne 
igual que en los toneles reposan las soleras. 
¿Aplastará la roca la vida y en los campos 
floridos dejaremos que persista la niebla? 
¿La geometría de las nuevas fábricas 
consentiremos luego que se hunda 
sobre los mismos que la construyeron? 
La fe, con sus encantos incansables, trabaja 
el llano de la duda. Hemos mandado ya 
cohetes a la altura que se embriagan 
con los espacios cósmicos y han ido a buscar nuevas 
pruebas de que la vida ya no tiene poniente 
para el hombre impulsado a vencer combatiendo. 

Aquellos que en tu rostro han escupido, 
se tragarán la afrenta. Fuiste dado 
a innumerables hombres, te ofreciste 
por su felicidad y por tu gloria, 
¡tú, agudo acero, tú, mi flor suave! 
Los tapices de tantos recuerdos has sembrado 
de resedas, haciéndolos florecer para mí.

  

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León

 


 


ANNA VENTURA

  

 


El poeta

 

 

Nerón caprichoso,
maltratado. No había ningún Séneca
capaz de doblarlo. Hizo matar a
su madre, quien afirmó que era su hijo.
Prendió fuego a Roma
porque era una ciudad
perfecta para arder.
Solo quería una cosa:
ser llamado poeta.
Por la misma ambición, la
historia registra
crímenes igualmente atroces.

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