martes, 17 de octubre de 2017


DIANA AZCONA TREJO





V



Ahora,  en esta hora en la que yaces
brillante, horadado y febril,
en medio de esta ri dí cu la asepsia

no te acaricio porque no te reconozco.

Los médicos dicen que eres tú,
que eres tú de treinta y nueve años
que eres tú zanahoria
que eres tú neumónico
que eres tú hidroce¿fálico?
que eres tú mórbido.

Pero a mis manos
―insoportablemente viudas―
no las inunda  tu espuma
ni  las abrasa tu incendio,
y se niegan a ser sudario
para ese cuerpo
que ya no te pertenece.



De: “Crónicas de hospital”

ARIEL MONTOYA





Regreso al país natal



Yo, Raymundo José Flores Fonseca,
oriundo de Las Jagüitas de Managua,
engendrado por veredas pobladas
de chocoyos y gorriones y cercos
de piñuelas y polvosas frondas
de mango,
me quito y alzo el sombrero
blanco de la nueva era y ratifico
mi destino y certidumbre de soldado.
Soldado soy, soldado he sido,
soldado de la paz y la concordia,
orgulloso de los torrentes indígenas
de mi sangre y del perfil de este
rostro chorotega que ha visto Bagdad,
Mosul, Karkuk, Karbala, los minaretes
en espiral de Samara, las ruinas
desoladas de la antigua Babilonia
y sus dorados ladrillos milenarios
de destellos desafiantes, las mezquitas
de torres almenadas y las anchas
avenidas y calles con nombres
de guerreros y profetas y gritos
de lengua desconocida...
Allí estuve yo
para llevar la paz, el más preciado
don. Allí estuve, en el país
una vez llamado Mesopotamia.
Entre el Éufrates y el Tigris,
entre presas y pozos, murallas
y desiertos y túneles secretos.
Allí estuve. Caminando miles
de kilómetros, deshaciendo minas,
neutralizando explosivos,
salvando preciosas vidas de niños,
mujeres y ancianos, hondos rostros
heridos de hombres como nosotros:
humanos, tiernos, doloridos, atenidos
a la luz de la esperanza. Allí viví
el calor ardiente del día y la noche fría.
El paso lento de la Luna a la hora
del descanso pensando siempre
en mi novia con olor a hierba
y a rocío, y sobre todo
en vos, Nicaragua,
tierra mía que ahora piso y bendigo
para que florezca siempre, encima
del dolor y el odio, el amor y la paz
en el mundo.
Yo, Raymundo José,
aquí ya, intacto, entre los míos.


Aeropuerto Internacional Managua,
1 de marzo del 2004. 


ADOLFO BURRIEL





Elegía por la República Española



Sois los negros destellos de las voces,
el absurdo color de los ojos
cegados,

alzad conmigo el vaso,
como si no estuviera
la barrera sombría del penúltimo
sueño,
la pared miserable
de hierro, sal,
y olvido.


De "Cuadros de una exposición" 

ANDRÉS TRAPIELLO




La carta



He encontrado la casa
donde te llevaré a vivir. Es grande,
como las casas viejas. Tiene altos
los techos y en el suelo,
de tarima de enebro, duerme siempre
un rumor de hojas secas
que los pasos avivan. A los ocres
de las paredes nada ya parece
retenerles aquí. Igual que frágiles
pétalos, largo tiempo olvidados
en un libro, amarillean todos.
Entre rejas, trenzado,
un rosal sin podar.
En el jardín pequeño, una fuente
y un fauno. Y me dicen
que también unos mirlos.
Cuando en los meses fríos de otoño,
al escuchar sus silbos
cobren vida tus ojos, en el verde
del agua miraré contigo
cómo mueren los días.
Cómo se vuelve polvo en los muebles
oscuros tu silencio
que azotará la lluvia
allí donde te encuentres.


De: "La vida fácil”


DANIEL FRAGOSO





Inexplicables son los caminos de la tierra,
los sonidos de la esfera
y las horas del caos,

inexplicables son los acantilados
que la distancia forja,

las sendas que nacen de la oscuridad
y que a ella se entregan,

inexplicable es la atrocidad
de tratar de ser el destello del alba.



De: “Escuela del vértigo”

FRANCISCO SEGOVIA





Algo queda siempre.

Una bocanada de aire
aprisionada en la boca
al cerrar los labios
o clausurar la tumba.

Un último aliento
—irrespirado
irrespirable—
preso en su propio hedor.


Algo queda siempre.