martes, 3 de noviembre de 2020

MIHAÏ BENIUC

 


 

Tapiz




Los tapices de mis recuerdos están hechos 
de lágrimas, de estrellas y de sangre. 
Yo los tejí, bordándoles a través de los tiempos 
ramajes con retoños de flores y de espinas, 
y entre las hojas, en calientes nidos, 
eduqué ruiseñores y tuve nuevos cantos. 
Mis raíces tomaron, como garras, la arcilla 
y al final busqué a tientas en lo desconocido 
salpicado de astros y busqué 
con paso alado entre las tempestades. 
Yo soy como una arena de fósiles, de conchas, 
de indescifrables y olvidadas páginas, 
un cementerio de tumbadas piedras 
con los nombres grabados en idioma extranjero. 
Yo soy la queja que se esparce al viento 
cuando la piedra pesa ya sobre el ataúd. 
Soy el montón informe de vasijas quebradas 
allí donde habitaron los más antiguos hombres. 
Soy la gruta manchada por imágenes 
que retratan la fauna de otro tiempo. 
Con crueldad mis abuelos abatieron las bestias 
trazando con los sueños y la sangre un camino 
que del fondo del tiempo marcha hacia no sé dónde, 
pero que sin embargo debe desembocar 
en el claro de un bosque donde haga calor siempre... 
Pero el rastro es muy largo y viene de muy lejos. 
y parece que el claro, de pronto, está y no está, 
sobre la boca abierta de una roca escarpada. 
Hemos robado al sol el fuego y su secreto, 
que se torna en pesada carga para nosotros 
lo mismo que un peñasco suspenso en el camino 
del muchacho y la joven que en sí llevan 
tentadores placeres en la carne 
igual que en los toneles reposan las soleras. 
¿Aplastará la roca la vida y en los campos 
floridos dejaremos que persista la niebla? 
¿La geometría de las nuevas fábricas 
consentiremos luego que se hunda 
sobre los mismos que la construyeron? 
La fe, con sus encantos incansables, trabaja 
el llano de la duda. Hemos mandado ya 
cohetes a la altura que se embriagan 
con los espacios cósmicos y han ido a buscar nuevas 
pruebas de que la vida ya no tiene poniente 
para el hombre impulsado a vencer combatiendo. 

Aquellos que en tu rostro han escupido, 
se tragarán la afrenta. Fuiste dado 
a innumerables hombres, te ofreciste 
por su felicidad y por tu gloria, 
¡tú, agudo acero, tú, mi flor suave! 
Los tapices de tantos recuerdos has sembrado 
de resedas, haciéndolos florecer para mí.

  

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León

 


 


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